Tengo una mala noticia: la cumbre de Madrid sobre el clima (COP25) no logrará acuerdos significativos que palien o reviertan el problema global al que nos enfrentamos. No los logró Kioto ni París pese a los compromisos adoptados; tampoco lo conseguirá Madrid. Hay más impostura que valentía política. No existe una unidad de acción entre los países ricos, siquiera en la UE, más allá de los ejemplares Dinamarca, Finlandia y Noruega. Una muestra del postureo es el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, capaz de decir lo contrario de lo que afirmaba en la campaña electoral sobre Madrid Central, y de lo que hizo nada más llegar al cargo. No fue su equipo de gobierno el que defendió Madrid Central, que es un espacio de bajas emisiones, sino un juez. Almeida se presentó en la cumbre disfrazado de medio verde para sentirse ecologista por un día hasta que un indígena de la Amazonia le preguntó por la catedral de Notre Dame. Su respuesta: la risita nerviosa y las prisas. Ese es el nivel.
Serán días de reuniones y debates que deberían conducir a algún tipo de acuerdo final, que estará por debajo de la urgencia de la situación y cuyo cumplimiento será imposible porque una parte significativa de los firmantes son los boicoteadores. Son países y empresas que defienden sus intereses por encima del bien común.
Estas son las compañías más contaminantes del mundo, responsables un tercio de las emisiones de carbono. También lideran el negacionismo del cambio climático. Las eléctricas tampoco se salvan, aunque alguna se vista de medio verde como el alcalde de Madrid.
Este tipo de empresas contaminantes, como sucedió en el pasado con las tabacaleras que negaban que la nicotina fuese adictiva, pagan informes que benefician su punto de vista, que es el del negocio a corto plazo. Entre los favorecidos por estos pagos hay científicos, expertos y periodistas. Existen desalmados e idiotas que se burlan de Greta Thunberg y hacen chistes sobre el clima, o sobre las mujeres que salen a las calles para denunciar los femicidios y la violencia intolerable en el que viven. Son las cloacas permanentes, no importa el tema: siempre al lado del poder y el dinero.
Abunda una cultura económica depredadora que representan las compañías mineras: solo importa el beneficio por encima de cualquier valor moral o social; las consecuencias son para los que vienen detrás. No son inocentes, como demuestra esta información de The Guardian sobre lo ocurrido en Australia. No se trata de una excepción. Algunas tratan de cambiar en enfoque.
En España, los principales medios de comunicación aceptaron empapelar sus portadas con publicidad de una empresa eléctrica, que se autovende como campeona en la lucha verde contra el cambio climático, una afirmación más próxima a la propaganda que a la realidad, según explican con detalle en La Marea. En estos tiempos de mudanza de un modelo basado en la publicidad y las ventas en kiosco, y en las suscripciones, a otro de pago en internet no es fácil renunciar a ingresos millonarios. Pese a lo impactante de la imagen de todos los periódicos con la misma portada, es mucho peor el día a día en alguno de ellos en los que confunden opinión con información, incluso en sus titulares de portada.
El primer error está en el nombre de la cumbre: COP25: Conference of the Parties (Conferencia de las Partes). COP suena rotundo, aunque vacío, en un mundo anglosajón devorado por una ensalada de siglas. Ya no se dice “punto de vista” sino POV (point of view). Es solo un ejemplo. Así hablan en las reuniones y en las televisiones. En este batiburrillo de reducciones intelectuales es complicado detectar la idea principal. La idea, en este caso, es que nos jugamos la vida del planeta. Un solo grado de incremento global puede ser catastrófico. Este año, 2019, a punto de terminar será el más caluroso de la historia, superando el anterior, 2018. Es ese el camino suicida desde hace una década. Lo notamos en las temperaturas, las inundaciones y en los incendios.
Necesitamos cambiar el modo en el que consumimos, vivimos y viajamos. El principio de la evolución de las especies de Charles Darwin, que escandalizó al mismo tipo de personas que se escandalizan hoy con la lucha del cambio climático, es claro: no sobreviven las especies más fuertes ni las más inteligentes, sino las que se saben adaptar. Hay empresas que están en ese camino: es posible ganar dinero sin destruir el entorno .
Estamos en un aprendizaje colectivo que demanda un esfuerzo de todos. La primera lección sería dejar de hablar de cambio climático y pasar a definir la situación con precisión: emergencia climática. El primer medio de comunicación en adaptar su lenguaje a la realidad fue The Guardian. Una televisión que siguió esta línea tuvo problemas con sus accionistas, algunos de ellos empresas contaminantes o inversores en empresas contaminantes. Toda batalla empieza en el lenguaje. Sucede con Vox: se trata de un partido de extrema derecha xenófoba, no una derecha diferente. Quienes los blanquean son corresponsables de sus políticas.
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La cumbre no servirá para paliar la emergencia climática, ni se adoptarán medidas extraordinarias, y si se anuncian en un exceso de entusiasmo, no se aplicarán. Empezó mal con el presidente en funciones, Pedro Sánchez, afirmando que los negacionistas son un puñado de fanáticos. Son legión, presidente; son las empresas y los accionistas devorados por una codicia enfermiza, es el mismo sistema depredador que ataca cualquier intento de regulación, el que dispara contra sus planes de formar gobierno por miedo a tener que pagar impuestos. Los fanáticos a los que se refiere Sánchez son los tertulianos de los programas basura, y esos no son el problema, son la consecuencia de la endeblez cultural de países que han sobrevivido a una dictadura sin hacer todos los deberes.
La cumbre servirá para copar las portadas, en España y quizá en Europa, porque en EEUU apenas hablan de ella. También servirá para mover conciencias, y lograr un paso más en la movilización de la gente común, es decir, del 99%. En la calle está la verdadera política, la que cambia las cosas, como sucede en Chile con su Constitución. Es en la calle donde se impondrán las medidas contra la emergencia climática. Aún es pronto para esperar milagros concretos. De momento, solo empezamos a despertar de la gran mentira de que existe el crecimiento ilimitado.
Otro sistema es posible, y urgente.