Ser civil palestino en 2014 es un pésimo negocio: sin tierra, sin libertad, sin amigos, sin esperanza. Ser civil israelí es mucho mejor, al menos disponen de tierra, abundan los amigos poderosos y disfrutan de una libertad aparente, pero tampoco hay esperanza. Ambos pueblos están unidos por esa negrura que rodea el futuro. En realidad están unidos por más cosas, son primos hermanos. Los palestinos están más cerca de los judíos que del resto de los árabes.
La vida de las dos comunidades está secuestrada por el lenguaje bélico del odio y la exclusión. Domina el discurso de los guerreros, los fanáticos y oportunistas. Aquellos que reconocen el sufrimiento del otro, la ocupación de sus tierras, el dolor que causan los atentados suicidas y los bombardeos son una minoría.
No hay esperanza de paz a corto ni medio plazo. Tampoco la hay en que EEUU y la UE puedan romper el círculo vicioso porque están contaminados de la misma simpleza: los buenos, los malos; los amigos, los enemigos. ¿Dónde están las personas?
Tampoco se puede tener esperanza en la mayoría de los medios de comunicación. En esta última ofensiva sobre Gaza algunos hablan de intercambio de disparos, como si se tratara de dos Ejércitos en igualdad de condiciones. Faltar a la verdad, mentir, es una manera de perpetuar el odio; debería ser delito porque es un arma peligrosa.
Podríamos decir que todo empezó con el asesinato de tres adolescentes israelíes en Hebrón y el asesinato de un joven palestino, quemado vivo en venganza. Podríamos decirlo y estaríamos en lo cierto. Pero esta espiral de violencia viene de mucho antes, de 1948, y de antes. Son dos pueblos educados en la escuela en la inexistencia del otro, y si existe es como encarnación del mal supremo.
Es un problema de líderes. Hubo una oportunidad de oro con los acuerdos de Oslo, ambos hicieron renuncias, concesiones históricas. Isaac Rabin y Yasir Arafat tuvieron capacidad de estadistas. El primero fue asesinado por un extremista judío, el segundo no supo leer bien lo que significaba el 11-S y permitió que Ariel Sharon le sacara de la lista del Nobel de la Paz para meterle de nuevo en la de los terroristas más peligrosos. El deterioro es tal que hoy Sharon parece un moderado junto a Benjamin Netanyahu, un hombre que lleva escrito el odio en su cara. Es su lema electoral.
Hamás esgrime la legitimidad del ocupado, su derecho a defenderse, a golpear a los que les han robado sus tierras. Golpear a civiles no tiene nada que ver con esto. El asesinato de los tres adolescentes judíos de Hebrón muestra la descomposición ética de Hamás, un grupo relativamente moderado dentro del islam, si los comparamos con el ISIS de Irak y Siria.
De Al Fatah, el partido del difunto Arafat, poco se puede decir mas allá de que hace años sucumbió a la corrupción. Los civiles palestinos están desesperanzados y huérfanos de líderes inteligentes, capaces. Quizá el único con el prestigio intacto sea Maruan Barghouti, por eso Israel lo mantiene en la cárcel.
Dentro de la desesperanza palestina hay grados. El peor, el infierno en la tierra, está en la franja de Gaza, el mayor campo de concentración del mundo: 1,7 millones de personas, la inmensa mayoría refugiados expulsados en distintas oleadas de sus casas en el sur de lo que hoy es Israel.
Les recomiendo este link de Juan Cole que ofrece algunos datos básicos para entender el contexto de Gaza, donde nace Hamas. Destaco dos: porcentaje de niños con anemia: 18,9%; porcentaje de agua potable: 10%.
Este gráfico interactivo de Al Yazeera también le permitirá ver el contexto.
Ver másIsrael bombardea 160 enclaves en la Franja de Gaza
Este otro del diario británico The Guardian explica la evolución de los mapas.
El odio se cultiva con los bombardeos de estos días, los bloqueos, la humillación diaria. En Cisjordania no hay posibilidad de Estado palestino porque es un queso gruyere repleto de colonias judías, controles militares y carreteras solo para judíos. Si es blanco y en botella se llama apartheid.
Hacer la guerra es de cobardes, la verdadera valentía sería hacer la paz. Ambos pueblos se la merecen, se merecen la paz y se merecen otros líderes.
Ser civil palestino en 2014 es un pésimo negocio: sin tierra, sin libertad, sin amigos, sin esperanza. Ser civil israelí es mucho mejor, al menos disponen de tierra, abundan los amigos poderosos y disfrutan de una libertad aparente, pero tampoco hay esperanza. Ambos pueblos están unidos por esa negrura que rodea el futuro. En realidad están unidos por más cosas, son primos hermanos. Los palestinos están más cerca de los judíos que del resto de los árabes.