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Buzón de voz

Las palabras y los hechos (apuntes para el nuevo rey)

Venían avanzando los expertos zarzuelólogos que el primer discurso de Felipe VI ante el Parlamento sería "programático", dentro de lo que cabe. No es que quepa mucho desde el punto de vista constitucional, pero si a su padre, Juan Carlos I, se le rinden homenajes como casi único autor del advenimiento de la democracia y de la reconciliación nacional, tampoco sorprende que a su heredero le reciban como 'capitán general' de una hipotética segunda transición. De las palabras y los hechos de este primer día de reinado pueden extraerse algunos compromisos, obviedades, contradicciones, dudas y certezas (pocas).

Compromisos

"Hoy, más que nunca, los ciudadanos demandan con toda razón que los principios morales y éticos inspiren -y la ejemplaridad presida- nuestra vida pública. Y el rey, a la cabeza del Estado, tiene que ser no sólo un referente sino también un servidor de esa justa y legítima exigencia de los ciudadanos". Felipe VI se ha comprometido a "velar por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra". Podría parecer que tal exigencia moral se da por supuesta, que va en el sueldo, pero tras el escándalo de corrupción del 'caso Nóos'caso Nóos', los ataques de amnesia selectiva de Cristina de Borbón, la ausencia de cualquier explicación sobre las cuentas suizas de Juan Carlos I, sus cacerías de elefantes, sus amistades peligrosas, las comisiones de Corinna... era imprescindible un compromiso explícito de regeneración ética.

¿Era posible un paso más? Sí. Habría sido mucho más convincente su anuncio (casi eslogan) de "una monarquía renovada para un tiempo nuevo" si además hubiera anunciado que haría públicos desde hoy todos los datos sobre su patrimonio, sus bienes, ingresos y gastos y los de todos los miembros de la familia real que vivan a costa del presupuesto público. Un paso que, por cierto, obligaría a ejercer exactamente el mismo grado de transparencia a otras instituciones también opacas, como el Tribunal de Cuentas o el Consejo General del Poder Judicial. La palabra "ejemplaridad" se convierte en hecho por esa vía. 

Obviedades

"Un rey que debe atenerse al ejercicio de las funciones que constitucionalmente le han sido encomendadas (...), respetar también el principio de separación de poderes, cumplir las leyes aprobadas por las Cortes Españolas, colaborar con el Gobierno de la nación (...) y respetar en todo momento la independencia del Poder Judicial". Claro que sí. La noticia, la conmoción incluso, habría sido que Felipe VI anunciara que no está dispuesto a cumplir la Constitución, a acatar las leyes que salen del Parlamento o a respetar la independencia judicial. Miedo habría dado escuchar ese mensaje de alguien vestido de capitán general en la tribuna del Congreso, sede de la soberanía popular. Sonroja seguir escuchando loas a la corona porque se compromete a cumplir las leyes.

¿Era posible un paso más? Sí. Ese obvio y proclamado respeto a la independencia judicial habría sido mucho más convincente si a renglón seguido hubiera anunciado su disposición a renunciar a la "inviolabilidad del rey" en el momento en que las Cortes decidan reformar la Constitución (también) en ese punto. Parece impensable que pudiera ocurrir al mismo tiempo que el Gobierno hace trucos legislativos para blindar el aforamiento de Juan Carlos I tras su abdicación, pero habría sido la forma incontestable de demostrar que el nuevo rey cree y practica de verdad ese principio democrático de que la justicia es igual para todos. La excusa de que hay que proteger a las autoridades contra denuncias falsas resulta ya ofensiva: lo que habrá que reformar y agravar será la penalización de una denuncia falsa y la protección de la presunción de inocencia, pero no seguir enredando con esa zarandaja para justificar que en España haya 10.000 aforados.

Contradicciones

Felipe VI se ha esforzado en su primer discurso en trazar una línea que separe su reinado del de su padre. Ha asumido el "legado", lo ha elogiado, y a partir de ahí ha insistido en la "renovación generacional". Ha trasladado la apariencia de una nueva sensibilidad hacia la ciudadanía. De hecho, "ciudadanos" ha sido uno de los vocablos más repetidos en su intervención ante las Cortes. Ese giro cívico se veía reforzado por la eliminación de símbolos religiosos en la ceremonia. Ya era hora, y es de esperar que se aplique la medicina a todos los actos oficiales en un Estado aconfesional.

