Nacido en los 50
Gente sin alma
Otra vez llego tarde, pero me gustaría aportar mi opinión porque creo que los hechos acontecidos tras estrellarse el Yak-42 definen al personal que nos gobierna de forma meridiana.
Como en una pesadilla recurrente en la que aquel que no está bien enterrado regresa, el caso vuelve a salir a escena. No por casualidad, sino por la tenacidad y resistencia de las familias de los militares muertos, que nunca han dejado de luchar y se han negado a rendirse, a dejarles abandonados en la memoria de la mentira.
La indignidad de los protagonistas y responsables, porque los hay, y no sólo en el terreno político, ha sido recompensada con creces, económica y políticamente, por quienes ahora nos gobiernan. Esta Roma sí paga a los traidores.
La cuestión que se extiende hasta el infinito en el cúmulo de mentiras y villanías puede quedar resumida en la frase del actual consejero de Transportes del PP en Menorca, el entonces general Luis Alejandre, máximo responsable del Ejército cuando ocurrió la catástrofe, que me niego a llamar accidente porque los militares viajaban aterrorizados en aquellos vuelos, al afirmar sólo una semana después de la tragedia: “Los militares no organizamos viajes a Cancún”. Sólo la premura del momento y el desconocimiento de todo lo que se supo después puede atenuar el desprecio por la memoria de sus compañeros, con los restos todavía calientes, así como por el dolor de los familiares. Nunca encontraron satisfacción. Nunca recibieron un acto de homenaje. Como dijo uno de los familiares en una sesión del juicio ante el juez Bermúdez, “los trataron como a perros”. ¿Por qué? He ahí el quid de la cuestión.
Si se hubiera tratado de un accidente habrían recibido otro trato, se les habría tratado con algo de respeto. Parecía que en lugar de una repatriación se tratara de desertores huyendo de su puestos. Esa fue la consideración con la que se les trató, enmascarada por la puesta en escena de un funeral con presencia de todos los altos mandos militares y civiles, incluyendo al Jefe del Estado. Creían que bajo tierra la cosa dejaría de oler. Decidieron echar toneladas sobre aquellos restos. La historia ha demostrado que no fueron suficientes.
Todos los implicados en aquella felonía fueron premiados por sus “servicios prestados” a la causa general de lavar la cara del Gobierno de entonces, con el señor Trillo al frente del Ministerio, que pagó en negro, según Bárcenas, la defensa de algunos implicados en esta vergüenza que tuvo el resultado de 62 muertos. Ya saben, son siempre casos aislados que, paradójicamente, se colegian a la hora de acudir a juicio, como si de una banda se tratara, y siempre coordinados por el señor Trillo.
Lo de Cancún fue la única verdad que se dijo. En efecto, el Ejército no organizaba viajes de novios, pero sí un entramado dentro de la legalidad, que permitía que desapareciera el dinero que destinaban los ciudadanos con sus impuestos al transporte de militares, y que terminaba reducido a una cifra irrisoria que impedía la contratación de vuelos decentes con la mínimas condiciones de seguridad. Esa fue la causa directa de la muerte de estos ciudadanos. Esa y no otra es la consecuencia de un entramado corrupto en el que por elevación se implicó todo el mundo.
Digo que me niego a llamarlo accidente, porque es cierto que fue un acto inesperado, pero no ocurrió por casualidad. Las condiciones en las que volaban, inexplicables para aquellos militares que las padecían, las reflejaron en diversas quejas que quedaron incluidas en un informe que se elaboró cinco meses antes de que se estrellara el Yak-42 y que el Ministerio de Defensa ocultó al Congreso de los Diputados a la hora de dar explicaciones. Los militares enviaban cartas y fotos en las que mostraban las deplorables condiciones en las que viajaban y, según relató un familiar, decían que pasaban más miedo en los viajes que en las misiones. ¿Ninguno de los responsables se preguntó por qué viajaban en vuelos que costaban la cuarta parte de lo que se pagaba?
Era previsible y, desde luego, evitable, que ocurriera algo parecido en esas circunstancias. Y ocurrió. ¡Ojalá! se hubieran equivocado aquellos militares y todo fuera producto de una paranoia. Por desgracia no fue así. La ley de probabilidades se cumplió al incrementarse el número de vuelos, y el dinero desaparecido tuvo mucho que ver como factor desencadenante. Fue la crónica de una muerte anunciada. ¡Por eso quisieron enterrarlo!
Como suele ocurrir, condenaron a un general que no cumplió por estar muerto, y a otros dos médicos que fueron indultados por Mariano Rajoy a pesar de no haber pedido disculpas por su deleznable acción de mezclar los restos de los cuerpos para que los féretros llegaran al funeral en la fecha que había decido Trillo tras reunirse con el patriota Aznar.
Los médicos turcos no entendieron cómo se llevaron de allí los cuerpos sin dejarles terminar su trabajo, ya que el Gobierno español no envío a ningún forense. Los turcos manifestaron su indignación al ver que los militares españoles mentían en el juicio haciéndoles responsables de los fallos en la identificación.
El jefe de los forenses turcos relataba una conversación con el general Navarro, el condenado, en la que le dijo que “no había tiempo para realizar todas las autopsias porque había prisa por repatriar los cadáveres para celebrar una ceremonia militar en Madrid”. Le contó que ya acabarían el trabajo en España. La identificación no se hizo. Se mezclaron los restos, aparecieron hasta de tres personas diferentes en el mismo féretro. El 26 de diciembre de ese mismo año fue condecorado con la Gran Cruz al Mérito Militar. Falseó la identificación de forma deliberada por lo que fue condenado cinco años más tarde.
Las compañía condenada a indemnizar a las familias no ha soltado un céntimo sin que ningún Gobierno se lo reclame, y en el colmo de la ignominia, aquellos responsables de Defensa pretenden hacen sentir culpables a los familiares que llevan pidiendo justicia desde entonces acusándoles de peseteros.
Por eso, ahora que las familias reclaman reparación, aunque Rajoy dice que pasó hace mucho tiempo, se encuentran con un muro infranqueable: son los mismos.
Lo tienen difícil. No sólo no reconocieron nada de aquello, ni siquiera con la sentencia condenatoria por mezclar los restos de los fallecidos de la que Trillo dijo que acataba pero no compartía (¿?), sino que todos y cada uno de los que dieron la cara mintiendo, difamando, ocultando la verdad, despreciando la memoria de sus compañeros, poniendo en entredicho el honor del que hacen gala los militares, todos, salieron airosos y fueron premiados.
Volverán a cerrar filas. Está en su naturaleza. Lo primero que les viene a la cabeza es: ¿Cómo salimos de esta? Lo hicieron también cuando murió Rita Barberá, que pasó en cuestión de minutos de villana a heroína. Al poco de conocerse la noticia ya estaban las consignas repartidas y la orden del famoso minuto de silencio en el hemiciclo transmitida por la presidencia aunque hubiera que saltarse todas las normas. Se llevó a cabo.
Son implacables, amorales, por más que se refugien en sectas ultracatólicas. Nada ni nadie puede apartarles de su ilimitada voracidad en lo material, de su ambición de poder.
Quisiera mandar un abrazo a los familiares de los militares fallecidos y recordarles un pensamiento de Bertolt Brecht que concluye así: “Los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”.
La corrupción no sólo destruye el Sistema. También mata.