La segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Ecuador ha dejado un ambiente enrarecido, con el banquero Guillermo Lasso denunciando un fraude electoral y protestas en Quito, Guayaquil, Riobamba, Ibarra y Bolívar entre otras ciudades. El izquierdista Lenín Moreno, vicepresidente de Rafael Correa entre 2007 y 2013, le venció por una diferencia del 51,16% frente al 48,84%, según los datos oficiales.
Lasso habló de “gobierno ilegítimo”, exigió un recuento y llamó a sus seguidores a “defender la voluntad del pueblo”. Lenín no tiene el carisma de Correa ni su capital político en 2013, ni la situación económica de entonces. Hereda un país dividido, zarandeado por la crisis y harto de escándalos de corrupción. Los últimos cuatro años de Correa han sido los peores: bajó el precio del petróleo y subió la represión. Hubo numerosos abusos y persecuciones a sus críticos, fueran periodistas, viñetistas o luchadores de los derechos humanos. Nada que ver con los primeros, cuando sentó las bases para la transformación del país.
Además de denunciar las irregularidades, Lasso basa su acusación en el hecho de que tres de los cuatro sondeos a pie de urna le proclamaron ganador. Market le dio un 51,45-48,55%; Cedatos, 53,02-46,98% e Informe Confidencial 52-48%. Correa ya ha amenazado con acciones legales contra Cedatos. Una fuente de los movimientos sociales ecuatorianos augura más represión y más gente en la calle. “Correa es experto en echarle gasolina a los incendios”, dice.
En la primera vuelta, celebrada el 19 de febrero, Moreno se quedó en el 38,88%, a décimas del 40% que le hubiera dado la presidencia, al superar por más del 10% a Lasso (segundo con 28%). Entonces la oposición también denunció fraude casi desde el instante en que se cerraron las urnas y sacó a la calle a sus seguidores.
Las redes sociales se convirtieron en un campo de batalla entre los tres Ecuador: los partidarios de Correa, sus contrarios y los decepcionados con el gobierno y con la oposición. Fue una noche electoral de rumores, denuncias, mentiras y noticias. Lasso convirtió esas décimas, en las que se dilucidaba la presidencia en la primera vuelta, en una prueba de fraude electoral y al presidente del CNE, Juan Pablo Pozo, en garante de que habría una segunda. La hubo, pero perdieron de nuevo.
La izquierda y algunos de los movimientos sociales que apoyaron a Rafael Correa en los primeros años y que le han abandonado en los últimos cuatro terminaron por votar Lenín, “la cara amable del régimen”, una personalidad más conciliadora que el volcánico Correa. En contra de Lasso ha jugado que es un mal candidato, un hombre de discurso plano y carisma nulo. No logró arrastrar los votos de los seguidores de los candidatos eliminados en la primera vuelta que le habían dado su apoyo.
Un ganador colateral de estas elecciones es Julian Assange, asilado en la embajada ecuatoriana en Londres.
Un grave incidente en los alrededores del estadio Atahualpa, tras el partido de fútbol entre Ecuador y Colombia (0-2), dio a Lasso un empuje de popularidad de última hora que estuvo a punto de otorgarle la victoria. Un grupo de energúmenos le atacó a él y a su familia con palos y piedras. Una de ellas impactó en la cabeza del candidato, que culpó después de los hechos a “mercenarios extranjeros”, sin señalar a ningún país en concreto, aunque todo el mundo entendía que hablaba del chavismo.
Estos hechos han coincidido en el tiempo con la chapuza de la Corte Suprema de Venezuela, que retiró a la Asamblea Nacional sus poderes legislativos. Ante la escandalera nacional e internacional y las más que evidentes divisiones en el chavismo, tuvo que rectificar días después. Un periódico español se precipitó al hablar de dictadura porque en las dictaduras la oposición no suele controlar el Parlamento.
Ecuador tampoco es una dictadura, como no lo es Bolivia. Son tres casos (además de Venezuela) que se suelen presentar como un todo cuando existen diferencias importantes. Les une la dialéctica, pero les separa su política cotidiana. Correa resulta poco progresista en los derechos de las mujeres o de los colectivos LGTB. Sus últimos años han estado salpicados por casos de corrupción. Uno de los más señalados es Jorge Glas, un hombre impopular que no se lleva bien con Lenín. Es el vicepresidente electo porque Correa impuso su presencia. Se vincula a Glas al caso Oderbrecht, que podría forzar su dimisión a medio plazo.
La victoria de Lenín tiene puntos en común con la de Maduro tras la muerte de Hugo Chávez. Ambos han tenido dificultades para mantener el voto de sus mentores. El mal gobierno de Maduro, algo que es evidente incluso para sus seguidores, ha coincidido con el desplome de los precios del petróleo. Lenín Moreno tiene más experiencia y recorrido que el primer Maduro. Su minusvalía causada por un disparo durante un atraco hace dos décadas le hace un tipo más sensible y abierto a las minorías. Pondrá en el mapa del Gobierno a los cerca 400.000 minusválidos ecuatorianos. Será el primer presidente en silla de ruedas desde Franklin D. Roosevelt. La principal duda que pesa sobre él, además de la salud, es si será un mero transmisor de Correa, que tratará de ejercer desde la sombra, o tendrá independencia.
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Pese a su victoria, en América Latina pintan bastos para las izquierdas, como recoge este trabajo de la BBC. Todo empezó en Argentina.
Los medios internacionales que siguen la política venezolana cargados de adjetivos no han dedicado la misma atención a los disturbios en Paraguay y a la grave crisis causada por el Partido Colorado, en el poder desde hace más de 60 años, un partido contaminado aún por los vestigios de la dictadura de Alfredo Stroessner. Los titulares que se aplican a la izquierda no valen para la derecha. Detrás de todos estos juegos de poder están las empresas extractoras, las que bombean petróleo, talan bosques, esquilman las tierras a los campesinos indígenas y exportan minerales estratégicos.
Muerto Chávez, descabalgada Kirchner, semi retirado Correa y con un Daniel Ortega que es mejor no airar como modelo de político de izquierda, solo queda Evo Morales. Y el recuerdo de Pepe Mujica, que salió del poder como había entrado: limpio de corrupción y con la cabeza en su sitio.