La Ciudad de la Justicia y otros edificios invisibles

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La antigua presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, tenía muchas sombras, pero ninguna era la suya. O al menos, eso dice ella, que siempre se ha desentendido de los mil y un casos de corrupción que se producían bajo su mandato y que suman ya más de cien años de condena para una larga serie de sus cargos de confianza, a los que su jefa siempre ha degradado al la categoría de traidores, gente que, en sus propias palabras, le salió rana, y al lanzar ese discurso daba un salto desde el papel de culpable al de víctima. Se ve que, desde que una vez en una fiesta sacó a Sabina a bailar un chotis, hizo suyo el himno del maestro: lo niego todo.

Ahora, la lideresa que en un momento determinado amagó con disputarle la vara de mando a M. Rajoy ya está jubilada de su actividad política, o al menos se mueve en otras esferas periodísticas, lejos del poder real, pero en España los tribunales son lentos y ahora la Audiencia Nacional condena a siete años de cárcel a su ex vicepresidente Prada y a él y sus compinches al pago de cuarenta millones de euros, por los tejemanejes y cortinas de humo perpetrados con motivo de otra de las promesas estrella de aquellos años de nada por aquí y todo por allá, que fue la construcción de la  fallida Ciudad de la Justicia de la que no se ha vuelto a saber nada más que lo de siempre: se tiraron ciento cinco millones, hubo quien se hizo de oro y el resto volvió a ser engañado y robado: los caudales públicos salen de las carteras de todos. A Aguirre siempre se le dieron mal las segundas piedras, así que puso la primera, se dejó hacer las fotos promocionales de costumbre y si te he visto no me acuerdo. Lo suyo eran los proyectos faraónicos, pero sin pirámides. Te vendía un oasis, pero no era más que un espejismo. El dinero, sin embargo, era de curso legal y se calcula que el despilfarro entre 1995 y 2016 fue de más de ochenta mil millones en obras e infraestructuras que no se llegaron a hacer o que eran innecesarias.

Esperanza Aguirre siempre se ha desentendido de los mil y un casos de corrupción que se producían bajo su mandato

Y si lo que es parece malo, lo que representa es aún peor: el botón de muestra es el símbolo de una sastrería donde te vendían trajes nuevos del emperador. Porque en aquellos años del supuesto milagro económico que acabó con su ideólogo, el alguna vez todopoderoso Rodrigo Rato, en prisión, con la reserva o hucha de las pensiones saqueada y con tres cuartas partes de los ejecutivos de Aznar en el banquillo o en la cárcel, se anunciaron a bombo y platillo aeropuertos en los que nunca llegó a despegar o tomar tierra ningún avión; circuitos de Fórmula 1 en los que no ha echado ninguna carrera bólido alguno; un supuesto Centro Acuático que sin llegar nunca a pasar de los cimientos iba a salirnos por ciento treinta y siete millones y cuya factura final fue de casi ciento noventa y dos; autovías radiales de pago por las que no circula casi nadie o, ya en tiempos de la heredera de Aguirre, Díaz Ayuso, hospitales como el Zendal, en el que despilfarraron casi doscientos millones de euros y hoy día carece de personal y, básicamente, tampoco sirve para nada, mientras en otros centros sanitarios de la Comunidad crecen hasta lo intolerable las listas de espera

Pero ni los delincuentes eran ranas ni la acumulación de construcciones fantasmas es una casualidad, sino una estrategia en toda regla de asalto a las y los ciudadanos, incluidos los que les aplauden mientras son atracados. Es una versión del timo de la estampita, pero con edificios en lugar de billetes y tarjetas de santos. Lo raro es que a esa congregación todavía hay quien vaya a encenderles una vela.

La antigua presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, tenía muchas sombras, pero ninguna era la suya. O al menos, eso dice ella, que siempre se ha desentendido de los mil y un casos de corrupción que se producían bajo su mandato y que suman ya más de cien años de condena para una larga serie de sus cargos de confianza, a los que su jefa siempre ha degradado al la categoría de traidores, gente que, en sus propias palabras, le salió rana, y al lanzar ese discurso daba un salto desde el papel de culpable al de víctima. Se ve que, desde que una vez en una fiesta sacó a Sabina a bailar un chotis, hizo suyo el himno del maestro: lo niego todo.

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