Trump elige la opción incendiaria

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Hay datos que permiten afirmar que Joe Biden ha estado por debajo de las expectativas y que Donald Trump ha logrado mantener su base pese a la catastrófica gestión del coronavirus: de camino a los 10 millones de casos y 250.000 muertos. Que el presidente se declare vencedor de unas elecciones que aún no ha ganado y denuncie sin pruebas —como es habitual en él—, la existencia de un fraude demuestra que teme perderlas en los millones de votos enviados por correo, y que ahora están siendo escrutados en varios Estados clave.

Lo peor de este discurso, propio de un dictador como el bielorruso Alexander Lukashenko, es su exigencia de que dejen de contarse las papeletas pendientes y amenazar con su Tribunal Supremo, sin tener en cuenta la existencia de otros tribunales inferiores que deberán decidir sobre las disputas. Escribo “su Tribunal” porque acaba de completarlo a toda velocidadcompletarlo a toda velocidad con una juez antiabortista. Dispone de una mayoría conservadora de 6-3. Nada es causal en Trump y en la extrema derecha que le acompaña y jalea.

De los tres posibles escenarios, ya podemos descartar uno: la victoria aplastante de Biden. Quedan dos, que el recuento final dé la victoria en buena lid de Donald Trump, más allá de la contestación judicial en algunos casos concretos, o que el aún presidente de EEUU enmarañe el procesoenmarañe el proceso. Trump y su equipo van a tratar de anular el máximo posible de votos por correo y asegurarse cuatro años más en la Casa Blanca sin importarles el precio. Los gobernadores de Pensilvania, Michigan y Wisconsin son demócratas, pero su poder legislativo está dominado por los republicanos. Pueden producir resultados distintos que deberá resolver el Supremo.

EEUU es un país dividido y armado hasta los dientes con un presidente que juega a ser Nerón. ¿Qué puede salir mal? Trump es un tipo listo sin un plan, improvisa según le dictan su olfato y su ego. Para él solo hay dos opciones: si no gano es que me han robado. No existe la tercera, que es la base de la democracia: aceptar la derrota. No es algo que encuentre en su esquema de valores.

En Michigan están activas varias milicias supremacistas. Una de ellas trató de secuestrar a la gobernadora, Gretchen Whitmer, por su política de confinamiento para luchar contra el virus. Trump había tuiteado semanas antes, “¡Liberad, Michigan!”. Este tipo de bandas armadas son seguidoras de Trump y están a la espera de que un tuit les llame a la acción. Es un escenario peligroso. Todas las guerras comienzan con un muerto. Después son difíciles de sujetar. El odio salió a pasear sin correa hace años en un EEUU en decadencia. Es el que impulsa a Trump.

La letra pequeña de las elecciones no ofrece buenas sensaciones para Biden. En el condado de Miami Dade, el más grande de Florida, ha estado por debajo del resultado de Hillary Clinton en 2016. Esto explica en parte la pérdida del Estado. El 70% del voto de Miami Dade es cubano y venezolano. Han comprado el discurso trumpista de que Biden y Kamala Harris son peligrosos comunistas. Es algo que se ha repetido en otros Estados. Desaparecieron los matices.

Hay un electorado que se siente cómodo con este tipo de descalificaciones. Es el que dejó de alimentarse de noticias porque prefiere los bulos. No son solo los zotes racistas, también hay gente educada y una parte de Wall Street. Trump no deja de ser uno de los suyos.

Biden no ha desatado una ola nacional de entusiasmo. No le ha bastado con NO SER Donad Trump para imponerse con claridad. Hacía falta algo más, tal vez un discurso, una visión del mundo y de EEUU, para movilizar a una población exhausta. El trumpismo funciona como una túrmix emocional permanentetrumpismo que ha dejado exhaustos a los que no saben cómo enfrentarle. ¿Cuál es el plan ahora si Trump trata de robarles las elecciones en los Estados aún en juego?

Los demócratas, como una parte importante de la izquierda europea, se mueven encaramados en grandes eslóganes descafeinados que no llegan a una población que ha perdido la confianza en el futuro, en sus dirigentes y en sus instituciones, azotada por una crisis pandémica sin final en el horizonte y con una crisis económica que acabará en depresión y paro.

Trump ha conseguido imponer su realidad alternativa. Todo comenzó en la toma de posesión, hace casi cuatro años. Se empeñó en afirmar que habían acudido más personas que a las dos de Barack Obama. No importó que las fotografías aéreas lo desmintieran. Es inasequible a los hechos comprobados y a la ciencia. Todo lo que no esté en su guión narcisista es mentira, sus célebres fake news. Entramos ahora en un terreno muy peligroso.

Para el Partido Demócrata, Joe Biden no era el mejor candidato. Este mes cumple 78 años. El problema no está en la edad sino en que se nota muy viejo, cansado, distraído. Bernie Sanders tampoco hubiera ganado, demasiado a la izquierda. Se perdió la oportunidad de dar entrada a savia nueva, gente con un discurso fresco, los Pete Buttigieg, Beto O’Rourke y Kamala Harris.

No son solo los nombres y apellidos, es la forma arcaica de presentar sus ideas. Nos hablan del pasado pese a que vivimos tiempos en los que abunda el miedo al futuro. Necesitarían renovar el lenguaje, bajar del pedestal, pisar la verdadera callela verdadera calle. Es una lección para el modo de hacer política en España y otros países, todos metidos en una nube alejada del suelo.

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Es significativo que las demócratas insurgentes con Alexandria Ocasio-Cortes a la cabeza hayan ganado su reelección por amplias mayorías. Se les suma Cori Bush, una política de gran fuerza. Quizá sea el camino, pero alguien debería trabajar entre las trincheras para unir un país si se quiere evitar una catástrofe inimaginable. Hablo de guerra civil. Biden podría ser esa figura en el corto plazo, pero de ganar deberá trabajar con un Senado republicano.

Lo ocurrido también es una lección para los periodistas y las empresas demoscópicas. Nos dice más Borat sobre la verdadera América que mil programas de debate en la cadena CNN.

Pero al menos nos queda la música, y la paciencia.

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