Me dejan mal cuerpo las celebraciones de la muerte ajena. Entiendo que cada uno tiene una biografía que maneja como puede, que hay personas que se sienten agraviadas por años de dictadura y no pueden ocultar sus sentimientos. Esto, por lo general, se manifiesta en el ámbito privado. Lo que no entiendo es la celebración colectiva, la exhibición de la alegría. Lo ocurrido en algunos barrios de Miami tras la muerte de Fidel Castro dice poco de la calidad humana de los que festejaron y menos aún de sus propuestas políticas de futuro para Cuba. Su único programa es la revancha personal.
En América Latina hay poco que festejar, entre dictadores, guerras civiles, golpes de Estado, desaparecidos. En América Latina, y más al norte, en EEUU, hay poco de lo que presumir. Con la excusa de la Guerra Fría se laminó cualquier protesta.
Contrasta con ese bullicio, el silencio de los cubanos de la isla tras presentar sus respetos al líder muerto. Es difícil entrar en cada uno de ellos, conocer sus motivos. Los habrá por convicción, los habrá por miedo a significarse. Antes de seguir habría que dejar claro que hay muchos más fidelistas que amantes de lo que queda de la revolución. Una prueba es este texto de la web El Estornudo: A pesar de la realidad, lloré a Fidel.
Cuba necesita puentes, y saldrán de dentro. No existe un exilio cubano como tal, son muchos los exilios que se superponen en capas. Los más viejos, los que salieron con la revolución en 1959 y en los años posteriores ya no conocen Cuba. Existe una en su mente, en sus recuerdos y sentimientos, que nada tiene que ver con la actual. Esta afirmación sirve para los demás exiliados, más allá de los marielitos de 1980. Solo el exilio más reciente, el de antes de ayer, de hace diez años, por decir una fecha, sabe de qué Cuba habla. Pasó lo mismo en España: la solución vino de dentro, del propio régimen que mutó en una doble opción: Alianza Popular y UCD, frente a un PSOE liderado por Felipe González. Es posible que en Cuba pase algo parecido.
Con Donald Trump de presidente de EEUU a partir del 20 de enero y con el ultrareligioso Mike Pence de vicepresidente, Cuba regresa al túnel del tiempo, a los peores años de la Guerra Fría. La victoria de Trump en Florida le deja en deuda con el exilio cubano, que es el que salió a celebrar la muerte de Fidel Castro. No van a ser años de puentes. Van a ser años de confrontación. Con Venezuela sumida en su propia crisis, sin Barack Obama, Cuba solo tiene dos opciones: Rusia y China.
No creo que Vladimir Putin lleve la provocación hasta el patio trasero de EEUU. Lo que busca con el nuevo presidente es que le dejen tranquilo en el suyo, sobre todo Ucrania y Siria. La única opción sería el Gobierno (¿comunista?) de Pekín, convertido en el enemigo (comercial) número uno.
Es posible que al futuro presidente de EEUU se le acumulen tantos frentes en los primeros meses en la Casa Blanca, que una vez pasados los duelos y los fastos, Cuba caiga en cierto olvido, que deje de copar titulares y bravatas. Su objetivo es la revolución interna en EEUU con el populista Bannon de director de orquesta, acabar con el ISIS y expulsar a los inmigrantes sin papeles.
Raúl Castro tiene 85 años. Siempre ha sido el director de la orquesta de cada día. Fidel era el que trabajaba en la épica, en los sueños. Nada va a cambiar a corto plazo.
El éxito de Fidel Castro ha sido estar investido de épica revolucionaria hasta el día de su muerte cuando la épica y la Revolución desaparecieron a finales de los años sesenta, cuando pasó a ser una dictadura. Esa épica queda en decenas de canciones y en la memoria colectiva de la izquierda española que en muchos casos se niega a ver la realidad: Cuba no funciona, siempre ha estado subvencionada. El embargo de EEUU ha sido criminal y a la vez una excusa para todo, hasta para los más nimio, algo con lo que tapar sus propios errores.
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Están los éxitos de la medicina y la educación, con altas tasas de alfabetización, pero hace tiempo que no hay medicinas ni luz ni motivación para cambiar nada, ni profesores, que algunas clases se dan por televisión. Pese a estas carestías, Cuba envía médicos y maestros a Venezuela y otras partes del mundo. Esos gestos de solidaridad pertenecen a la propaganda.
Pese a todas las escaseces, Cuba es el país en mejor situación socio-económica de la región, el 67 en el índice de calidad de vida de la ONU. Es un país de claroscuros, de grises. La alegría de Miami y las frases de Trump, más propias de la Guerra Fría, no suponen una solución. La única vía para abrir la dictadura es la de Obama: normalizar, abrir, levantar el embargo, que los propios cubanos puedan cambiar su destino.
Y nos queda la música.