La política de hartura

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El otro día, mi pescadero de confianza, al ver mis ojos de besugo cuando reparé en el precio exorbitante de la merluza de pincho, me contó que la causa del subidón era “el temporal”. Por un instante pensé: “¡No me digas que las merluzas también están revueltas por lo de Cataluña!”, pero no, mi pescadero amigo se refería a los fenómenos meteorológicos que golpean diversos puntos del planeta en estos días. “El mar está revuelto, faenar es complicado y los peces se ponen a salvo en el fondo”, aseguró. Así que me llevé dos gallos y una idea poética para reflexionar sobre temporales...

De camino a casa, pensaba: “Qué listos los peces, los jodíos, se esconden en el fondo, en plan bunker, hasta que cesa el temporal”. La imagen metafórica era potente. Nosotros, que disponemos de conocimiento y tecnología, siempre resultamos sorprendidos por los movimientos de tierra y ellos, pobres pececillos que no han estudiado física, ni saben lo que es el Radón, la magnetometría o la triboluminiscencia, en cuanto se “escaman” un poco y barruntan que algo chungo se avecina, tiran para abajo y se ponen a cubierto. Muy fan.

Amo las metáforas desde niña, no tanto por su sentido estético, como por lo mucho que ayudan a descifrar la realidad. Reconozco que recurro asiduamente a la metáfora viva para tratar de comprender lo que se me escapa, aunque a veces se pone tan difícil la cosa, que se le quitan a una hasta las ganas de metaforear, solo apetece tirarse al fondo de la nevera, a por el fuet.

Pensando en el monotema del posible o imposible referéndum del 1-Omonotema, asunto que ha eclipsado todo lo demás y que a muchos nos tiene hartos, saturados y agotados, me pareció envidiable la imagen de los peces a resguardo, esperando a que amaine el temporal para poder volver a practicar natación y disfrutar de la sal de la vida. “Quisiera ser un pez”, canturreé...

Estaba tan relajada, visualizándome, cual pececillo, en una deliciosa travesía submarina por las profundidades, ajena al ruido ensordecedor de la superficie, que me trasladé musicalmente hasta la patria confortable de la infancia y me puse a tararear: “En el fondo del mar, matarile...”  pero, al llegar a ese otro fragmento: “¿Dónde están las llaves?”, la mente traicionera y sádica me llevó automáticamente al “¿On estan les paperetes?”. Y aquí se acabó mi relajación, matarile rile, ron, chimpón.

Es que nuestro ecosistema social no es tan apacible ni tan colorido como el marino, ni nuestra memoria colectiva tan fugaz como la de Dory, ni nuestros bancos se forman con un montón de almas que se agrupan para protegerse.

Los seres humanos navegamos en otras aguas y no, no somos peces, aunque haya mucha rémora y mucho tiburón entre nosotros.

Pero soy más tozuda que la defensa del 1-O que hace Puidgemont, más tozuda que el Estado que defiende Martínez Maíllo, así que esta mañana he regresado al asunto “peces” y he encontrado una nueva interpretación. Otra virtud de la metáfora, puede ser objeto de diferentes traducciones...

En esta nueva visión, en la que los peces no serían humanos corrientes y votantes en elecciones, sino sus representantes políticos, lo de “ponerse a resguardo del temporal” resultaría tan inmovilista como poco resolutivo. Una cosa más propia de moluscos...

Enlazar ideas acaba resultando adictivo así que le he dado una tercera vuelta de tuerca a la metáfora y he encontrado una versión más esperanzadora que la anterior: si los peces fueran nuestros representantes políticos y lo de nadar hacia abajo no significara huir sino profundizar, no escapar sino aprovechar el temporal para tratar de conocer, a fondo, la gravedad de la situación con el ánimo de resolverla. O sea, si pensaran en otra clave que no fuera electoral, si dejaran de hacer política de bajura y de hartura... Habría alguna posibilidad, por pequeña que fuera, de deshacer el nudo.

El otro día, cuando llegué a casa entusiasmada con la revelación de mi amigo pescadero, me puse a teclear compulsivamente, tratando de encontrar información sobre el comportamiento de la fauna marina ante un huracán o un terremoto. Y, qué bajón, no encontré certezas acerca de la huida de los peces a las profundidades durante el temporal.

La única historia recurrente que hallé y que ya conocía, es la del pez remo, ese que tiende a adherirse al fondo del mar y cuya salida repentina a la superficie suele interpretarse como el anuncio de que un terremoto está al llegar. No hay estudios científicos que avalen su capacidad premonitoria, pero ojalá no veamos a uno de esos en nuestras playas.

Pasaremos la varicela, pero ya no seremos los mismos

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Pido perdón por apuntalar mi reflexión con una metáfora no avalada por la ciencia pero, ya saben, que la realidad no te estropee la ilusión de que pase el huracán. O te matarás a fuet.

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NOTA DE LA AUTORA: El monotemático temporal ha eclipsado el drama que vive México y que sentimos en la distancia todos los que lo queremos de un modo especial. “Por tantas cosas buenas que soñamos desde aquí, México, México, México, en Madrid se piensa mucho en ti”.

El otro día, mi pescadero de confianza, al ver mis ojos de besugo cuando reparé en el precio exorbitante de la merluza de pincho, me contó que la causa del subidón era “el temporal”. Por un instante pensé: “¡No me digas que las merluzas también están revueltas por lo de Cataluña!”, pero no, mi pescadero amigo se refería a los fenómenos meteorológicos que golpean diversos puntos del planeta en estos días. “El mar está revuelto, faenar es complicado y los peces se ponen a salvo en el fondo”, aseguró. Así que me llevé dos gallos y una idea poética para reflexionar sobre temporales...

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