Qué ven mis ojos
Hay gente que no duerme para soñar, sino que sueña para cambiar el mundo
“Cuando quien gana es el tramposo, no se llama victoria, se llama fraude”.
No eran ranas, eran las serpientes del paraíso en el que nos quieren hacer creer. No eran Dios, sino el diablo. No eran la manzana, eran el veneno. No era una condesa, era una embaucadora. No conseguía victorias, daba timos. No era una patriota, sino una vendedora de banderas. No estaba aquí para garantizar la democracia, sino para saltársela. No daba discursos, repartía botellas de humo. Ganó algunas elecciones y otras las robaron para ella, comprando por el equivalente en euros a las doce monedas de Judas a un par de traidores. Se reía de todos y de casi todo. Hizo todas las trampas posibles mientras daba lecciones de honradez. Era la demagogia elevada a su máxima expresión. Hizo todo lo que estaba en su mano para destruir la sanidad pública, es decir, para que unos pocos se llevaran millones y el resto sufriera en hospitales desabastecidos, padeciese una intolerable escasez de medicinas, quedara atrapado en una lista de espera lo que hiciese falta para entrar a un quirófano y, al final, se fuese al otro mundo antes de tiempo y por el camino del dolor, porque ella y los suyos también querían ahorrarse los cuidados paliativos de los pacientes: la morfina, para los que puedan pagarla, el resto, que muerda un palo. Alguna vez llegó a creer que sería presidenta del Gobierno, pero no hubo nadie más que lo creyese, ni dentro ni fuera de su partido.
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Una prueba de todo eso y del asunto en el fondo más relevante de toda la vergonzosa trama de corrupción que ha convertido al Partido Popular en lo que es y ha llevado a España donde está, es el asunto de la financiación irregular, que no es otra cosa que un proceso delictivo en toda regla, un engranaje propio de una asociación de malhechores que se basaba en el cobro de mordidas a diferentes empresarios que recibían como recompensa obras que los enriquecían a costa del resto de los ciudadanos, que cada vez nos dábamos más cuenta de hasta qué punto dijo la verdad Alfonso Guerra cuando nos llamó “costaleros de la democracia”. También pudo haber dicho porteadores o incluso bestias de carga, y también habría tenido razón, aunque ni él podía saber entonces hasta qué punto. Lo raro es que cada vez que aquí el capataz le pregunta a los esclavos a quién van a votar, mientras los azota, muchos respondan: ¡Al negrero! “Sin lucha no hay progreso”, decía Hegel, pero no me parece que lo hayan leído.
El ya famoso lápiz de memoria del antiguo gerente del PP en Madrid, que es una pieza básica para tratar de desentrañar el laberinto financiero que amparó las campañas de Esperanza Aguirre en la capital, es también una linterna que permite ver bastante claro en la oscuridad: con los números en la mano, los investigadores que estudian el fraude, sostienen que en el año 2007, por ejemplo, la formación de la calle Génova invirtió en aquellas elecciones más del doble de lo permitido. Es decir, que vulneró la ley y sus resultados fueron ilegítimos. Lo llaman dopaje, pero deberían llamarlo intoxicación, porque a quienes anestesiaban era a los votantes engañados, tanto a los que confiaban de buena fe en ellos, porque en muchos casos lo harían hipnotizados por la publicidad con la que les bombardeaban para venderles promesas que no tenían la más mínima intención de cumplir; como a los que metían en las urnas otra papeleta, ya que resulta evidente que lo hacían en inferioridad de condiciones. Con ese panorama, nunca agradeceremos bastante que hayan llegado otras siglas y otras personas que, sin ninguna duda y luchando contra viento y marea, han dado lugar a que ese mal de muchos que fueron los Aguirre, Rus, Barberá que en paz descanse, Fabra y compañía, hayan salido de escena y, además, lo hayan hecho con deshonor y por la puerta de atrás, cuando no por la puerta de la cárcel. “Hay gente que no duerme para soñar, sino que sueña para cambiar el mundo”, escribió el poeta Martin Carter. Me temo que a él tampoco lo habrán leído.
Cuanto más se sabe cuál ha sido el mecanismo seguido por el PP para hacerse con el poder, más perplejidad se siente al ver que no tenían límites, que pasaban por encima de lo que fuera con tal de llegar primeros. Su idea de entender la política era la de los truhanes, y los mires por donde los mires, si a algún régimen le podrían ir como anillo al dedo es a la Venezuela de hoy, ésa que tanto critican: son como dos gotas de agua. Son una calamidad, una plaga, una epidemia y, sobre todo, un modo de entender la política que sólo sirve para sembrar la desigualdad y la injusticia. La Real Academia Española acaba de dar por buena una excepción gramatical para que la forma de imperativo de la segunda persona del plural correspondientes al pronombre vosotros, pueda cambiar la de por la erre y seguir siendo correcta. En este caso, nos da lo mismo: idos o iros, pero por una vez hacedle un favor a nuestro país y marchaos a casa. Si eso, ya irá a buscaros en su momento la policía, por orden del juez.