Qué ven mis ojos
Un monstruo de tres cabezas que se muerden entre sí y a las manos que le dan de comer
"Los cínicos tienen una bonita sonrisa, y la usan para reírse de ti".
A lo mejor es que de tanto mirar hacia arriba, han perdido pie en la realidad. A lo mejor es que de tanto querer ser el nuevo Adolfo Suárez y estar dispuestos a pagar por el disfraz lo que les pidiesen, no se dieron cuenta de que no era el de UCD, sino el de UPyD. A lo mejor es que todo es peor en Ciudadanos, cada vez menos parecido a aquello que decía ser: socialdemócrata, reformista, liberal… Y más parecido a sus socios a derecha y ultraderecha. Como Rivera no puede ser el delfín de la historia, ha decidido ser el calamar y soltar nubes de tinta para cegarnos. Como no le salió el lío con el PSOE, se ha ido con el PP, al que venía a arrasar, y con Vox. Y como ni él, ni ella, ni el resto pueden llamar a las cosas por su nombre, nos llaman tontos, aunque sea con otras palabras, mañana, tarde y noche, en nuestro idioma o en otro. Traducimos a Luis Garicano del inglés y vemos que dice: “Dejémoslo claro, para evitar confusiones: en España sólo hay un movimiento racista, supremacista, violento de extrema derecha: el independentismo catalán.”
Claro, se ve que no quería ser menos que Arrimadas y su última perla de plástico. “Dijimos que no nos sentaríamos a negociar con Vox, pero a hablar sí”, soltó en El Objetivo, en laSexta. También siguen diciendo que ni en Madrid, ni en Zaragoza, ni siquiera en Andalucía han acordado nada con los ultras, o sea, que firmaron un documento de gobierno de mentira, donde pone que si Moreno manda es “gracias a la voluntad de consenso y generosidad de las tres formaciones PP, Ciudadanos y Vox”, “que suscribieron los acuerdos necesarios para materializar esta nueva realidad”. O son los campeones del mundo de la mentira o no saben leer, o las dos cosas.
Rivera no vino a regenerar, sino a resucitar, naturalmente, a esa ultraderecha que le obliga a llamar “violencia intrafamiliar” a una lacra que le ha costado la vida a mil mujeres –más víctimas que las que causó ETA– y también al mismo PP, que estaba con el agua al cuello, tocado y hundido por la corrupción y el saqueo del país –que el protagonista de su famoso milagro económico y su tesorero estén en la cárcel, lo explica todo–. Cómo va a regenerar ni cambiar nada quien propicia que los barones de la calle Génova sigan mandando en Castilla y León, tras 32 años en el poder; o en Madrid y Murcia, tras 24. Su plan es evidente: practicar el arte de birlibirloque con nosotros, de momento, engañarnos; y después, que se nos olvide. Cómo lo van a hacer presidente los mismos a quienes desprecia.
Eso, sin embargo, se le ha puesto cuesta arriba, porque tras sus últimas decisiones, a Rivera no es que le vaya a costar llegar a la Moncloa, es que le va a costar seguir al frente de Ciudadanos, donde ya hay pesos pesados que le han hecho frente y leído la cartilla en público, empezando por Valls, su fichaje estrella para la Alcaldía de Barcelona, con quien Arrimadas y él han roto por evitar que el independentismo se hiciera con la Ciudad Condal. Es decir, por lograr aquello para lo que, supuestamente, se creó la formación naranja, uno de cuyos fundadores le vino a llamar traidor y le acusaba de haber perdido el norte, en El País, mientras otro le escribía en El Mundo que su táctica es “inexplicable y ajena a cualquier elemental sentido de la responsabilidad y de la decencia política”. Por no hablar de Le Monde, que publicó que Rivera “ya no engaña a nadie en España” y que “le ha abierto las puertas de las instituciones a la ultraderecha.”
O quizá habría que decir Riveras, en plural, dado que el de antes iba a ser la salsa de todos los guisos y el de hoy está en guerra con todos, porque este centro-ultraderecha es un monstruo de tres cabezas que se muerden unas a otras y a todas las manos que le dieron de comer. Y que no obedece ni a su propia Ejecutiva, que salvo que eso también fuera una cortina de humo, había mandado suavizar las líneas rojas para negociar con el PSOE y aprobó un veto explícito a Vox. Lo han hecho, y lo seguirán haciendo, aunque los extremistas ahora amenacen con romper la baraja en la Comunidad de Madrid y no entregársela a Isabel Díaz Ayuso si no les dan sillas en el Ejecutivo regional, como no se las han dado en el municipal. Les darán otras cosas. Es lo que tiene venderle el alma al diablo, aunque el diablo sea de la familia.