Política, refugiados y emociones

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Es prácticamente imposible asistir a un debate o escuchar una conversación sobre el drama de los refugiados sin que salte el reproche: “¿Y tú estás dispuesto a acogerlos en tu casa? ¿Y a pagar más impuestos para mantenerlos?” Siguen (seguimos) sin entender nada después de tantas guerras, diásporas y catástrofes. Quien se hace ese tipo de preguntas después (y antes) de ver la imagen de Aylan muerto en esa playa turca, sin imaginar en ese mismo cuerpo el de su hijo o hija con tres años, no ha podido o querido entender el significado profundo de palabras y conceptos como ciudadano, derecho a la vida, dignidad, derechos humanos, democracia, progreso o Europa.

Hace mucho tiempo que habría que haber plantado cara a tanta hipocresía individual y colectiva. Ante el espejo, en la calle y en el ágora. Cada vez que una imagen, una voz, una mirada que muestra y simboliza miles de muertes injustas se nos queda en la retina, nos conmueve y reaccionamos, aparece la tropa de supuestos guardianes de la racionalidad, la pragmática, el realismo… colocando la etiqueta de “buenista” o “ingenuo” a todo aquel a quien se le ocurra exigir soluciones, firmar un manifiesto de protesta o denunciar el fracaso de nuestras instituciones. Esa tropa confunde caridad y solidaridad con la misma facilidad con la que se pierde de vista el interés público ante la prioridad del negocio privado.

Nadie ha dicho que sea fácil solucionar el drama de los centenares de miles de refugiados que intentan entrar en Europa. Ya sabemos que ningún manifiesto ha evitado una guerra, y que ninguna fotografía por sí sola ha traído la paz. Lo cual no significa que no haya soluciones, que no se puedan intentar o que la única posibilidad “racional” sea precisamente la que ya ha demostrado su ineficacia: construir muros o levantar alambradas. Y, sobre todo, es una obligación legal atender el Derecho de Asilo si queremos seguir presumiendo de ser ciudadanos, demócratas y europeos. (Léase a Javier de Lucas: 'La UE y el derecho a la vida de los Otros').

¿Altera de algún modo la fotografía de Aylan muerto en la playa la posibilidad de que la Unión Europea y los Estados que la forman varíen su política ante la crisis de los refugiados? No lo sabemos aún, pero habrá que pensar que los gobernantes europeos no son de plástico: hoy están más señalados que ayer acerca de sus responsabilidades. A medida que se producen más reacciones de ayuntamientos, asociaciones de vecinos, organizaciones civiles, particulares… quedan más en evidencia los agujeros negros de la arquitectura institucional europea y el incumplimiento flagrante de los tratados por los que se rige. Cuando muchos proclamamos que nos avergüenza la incapacidad y la lentitud de nuestros representantes ante un drama humanitario como este no pretendemos un simple desahogo emocional.

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En un ensayo lúcido y sugerente titulado ‘La política en tiempos de indignación’, el filósofo Daniel Innerarity ha dedicado un capítulo a la política de las emociones. “Los dramas –dice Innerarity- existen antes de que los medios se fijen en ellos y persisten también cuando éstos dejan de atenderlos (…) Pero las corrientes emocionales, cuando no son articuladas política e institucionalmente, provocan tanto oleadas de generosidad como de histeria”. Las autoridades europeas, nuestros propios gobernantes, tienen en sus manos la posibilidad de aprovechar emociones sociales para revitalizar la democracia o permitir que los populismos más retrógrados siembren miedos que hagan naufragar Europa.

Quienes nos preguntan si estamos dispuestos a acoger a los refugiados o a pagar más impuestos para evitar muertes como la de Aylan quizás no sepan (o no quieran saber) que miles de familias humildes españolas han acogido a niños saharauis en sus casas, quizás avergonzadas al comprobar que nuestros gobiernos incumplían sus compromisos; que pese a la dureza de la crisis, miles de ciudadanos siguen colaborando con ACNUR, con Médicos sin Fronteras, con UNICEF, con la Cruz Roja o con otras organizaciones que trabajan en los lugares de la tragedia y que necesitan ayuda y apoyo permanentes. Quizás seamos más de los que ellos piensan quienes a la hora de votar tenemos en cuenta quién dedica más esfuerzo a la Cooperación y el Desarrollo y quién prefiere reducir la carga fiscal a los más privilegiados. No se trata sólo de emociones, sino de derechos, de futuro... de política.

P.D. Dos sugerencias para actuar además de leer: Guía para ayudar a los refugiados que llegan a Europa y un manifiesto explícito: ‘Dejen de avergonzar a los ciudadanos’.

Es prácticamente imposible asistir a un debate o escuchar una conversación sobre el drama de los refugiados sin que salte el reproche: “¿Y tú estás dispuesto a acogerlos en tu casa? ¿Y a pagar más impuestos para mantenerlos?” Siguen (seguimos) sin entender nada después de tantas guerras, diásporas y catástrofes. Quien se hace ese tipo de preguntas después (y antes) de ver la imagen de Aylan muerto en esa playa turca, sin imaginar en ese mismo cuerpo el de su hijo o hija con tres años, no ha podido o querido entender el significado profundo de palabras y conceptos como ciudadano, derecho a la vida, dignidad, derechos humanos, democracia, progreso o Europa.

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