El vídeo de la semana

Y se rompió el espejo de Esperanza

La semana trajo lo esperado para casi todos menos Esperanza Aguirre. Esperaba Esperanza ganar la Alcaldía de Madrid sin que en su convicción se pudiera colar por fisura alguna la menor de las dudas sobre el particular. Se iba a llevar de calle los votos, iba a disfrutar de un paseo triunfal sobre las urnas entre vítores de entusiasmo y emocionados sollozos de un pueblo de Madrid necesitado del liderazgo poderoso e incuestionable de la gran Esperanza del PP, aclamada con un triunfo arrollador que situaría su nombre y sus valores en lo más alto de la historia de la derecha española de toda la vida.

Era lo que a gritos pedían los madrileños después de esa etapa más que cuestionable de la señora de Aznar al frente del consistorio: queremos esperanza, Esperanza. Más aún cuando su compañera de viaje era esta chica mona, modernita y proabortista que había pasado de gestionar la policía a postularse para gobernar esa Comunidad de Madrid que en tal alta posición había colocado ella, Esperanza.

Entre el pasado de la Ana del relaxincap y el presente sinsustancia de la Cristina centroizquierdista, Esperanza se veía como la gran esperanza conservadora. La reina de Cenicienta mirándose a un espejo que le devolvía la imagen de una lideresa incuestionable y vencedora. Más aún cuando frente a ella tenía a esa “coalición de perdedores” (sic) que amalgamaba a rojos extremos, socialistas perdidos y algún liberal naranja que aunque lejano también podría ser considerado advenedizo.

Nadie iba a toser a Esperanza. Todos se inclinarían ante Esperanza. El futuro se abría luminoso y prometedor a la mujer que tras dejar el Gobierno de Madrid como el mejor de los posibles en manos de su heredero natural, sería la mejor alcaldesa de la Villa y desde allí ascendería a La Moncloa para situarse donde la historia coloca a las grandes mujeres de la política como Margaret Thatcher.

Nunca pensó que acaso ese sueño no dependiera sólo de su voluntad. No imaginó que sus cálculos no se basaban tanto en la realidad como en la imagen que de sí misma se había compuesto en tantos años de ejercicio político con tan poca autocrítica como valor a su alrededor para decirle lo que estaba haciendo mal. No previó que haber ganado el poder tras el tamayazo –ahora se van a cumplir diez años de aquella “traición” de Tamayo y Sáez– , haber clausurado el ciclo vital más activo y plural de la televisión pública de Madrid, haberse rodeado sin enterarse de lo más granado de la corrupción popular en Madrid y haber ninguneado a su “predecesora” en la Alcaldía madrileña y a su “compañera” a la Comunidad iban a costarle peaje alguno. Era inmune, era la más grande, era la Esperanza del PP.

Todo se rompió en pocas horas. Las urnas decidieron que no habría paseo militar ni vítores ni sollozos. Paseo sí, hasta en bici si me apuran, pero nada de aclamaciones ni de historia. Su lista fue la más votada, su partido el que más apoyos cosechó, pero los números no salieron y esa fuerza popular no alcanzó la dimensión que esperaba Esperanza. Y peor aún: ¡Cristina Cifuentes podría gobernar!

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Conclusión: como amante herida y despechada respondió poniéndose en evidencia, plantándose en el camino frente a la “coalición de perdedores” para tratar de desmembrarla, romperla, e impedir que reinara la inesperada y soviética Cenicienta. Llegó hasta a ofrecerse a gobernar con ella con tal de que no fuera la alcaldesa.

Aunque a día de hoy no está aún claro quién y cómo ocupará la Cibeles, es evidente que Esperanza no será, como no será escuchada para gobernar, ni en su partido levantarán un pedestal a su presente y su futuro. Tendrá que pasar su duelo y acaso se recupere, pero habrá de dibujarse nuevos sueños.

Y si escritos como éste pueden parecerle desconsiderados o hasta carentes de respeto –por lo cual le pido amablente disculpas–, que revise sus dimes y diretes, sus declaraciones y gestos de los últimos cinco días. Quizá descubra que de todo lo que se ha dicho y escrito sobre ella, lo peor, lo más cruel y doloroso para su imagen y su presente, es lo que ella misma ha sido capaz de hacerse tras la ruptura del espejo.

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