El ímpetu de la entrada de la extrema derecha en el Parlamento Europeo ha tenido un efecto boomerang en positivo. Los acuerdos entre los grandes grupos han sido rápidos, eficaces, preventivos. Las dos presidentas, Roberta Metsola y Ursula von Der Leyen, han salido reforzadas y ambas tienen más apoyos que en la anterior legislatura. La mayoría democrática formada por populares, socialistas, verdes, liberales e izquierda incluida tiene enfrente a tres bestias ultras –coordinadas, compactas, bien financiadas– que ya saben jugar dentro de las instituciones europeas y pretenden parasitarias primero desde dentro, y asaltarlas después, si es posible en esta legislatura.
Es pronto para saber si los ultras seguirán creciendo o están en su techo máximo. El sentido de urgencia respecto a lo que puede pasar en EEUU, además de la subida de partidos iliberales con más de 200 eurodiputados en Europa, reforzará la colaboración de los demócratas en una supra estructura política que les obliga a ponerse de acuerdo. El sentido de urgencia de colaboración entre las fuerzas políticas que componen la mayoría tradicional refleja el momento histórico en el que estamos. Conscientes de que es una legislatura complicada, saben que si no van juntos se verán arrastrados por la corriente ultra. Pero la mayoría de investidura europea no es la de legislatura. Entre la presidenta von Der Leyen o Manfred Weber, se ha evitado elegir al defensor de la normalización ultra. Pero los populares –el partido más fuerte de Europa– seguirán en el doble juego. Legislarán por la banda demócrata en la mayoría de las ocasiones, y en otras por la ultra. El principal cordón no es tanto sanitario y democrático si no atlantista. Y del monstruo de tres cabezas (Patriotas, Soberanistas y Reformistas), al PP europeo le sirve Georgia Meloni en Europa y Vox en España, una contradicción a la que no renuncian. Porque los de Santiago Abascal han roto los gobiernos autonómicos por la acogida de menores migrantes (con propuestas de retorno ilegales) al tiempo que se han ido al grupo pro ruso de los Patriotas y el PP los mantiene allí donde no se han ido.
La ultraderecha atrincherada en tres grandes partidos promueve la guerra cultural contra la Europa de los valores. Tres grupos que querrán legislar contra la prosperidad, la igualdad, la seguridad y la solidaridad
El corazón institucional europeo, con sede en Estrasburgo, es ahora boca de volcán. Hay tensión, inestabilidad y los grandes grupos contienen el aliento ante el próximo ciclo. Con tres grandes amenazas para el riesgo de la supervivencia del proyecto. La ultraderecha atrincherada en tres grandes partidos. Los ultranacionalistas –divididos por su visión de la OTAN– defensores de la fammiglia –soy una mamma, clama Meloni– prefieren meter a la mujer en casa antes que en los consejos de administración.
La ruptura de la adhesión a la OTAN y el arrastre hacia Putin, en el grupo de Vox-Orbán pasa por convertir la inmigración en una guerra en las fronteras que coloca al migrante en enemigo a batir. Guerra cultural contra la Europa de los valores. Tres grupos que querrán legislar contra la prosperidad, la igualdad, la seguridad y la solidaridad.
Otra amenaza es la llegada de Trump. Si su vuelta es inevitable Europa se quedará desprotegida ante la pérdida de apoyo de la primera potencia y el cambio tectónico geopolítico estresará el espacio de los 27. La tensión China-EEUU obligará a tomarse en serio la economía española. Porque perdidas las commodities baratas –la seguridad de EEUU, la tecnología de China, el gas de Rusia–, Europa tiene que ganar autonomía económica y productiva en un contexto difícil.
Luego está la propia agenda ultra. Las promesas de falsas soluciones populistas basadas en problemas reales. Porque la ultraderecha crece sobre la insatisfacción social en una Europa donde se acumulan los perdedores. Las generaciones jóvenes sufren, las clases medias sufren, lo rural sufre. Y sobre esa frustración casi nihilista los ultras amplían su electorado. El desplazamiento de las élites que votan opciones progresistas y las clases medias a la ultraderecha, como apuntan cada vez más sociólogos, obligará a socialistas y conservadores a rellenar esa grieta por la que se resquebraja el contrato social de Europa. Y también a conectar políticas. Un ejemplo es la vivienda, que tendrá Comisión propia en el Europarlamento. En el otro extremo, el PP sigue siendo incoherente con Vox. La ultraderecha rompió los gobiernos por la acogida de menores y los populares no han sido capaces de debatir una propuesta en el Congreso. Parecía imposible que no buscaran una solución al SOS de su socio en Canarias. Pero así ha sido, lo que no se pueden permitir en Europa lo hacen aquí. La política a corto, capaz de jugar con la vida de unos menores y del blindaje europeo. Esta es, junto a Trump y los ultras, la otra gran amenaza al blindaje.
El ímpetu de la entrada de la extrema derecha en el Parlamento Europeo ha tenido un efecto boomerang en positivo. Los acuerdos entre los grandes grupos han sido rápidos, eficaces, preventivos. Las dos presidentas, Roberta Metsola y Ursula von Der Leyen, han salido reforzadas y ambas tienen más apoyos que en la anterior legislatura. La mayoría democrática formada por populares, socialistas, verdes, liberales e izquierda incluida tiene enfrente a tres bestias ultras –coordinadas, compactas, bien financiadas– que ya saben jugar dentro de las instituciones europeas y pretenden parasitarias primero desde dentro, y asaltarlas después, si es posible en esta legislatura.