Cómo ganar de forma que el triunfo empañe la victoria

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El Partido Popular ganó las elecciones europeas del domingo. Pero por poco y, en cualquier caso, por bastante menos de lo que esperaba, que era tanto –ni más ni menos que “arrasar”–, que al final el triunfo ha empañado la victoria. La efe de fracaso vuelve a sobrevolar a Feijóo, que de nuevo se equivocó por vender la piel del oso antes de cazarlo y ahora tiene dos osos abrazados a él, no una ultraderecha sino dos, y a Ayuso cada vez más cerca, a punto de adelantarlo. Si esto era, como querían en la calle de Génova, un plebiscito con Pedro Sánchez como objetivo, Núñez Feijóo lo ha perdido. Si radicalizar su discurso de la manera en que lo ha hecho tenía como fin librarse de sus socios de Vox, también ha perdido y se ha llevado la propina de Se Acabó la Fiesta. Si pretendía sumarse a la ola reaccionaria que recorre Europa y ha hecho estragos en Francia y hecho saltar todas las alarmas en Alemania, tampoco lo ha conseguido: la excepción española sigue aquí. Da la sensación de que el candidato del PP ha tocado techo y que ese techo no es el de La Moncloa.

Quienes llevamos tiempo alertando por la deriva del neoliberalismo hacia un neofascismo que puede ser de salón pero sólo de momento, no estamos demasiado extrañados por lo que ha ocurrido: se veía venir. La crispación, los mensajes de odio y demás, inventan crisis y problemas, crean enemigos, cosifican al adversario, le meten en la cabeza fantasmas a las y los ciudadanos y, en consecuencia, algunos de ellos les dan su voto a individuos y formaciones que les ciegan, les mienten, los enervan haciéndoles sentirse en peligro, con el único fin de alcanzar el poder por cualquier medio, legal o alegal, y no hay más que oír los mensajes que lanzan, la cháchara envenenada que llevan de micrófono en micrófono, alentando siempre el enfrentamiento, dando a entender que la crisis se acerca, pese a que los números digan justo lo contrario en nuestro país, y advirtiendo del peligro de que no sean ellos quienes mandan: o nosotros o la catástrofe, o se nos da lo que queremos o aténganse a las consecuencias.

Feijóo ha ganado las elecciones y ha perdido su plebiscito; lejos de aglutinar a la derecha en su Partido Popular, ha visto nacer otra ultraderecha, que ha sacado ni más ni menos que tres europarlamentarios

Toda la construcción de la Unión Europea se hizo precisamente para evitar lo que está ocurriendo, por lo tanto es obvio que algo no se ha hecho bien. Que regrese la nostalgia por el fascismo en Alemania es desasosegante, más aún en un momento en que vuelve a empezar el rearme militar, con la disculpa de la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Y con Gran Bretaña fuera de la ecuación. Es un momento preocupante y la historia se repite: esa gente que parece ridícula es peligrosa, porque no se detendrá ante nada, el único modo de que lo haga es pararle los pies.

Feijóo ha ganado las elecciones y ha perdido su plebiscito; lejos de aglutinar a la derecha en su Partido Popular, ha visto nacer otra ultraderecha, que ha sacado ni más ni menos que tres europarlamentarios. Que todavía lo celebre da casi un poco de miedo. 

El Partido Popular ganó las elecciones europeas del domingo. Pero por poco y, en cualquier caso, por bastante menos de lo que esperaba, que era tanto –ni más ni menos que “arrasar”–, que al final el triunfo ha empañado la victoria. La efe de fracaso vuelve a sobrevolar a Feijóo, que de nuevo se equivocó por vender la piel del oso antes de cazarlo y ahora tiene dos osos abrazados a él, no una ultraderecha sino dos, y a Ayuso cada vez más cerca, a punto de adelantarlo. Si esto era, como querían en la calle de Génova, un plebiscito con Pedro Sánchez como objetivo, Núñez Feijóo lo ha perdido. Si radicalizar su discurso de la manera en que lo ha hecho tenía como fin librarse de sus socios de Vox, también ha perdido y se ha llevado la propina de Se Acabó la Fiesta. Si pretendía sumarse a la ola reaccionaria que recorre Europa y ha hecho estragos en Francia y hecho saltar todas las alarmas en Alemania, tampoco lo ha conseguido: la excepción española sigue aquí. Da la sensación de que el candidato del PP ha tocado techo y que ese techo no es el de La Moncloa.

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