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Si nada lo estropea quedan un par de días para vernos las caras, reconocernos, sonreír y comprobar cuánto hemos engordado en estos 14 meses de excepcionalidad vírica. Será una experiencia sentir el aire en el rostro, y llevar gafas sin que se empañen los cristales. Son señales extraordinarias que indican que la derrota de la pandemia está próxima, aunque aún no sea completa. Está viva la amenaza de la variante india Delta, agravada por una versión más agresiva. Seamos prudentes.
La siguiente estación serán los abrazos. No sé si serán achuchones entre vacunados revueltos o fragmentados en las nuevas tribus identitarias: los de Pfizer con los Pfizer; los de Moderna con los de Moderna; los astrazénecos con los astrazénecos, los de Janssen con los de Janssen.
No se rían, que esto es serio. No querían dejar entrar a los vacunados con AstraZeneca en el primer concierto pospandémico de Bruce Springsteen en Nueva York, solo estaban admitidos los vacunados con productos made in USA. Como se montó una buena en Canadá, han tenido que rectificar. La vieja estupidez no ha muerto, de eso sabemos mucho en España.
Después de tanto tiempo protegidos detrás de una mascarilla parecerá que estamos desnudos, en peligro de enfermar de cualquier cosa. Habrá miedo porque somos animales de costumbres que detestan los cambios.
Es el triunfo de las pequeñas cosas, las que están al alcance y pueden hacernos felices, las que nunca vemos empeñados en vivir la vida en un sprint continuo cuando es una maratón.
Lo nuestro ha sido un juego de niños ricos comparado con la vida cotidiana y sin esperanza de millones de mujeres confinadas detrás de un burka, un niqab o bajo cualquier otra forma de opresión, menosprecio y silenciamiento. Nos hemos cubierto la boca y la nariz por orden sanitaria y ya estaban los negacionistas en revuelta contra la dictadura de la ciencia.
Espero que las autoridades expliquen bien que el fin del uso obligatorio de la mascarilla al aire libre no significa el fin de todas las precauciones. Seguirá siendo obligatoria en el transporte público. Hay que mantener la sensatez en tiendas, mercados, cines, teatros, garajes, zonas comunes de los edificios, ascensores… Es fácil, basta con pensar.
Aún no hemos entrado del todo en la proclamada “nueva normalidad” y debo confesarles que ya estoy harto de tanta solemnidad primermundista.
Me molesta la frase, su vaciedad publicitaria. Deberíamos definir antes qué es o era normal, y qué inaceptable. ¿Es normal el clima político español en el que el jefe de la oposición insulta a todos los que no están de acuerdo con él? ¿Es normal que la derecha española vaya siempre a contracorriente de las derechas democráticas europeas, las que pelearon a su manera contra el nazismo? ¿Es normal que todo sea un arma arrojadiza y la Cosa Pública un negocio privado? ¿Es normal que una parte del Procés siga instalado en la ficción, que nadie se atreva a decir ‘la independencia está desnuda’?
¿Es normal que España sea el país con más paro juvenil de la UE, no importa quién gobierne? ¿Qué falla, la educación, los empresarios?
El periodista Andrés Oppenheimer, que aparece en el vídeo anterior, sostiene en el libro Crear o morir que una de las diferencias entre el mundo anglosajón y el latino es el derecho a fracasar. En las sociedades protestantes, en las que mejor ha prendido el capitalismo, no está mal visto el fracaso. Se entiende que es una persona que se está tomando su tiempo antes de triunfar.
En España, el fracaso te condena (menos si estás en política). Esa rigidez afecta al atrevimiento y a la financiación. España es un país especial en este asunto porque también está mal visto el triunfo: ‘¿este qué se ha creído?’. Prima la grisura, no destacar, bajar la voz.
¿Cómo conseguir un cambio de mentalidad si la escuela está secuestrada por las sotanas y por padres que dicen tener un sacrosanto derecho de propiedad sobre sus hijos? Hablan como los islamistas radicales que defienden el derecho a mutilar a sus hijas.
¿Es acaso normal gastar miles de millones de dólares y euros en armas y no en medicinas? ¿Lo es que falten vacunas en el Tercer Mundo? ¿Son normales la guerra, la desigualdad y la pobreza crónica? ¿Es normal este sistema piramidal basado en la explotación?
¿Es normal que los obispos de EEUU estén en la senda de negar la comunión al católico Joe Biden por no oponerse por ley al aborto? ¿Es normal que esta sociedad opulenta y enfadada haya renunciado a la verdad? ¿Es normal que las televisiones generalistas sean transmisores cotidianos de falsedades y odio? ¿Es normal el espectáculo sobre las niñas de Canarias?
Qué es eso de nueva normalidad si lo que queremos es la vuelta de la normalidad ética, la que surgió del final de la Segunda Guerra Mundial, la que defendía los derechos humanos. ¿En qué se basa el paraíso pospandémico que se promete como un ungüento milagroso?
Hace unas semanas colgué un tuit provocador; decía: “Veo en un parque de Madrid a decenas de madres con niños pequeñísimos. Seguramente muchos de ellos celebrarán la llegada del año 2100. ¿Cómo será su mundo? ¿Qué tipo de trabajos tendrán? ¿Existirá la democracia? ¿Se podrá respirar al aire libre? Me alegro de no tener hijos”.
Un tuitero me respondió: “Menos mal que tus padres no pensaron lo mismo”. Le dije que mis padres habían vivido la Segunda Guerra Mundial y que en los años 50 había esperanza.
¿Qué hemos aprendido exactamente de la pandemia, qué han aprendido nuestros líderes y los llamados referentes sociales? ¿Tenemos claro que el covid-19 es una pandemia de medio pelo comparada con otras que podrían llegar? ¿Sabemos que la catástrofe climática causará más muerte y daño económico que el coronavirus, y que será difícilmente reversible?
Todavía hay políticos y periodistas que se ríen de las señales de un clima extremo. Los hay en el PP y en el PSOE. En Madrid tenemos un alcalde que viaja en dirección contraria al resto de las grandes capitales, y de ciudades como Vitoria que llevan años apostando por los espacios amables con la naturaleza y las personas. ¿A qué nueva maldita normalidad se dirige este Madrid de atascos y humo?
Ver másÁlvaro Morata como síntoma
¿Cuál es el nuevo PP, el que desoye su corrupción y destruye pruebas o el que dice que se cambia de sede y ya está, todo arreglado? ¿Dónde está el mensaje de las nuevas izquierdas, que en los casos extremados siguen empeñados en la defensa de la pureza ideológica dentro de la granja de Orwell?
La nueva normalidad es la de antes, la de siempre, la mala, la de una sociedad egoísta basada en el dinero, el éxito y la belleza a cualquier precio, en el culto enfermizo de lo efímero. Lo bueno debe ser trending topic durante unas horas. Casi nada cala, casi nada permanece. Es una sociedad que galopa hacia su destrucción. Esta es la base del capitalismo salvaje que nos gobierna desde Thatcher-Reagan: ordeñar la vaca hasta que muera extenuada.
Sería mejor proponer una nueva anormalidad, un verdadero golpe de audacia, el del mundo al revés de José Agustín Goytisolo que canta Paco Ibáñez.
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