¿Era posible un paso más? Más de uno. Por mucho que se pretenda teóricamente simbolizar la autoridad del Parlamento sobre los ejércitos, ver a un jefe del Estado vestido de capitán general en la tribuna parlamentaria sigue dando grima y casa mal con esa supuesta "renovación" y modernidad democrática. Si el problema es de protocolo (como este jueves comentaban los zarzuelólogos) y no procede que el rey se cambie de traje y se ponga el uniforme al bajar de la tribuna para pasar revista a las tropas, pues que pase revista de civil o que el desfile se celebre ante el Palacio Real y no ante el Congreso. Las experiencias de uniformados entrando y saliendo del Parlamento no son precisamente las más positivas de la historia de España, sobre todo cuando casi siempre los monarcas eran cómplices de los golpistas. Felipe VI también quiso "transmitir" su "cercanía y solidaridad" a los ciudadanos más "golpeados" por "el rigor de la crisis económica". Y aquí se echó de menos otro paso más. No basta con transmitir "esperanza" a jóvenes y parados, o a parados jóvenes. La "España renovada" que ha dibujado el rey exige denunciar la desigualdad galopante y la responsabilidad de las élites económicas y financieras en el injusto reparto de los "golpes" de la crisis. La "cercanía" a los ciudadanos hay que demostrarla defendiéndolos y no sólo hablando de ellos.

Dudas

La llamada "cuestión catalana" era sin duda otra de las incógnitas o pruebas de fuego en el primer discurso del nuevo rey. Igual que en otros terrenos, Felipe VI se ciñó a la Constitución vigente. Se esforzó en reivindicar una España unida y diversa en la que "cabemos todos", y se refirió especialmente al "patrimonio común" de las distintas lenguas. Debió referirse a todas (castellano, catalán, euskera, gallego) como lenguas oficiales, porque lo son, y no sólo la primera, aunque defendió el "especial respeto y protección" que merecen, cosa que el ministro Wert y el gobierno de Rajoy deberían aplicarse. Finalizó el discurso dando las gracias en las cuatro lenguas.

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¿Era posible un paso más? Sí, aunque rozara las limitaciones constitucionales. Entre los más reiterados elogios a la transición pilotada por el rey Juan Carlos y Adolfo Suárez figuran precisamente la "audacia", la "valentía", la capacidad de "asumir riesgos" de esos protagonistas. Caben pocas dudas de que el punto en el que se encuentra el proceso soberanista iniciado por una mayoría parlamentaria en Cataluña exige liderazgos políticos capaces de salir del "no a todo", o del "diálogo sí, pero sólo dentro de la Constitución". El mensaje más audaz que Felipe VI podría haber dado en defensa de los valores constitucionales habría consistido en poner en valor precisamente la necesidad de mejorar la Constitución. No se entiende una "España renovada" sin una Constitución "reformada". En ese y en otros puntos. Y si de las pocas funciones adjudicadas al rey la principal es la de arbitraje y motor de consensos, este jueves se ha desperdiciado una magnífica ocasión de ejercerlo. (Puede que el Gobierno, que supervisa obligatoriamente todos los discursos de la corona, no resistiera tanta "audacia").

Certezas

Por más empeño que algunas televisiones hayan puesto en elegir durante todo el día imágenes que llenaran las pantallas de entusiasmo monárquico, cualquiera que se haya acercado por Neptuno, Cibeles o Gran Vía y todo aquel que quiera fisgar un poquito en las redes sociales sabe que ese entusiasmo ha andado justito. Era un cambio de rey y parecía, como mucho, la aglomeración de una Vuelta Ciclista. No se mide así el apoyo a un régimen, sino en las urnas. Más tarde o más temprano, legitimar una "monarquía renovada para un tiempo nuevo" exige la participación ciudadana, y no sólo la cercanía o las promesas de buen comportamiento. Profundizar y mejorar la democracia consiste en que cualquiera pueda pacíficamente mostrar una bandera republicana cuando le plazca, y sería un enorme error pensar que lo que se prohíbe o se oculta, desaparece. Eso ni siquiera es cosa de reyes sino de magos.

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