“Dejad que hable el cínico, y su forma de defenderse lo acusará”.
La política se parece al atletismo en que en una y otro se puede ir el primero y a la vez estar en las últimas. El PP lo está, aunque haya ganado las elecciones, y eso sí que debe saberlo esta gente que nunca sabe nada ni vio nada, ni los sobres de dinero negro que llevaban en el maletín, ni las cuentas que tenían en paraísos fiscales, ni el Jaguar aparcado en su garaje, ni siquiera el palacete en que vivían; porque de lo contrario, si de verdad fueran inocentes de lo que se dice que han hecho y no temieran lo que les espera si en este mundo hay el dios en el que dicen que creen, no actuarían como quien está arrinconado, entre la espada y la pared, seguro de que no tiene escapatoria… Porque a estas alturas, ni los ventiladores que puedan encender van a hacer que se vuelen las denuncias de los juzgados, y a la retórica y el cinismo que suelen usar como botes de humo les quedan dos telediarios. “¿Es legal todo esto? ¿Es legal que se pueda hacer una causa general contra el PP? ¿Es legal que no se delimite el ámbito temático ni el territorial?", se pregunta su vicesecretario de Organización. La respuesta es muy sencilla: lo que no es legal es robar, ni dinero ni elecciones. Y si empezamos por ahí, los suyos van a acabar mal.
Financiarse de manera ilegal es jugar sucio, es un delito y es un atentado contra la democracia en la que, a todas luces, no confían, porque de lo contrario no hubiesen hecho trampas. Si en lugar de candidatos a alcalde o presidente fueran ciclistas, les quitarían las vueltas a España que ganaron dopados. Y también está en el Código Penal cobrar comisiones, adjudicar obras públicas de manera irregular para llevarse una mordida y desvalijar las cajas fuertes con tal alevosía que hasta ha tenido que darse por enterado el Tribunal de Cuentas, que nunca se entera de nada. Que además se presenten como los vigilantes del sistema y acusen a otros de querer destruirlo es de una hipocresía que produce vergüenza ajena y hace inexplicable que aún quede quien les vote. Porque cuando el presidente del Gobierno dijo que la Gürtel no era “una trama del PP, sino contra el PP”, mentía: era una red mafiosa de su exclusiva incumbencia y era un atraco al país, que ellos y sus compinches han saqueado y la ciudadanía ha tenido que rescatar. A la fuerza ahorcan, se dice, pero aquí han sido las víctimas las que primero han ido a pagar la soga, después se la han puesto al cuello y para terminar han subido las escaleras del patíbulo bailando la música del himno. No hay quien lo entienda.
En la calle Génova, sin embargo, tienen ahora mismo un gran problema, y es que su forma de defenderse los acusa. Están nerviosos y amenazan con acudir a los tribunales para meterle un palo en la rueda a la comisión parlamentaria sobre su presunta financiación ilegal, donde la oposición prepara, como es lógico, preguntas que ellos califican de “inquisitoriales”. Después piden, con la complicidad de Ciudadanos y su ilusionista en jefe, cuya magia consiste en esconder cuervos en la chistera y hacer desaparecer cadáveres de los armarios, que la causa tenga como punto de partida el año 2004, cuando Rajoy accedió a la presidencia del partido, con lo cual el presidente escurre el bulto y si se demuestra alguna irregularidad en el pasado, ya habrá prescrito. Y por si eso no cuela, también piden lo contrario, que en el fondo es lo mismo: que la investigación “se limite a la presente legislatura” porque según su interpretación del reglamento el Congreso no puede ir más allá en sus investigaciones. O dicho en plata, que todo lo que se ha hurtado durante tantos años quede en el olvido. También se agarran al clavo ardiendo de que hasta 2015 la financiación ilegal no estaba tipificada. No parece que nada de eso se ajuste gran cosa a las promesas de transparencia que hicieron en la última campaña, cuando la camisa empezó a no llegarles al cuerpo.
El PP, con su Gürtel, su Púnica, su Taula, sus casi mil imputados o su legión de corruptos con mando en plaza, está al borde de un abismo y está solo, es una isla rodeada de jueces y banquillos por todas partes. Su intento de meter en nómina y ponerle una correa a magistrados y fiscales bordea peligrosamente el golpe de Estado. La próxima declaración en calidad de testigo de Mariano Rajoy en la Audiencia Nacional no parece que vaya a ser irrelevante. Tiene demasiados asuntos oscuros que explicar como para que pueda salirse por la tangente, una suerte de la geometría moral en la que es un consumado especialista. La corrupción ha sido su granero. Y ya se sabe que donde hay semillas, van los pájaros, algunos de mal agüero. La suerte está echada.
“Dejad que hable el cínico, y su forma de defenderse lo acusará”.