La emigración en España está alcanzando cotas históricas. Atrás quedaron los tiempos en los que los españoles ataban las maletas con una cuerda y se embarcaban en un proyecto cruel, misterioso e inmisericorde para huir del hambre. Ahora, acuciados por la presión del sur a la que se ponen concertinas y la ausencia total de un proyecto de futuro, la barrera de los Pirineos vuelve a saltarse de forma masiva aunque surgen nuevas iniciativas para ahorrar el porte. Ahora son comunidades enteras las que quieren emigrar. Cataluña lleva tiempo proponiendo preguntar a sus ciudadanos qué es lo que quieren y desde las altas instituciones que garantizan la democracia responden que eso no se pregunta, que es de mala educación, que lo impide una Constitución que se vende como aquellas tablas que Moisés bajó del Sinaí con diez cosas que dios no quería que hiciéramos y que dicta lo que los humanos pueden o no pueden plantearse para que en su afán autodestructivo no elijan vivir peor.
Así, los que no están por la migración del noreste de España hacia la independencia aleccionan a los catalanes sobre todos los males que les esperan si se empeñan en coger esa vereda, augurándoles una catastrófica caída por una catarata gigantesca tras lo que se presentaba como un plácido paseo en canoa sobre aguas tranquilas. La unidad no es una cuestión política sino una demostración de amor.
Es curioso que los más furibundos defensores de la unidad de la patria sean también los encargados de sembrar y regar la xenofobia nacional por doquier. Durante años los diarios madrileños amantes de la unidad de España sacaban en portada a Jordi Pujol como un ladrón que venía a robar los impuestos de los españoles auténticos.
De los vascos mejor no hablar. El que quiera empaparse con el insulto ilustrado que consulte un libro titulado Cocidito Madrileño en el que se recopilan las barbaridades que se dicen en las distintas radios de la derecha sobre ese pueblo, al que suelen calificar como inferior desde el punto de vista intelectual por alguna tara anatómica que, unida a la endogamia de los ocho apellidos famosos, les convierte en seres inferiores capacitados para levantar piedras y poco más. Destacaba en este cometido de investigación sociológica la radio de la Iglesia que, atenta como está siempre a su negocio, tenía una emisión especial para el País Vasco diferente de la que gozaban el resto de los españoles donde no se decían este tipo de estupideces. En la emisión católica para los vascos, estos resultaban ser normales. Así son de astutos, y por eso ese negocio basado en el hombre invisible que habita entre las nubes del cielo les dura tantos siglos.
Estos profetas de la unidad nacional mantienen el mismo criterio en la defensa de la unidad de España que en la indisolubilidad del matrimonio: por cojones. Del mismo modo que en su día se opusieron ferozmente a la ley del divorcio, que salió adelante durante el Gobierno de Adolfo Suárez al que ahora dicen que adoran y al que ya han perdonado sus reiteradas traiciones y su resistencia numantina a ser apuñalado por la espalda haciéndoles tan complicado el trabajo de dinamitar la UCD, estos profetas, decíamos, entienden que la unidad de España es incuestionable porque la garantiza el ejército español. Esa es la poderosa razón afectiva que nos mantendrá unidos por los siglos de los siglos.
En su afán por rendir cuentas a su electorado, los partidos nacionalistas hacen su trabajo y en estos tiempos de crisis lo tienen fácil: si nos quedamos con el cien por cien de lo que recaudamos no serían necesarios los recortes, les dicen. Este argumento cala en el contribuyente. No hay que olvidar que los movimientos secesionistas siempre surgen en las regiones ricas. En España ya se sabe cuáles son y es ahora cuando esos señores que les ponen a parir les echan en cara su falta de solidaridad olvidando que esa lluvia fina con la que han estado regando durante muchos años los campos de nuestra geografía ha calado hondo en ambos lados. Son muchos los ciudadanos que reproducen al pie de la letra esas sandeces que escuchan todos los días en los medios de comunicación a pesar de que, según dicen, uno de sus mejores amigos es catalán, o vasco, o gay, o negro; y también son muchos los catalanes y vascos que se basan en esas patrañas para sentirse despreciados.
Bueno, pues las cartas están sobre la mesa y el presidente no está ni se le espera, ni siquiera por plasma.
También sorprende que estos señores gobernantes y sus palmeros mediáticos que califican las concentraciones de los indignados españoles de maniobras nazis para dar un Golpe de Estado contra el Sistema Democrático, se muestren entusiasmados con lo ocurrido en Ucrania, donde los ciudadanos han desplazado a los que habían ganado las elecciones para colocar en el Parlamento a los que las habían perdido. También se les vio el plumero en la guerra de los Balcanes, donde la UE y los más acérrimos defensores de nuestra unidad patria reconocían de inmediato a los países que declaraban la independencia de forma unilateral.
Sin llegar a estos extremos, lo que proponen los catalanes, también la mayoría de los que votarían no a la independencia, es una consulta para saber lo que piensa el personal y esto, según les dicen desde Madrid, tampoco se puede hacer. Sí se puede, de hecho se hace constantemente y los sondeos de opinión recogen las variaciones en las intenciones de voto de los paisanos. No es de extrañar que en este estado de intransigencia crezca el independentismo.
Estos señores propulsores de la unidad de España, que se convierten con su “no a todo” en una fábrica de independentistas, fuerzan el portazo. Con su prepotencia y desprecio por la voluntad popular crean un mundo imaginario, utópico, ideal, en el que vivir: un mundo sin ellos.
En las circunstancias actuales, ¿quién no se iría de España?
No están los tiempos para arrimar el hombro en ese proyecto de unidad. España es suya y sólo suya, la han convertido en una especie de SL.
No es de extrañar que cale el discurso de los que proclaman: os la podéis quedar enterita, nosotros nos vamos. Unos con maleta; otros en masa, con sus tierras, sus ovejitas, sus olivos, sus butifarras y sus caganers.
Como el maltratador sorprendido al verse abandonado por su mujer, así se quedan los herederos de aquella “Una, Grande y Libre”. Me vienen a la cabeza los versos de Javier Krahe:
"¡Pero bueno! ¡si falta una maleta!la de piel, para colmo la de piel¿para qué la querrá la imbécil esta?¿dónde se habrá metido esta mujer?"
La emigración en España está alcanzando cotas históricas. Atrás quedaron los tiempos en los que los españoles ataban las maletas con una cuerda y se embarcaban en un proyecto cruel, misterioso e inmisericorde para huir del hambre. Ahora, acuciados por la presión del sur a la que se ponen concertinas y la ausencia total de un proyecto de futuro, la barrera de los Pirineos vuelve a saltarse de forma masiva aunque surgen nuevas iniciativas para ahorrar el porte. Ahora son comunidades enteras las que quieren emigrar. Cataluña lleva tiempo proponiendo preguntar a sus ciudadanos qué es lo que quieren y desde las altas instituciones que garantizan la democracia responden que eso no se pregunta, que es de mala educación, que lo impide una Constitución que se vende como aquellas tablas que Moisés bajó del Sinaí con diez cosas que dios no quería que hiciéramos y que dicta lo que los humanos pueden o no pueden plantearse para que en su afán autodestructivo no elijan vivir peor.