Que se vote, coño

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Está la realidad en la que sobreviven millones de personas: pobreza, malos tratos, violaciones, feminicidios, guerras, cambio climático, refugiados tratados como delincuentes, y enfrente está la política como un ejercicio narcisista que no resuelve problemas, más bien los crea. No dejen de ver el vídeo que encabeza el texto. Los enlaces que verán a continuación son un grito, una provocación.

Llegó el 10-N. Las encuestas (en vez de las espadas, afortunadamente) están por todo lo alto y el centro vuelve a ser un vagón de metro en hora punta. Las palabras perdieron hace tiempo su sentido. Se puede soltar una mentira y la contraria días después sin que pase nada. Se puede uno levantar moderado por la mañana, porque así lo aconsejan los asesores y gurús, y acusar al presidente del Gobierno por la tarde de buscar la violencia en Cataluña. Estos políticos no son alienígenas expulsados de su galaxia, son personas que representan nuestro nivel como ciudadanos. Tenemos una tolerancia con la mentira y la corrupción incompatible con una democracia sana. Es la política entendida como un espacio libre para la impostura.

Hay una irritante laxitud que permite comprar el voto de dos diputados de la Comunidad de Madrid, financiar campañas en B en un dopaje electoral que altera los resultados, montar tramas corruptas, destruir pruebas con un martillo, cambiar los jueces de tribunal para que nos juzguen los amigos, o para que expiren los plazos, y promover campañas sucias para desmovilizar a la izquierda. También están los ERE de Andalucía, claro. Aquí, casi nadie es inocente. La tragedia es que todo esto y mucho más no impide enarbolar las banderas de la eficacia y la regeneración, de prometer derogar la ley mordaza y olvidarse de lo prometido nada más llegar al gobierno. Un programa electoral debería ser un contrato.

El amigo del cachorro Lucas se ha debido de quedar sin asesores que le indiquen la diferencia entre lo intrépido y lo ridículo. Fue su debate electoral más flojo. El mejor momento, cuando echó en cara a Santiago Abascal su mamandurria. Después del duelo a cinco, solo hombres, los líderes se fueron a sus sedes para que les vitoreasen los suyos. Un poco de masaje de ego para calmar la adrenalina de sentirse el mejor antes de dormir.

Los partidos políticos, tan útiles en la construcción de la democracia, han derivado en parroquias de feligreses entusiastas que ejercen la adhesión inquebrantable al líder, o al que hace las listas electorales. Estar en ellas asegura cuatro años de salario, aunque con Pedro Sánchez nunca se sabe cuáles son los plazos. Más de la mitad de los diputados de Ciudadanos que en abril hacían planes hasta 2023 pueden acabar el lunes en la cola del paro. Obedecer nunca ha sido fácil.

La mayoría pensamos que la repetición de elecciones ha sido un error, que ofrece una nueva oportunidad al trifachito. Ya veremos quién no duerme el domingo por la noche. La ausencia de un Gobierno en funciones en los días posteriores a la sentencia del Procés ha debilitado la credibilidad de la respuesta frente a la violencia callejera. Tengo un amigo catalán, gran analista y con fuentes propias, que sostiene lo contrario. Según él, la sentencia hubiera hecho saltar el Gobierno de coalición por los aires (pese a que Podemos ha mostrado un gran sentido de Estado) e impedido el apoyo de ERC a los presupuestos. Tras ese ejecutivo dinamitado hubieran llegado años de gobierno de las tres derechas. Para este amigo, el 10N es un riesgo, pero abre una oportunidad. Pasada la sentencia, la explosión en las calles de Barcelona, llega el momento de la política. ERC tratará de forzar elecciones anticipadas en Cataluña en febrero. Si las gana, y gana el PSOE el 10N, habrá un puente, estrecho, endeble, pero puente.

Más allá de las cuentas de con quién o quiénes gobernará el PSOE, si gana el domingo, me preocupa Vox. No su ascenso, sino su cambio de discurso. En las últimas elecciones era un partido de extrema derecha español, franquista, en blanco y negro, que se dirigía a una España que ya no existe. Pese a ello, obtuvieron 24 diputados que se explican en el desplome del PP más que en sus méritos. En estos meses han realizado un giro espectacular. Su discurso ahora es populista, nacionalista, anti élites y eurófobo, que centra su diana en los emigrantes y en los musulmanes, elevados a grandes enemigos. Sustituyen a los judíos en los años 30 en Alemania, pero el mecanismo de odio es el mismo.

Ese es el discurso de la extrema derecha europea que no deja de crecer en Alemania, Austria y los idílicos países nórdicos. Es el discurso que les conecta con el Brexit y con Donald Trump. Con ese cambio pasan de una liga regional a la primera división de la xenofobia internacional. Han venido a quedarse.

Resulta incomprensible que Abascal pudiera hacer su debate al margen de los demás, con los que apenas interactuó, menos dos rifirrafe concretos con Rivera y Pablo Iglesias, y al margen de la verdad, pues colocó todo tipo de mentiras y datos falsos sin que nadie le cuestionara. ¿Tenía Casado la orden de sus asesores de ignorar a su principal amenaza por la derecha? ¿No sabe Sánchez que como presidente, por provisional que sea, tiene obligaciones en la defensa de la verdad y del Estado?.

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Fue un debate tan descafeinado y aburrido que hasta los moderadores, que son dos grandes periodistas, no estuvieron brillantes al permitir que Casado y Rivera bloquearan al presidente con su ruido de fondo (Torra, Otegui) en varios tramos de la noche. El formato de este tipo de debates no lo pueden decidir los partidos, es un asunto en el que deberían mandar solo los periodistas.

La derecha votará disciplinada, la izquierda seguirá enredada en su pelea de patios de vecinos mientras se llena la boca con la globalización y el cambio climático. De lo local a lo planetario. Para mi, Pablo Iglesias ganó el debate, aunque estuvo peor que en los dos últimos. El día que logre ser tan bueno haciendo política, leyendo la letra pequeña de la realidad, será un líder para gobernar España. Pero ese día no llegará mientras que el PSOE no se hunda como sus colegas del Partido Socialista en Francia o el PASOK en Grecia. No existen los mesías fiables ni los milagros. Tampoco quedan utopías, se las compraron los malos. Toca defender el fuerte, defender los derechos sociales conquistados, la sanidad y las pensiones públicas. ¿Entregarían su derecho a una pensión digna a fondos buitres, bancos que no devuelven el dinero al Estado y a multinacionales que han sido la causa de la crisis? Piénselo, y voten. Feliz domingo.

 

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