No es solo la segunda vez que el gobierno deja solo a Alberto Garzón al hablar del consumo y producción de carne –líos de coalición, cabría pensar–, es más bien la segunda ocasión que cuando salta al debate público el impacto de la industria cárnica desaforada el ejecutivo nos lanza un chuletón a la cara. Y así, convenimos que la película No mires arriba es un buen catalizador para concienciarnos sobre el cambio climático, pero denunciar las macrogranjas a favor de la sostenibilidad escandaliza en Moncloa. No mires el debate, mira el chuletón. No mires al ministro, mira las urnas de las elecciones autonómicas, a la ultraderecha difundiendo bulos, memes, a los dueños de la ganadería industrial liándola.
El Gobierno podría haber solventado la falsa polémica aclarando las palabras de Garzón, esas que utiliza la derecha para atacarle y que han comprado en bandeja. Han podido resolverlo de manera escapista en el Consejo de ministros. Un salir del paso con que nadie defiende el modelo de las macrogranjas, que esquilma los recursos ambientales, pone en riesgo el entorno rural, la seguridad sanitaria, nuestro bienestar y arruina a quienes trabajan de verdad en el campo. Un posicionamiento de manual defendiendo a los ganaderos y agricultores en la línea del pacto verde de Bruselas.
Lejos de eso, se asume la interpretación torticera de unas declaraciones que Garzón no ha hecho (consúltese la entrevista) y evitan criticar, inexplicablemente, un sistema de explotación que está en plena regulación nacional y europea a favor de modelos más sostenibles, con proyectos normativos en marcha en comunidades autónomas socialistas, en el ministerio de Industria, el de Agricultura y la Comisión Europea.
Sorprende también la airada respuesta de los colectivos cárnicos y agrarios. Hace un mes, en vista de la aprobación de la más que justa Ley de Cadena Alimentaria que prohíbe la producción a pérdidas, exigían públicamente que se apostara por la ganadería extensiva frente al modelo de Bill Gates, grandes terrenos explotados industrialmente donde los beneficios sólo van del magnate de la macrogranja al dueño de la gran superficie.
Lo que ha dicho el ministro de Consumo es una obviedad. Una verdad científica con un consenso superado desde Naciones Unidas a los centros de pensamiento neoliberal
Las peticiones de dimisión desde el PSOE desconciertan más allá de la refriega concreta. Llegados a este punto de ebullición, el Gobierno debe aclarar si abandona a Garzón por interés partidista y, más importante, cuáles son sus posicionamientos cuando toca aterrizar la transición ecológica. ¿Alguien imagina la vergüenza internacional si el ministro de Consumo español se ve forzado a dimitir por criticar las macrogranjas tan denostadas en Europa? ¿Les ha dicho alguien a Javier Lambán y Emiliano García-Page que esas cosas en Bruselas son más propias de la ultraderecha que de un ejecutivo comprometido con el Green Deal europeo? Si el Gobierno hubiera gestionado mejor la polémica habría evitado la posible comparecencia de Garzón. Porque una vez en el Parlamento, Sánchez no puede sostener la versión de la opinión personal en detrimento del maltrato animal, de métodos que perjudican la calidad de la carne y el medio ambiente. De los postulados recogidos incluso en la última ponencia marco del PSOE de octubre donde el partido defiende lo mismo que Garzón.
Lo que ha dicho el ministro de Consumo es una obviedad. Una verdad científica con un consenso superado desde Naciones Unidas a los centros de pensamiento neoliberal. El consumo excesivo de carne no es bueno para la salud, la producción intensiva daña el medio ambiente. Por eso no escuchamos a la ministra Teresa Ribera secundar que la opinión de Garzón es extraoficial. No lo hará porque como reconocida experta en transición ecológica si Teresa Ribera quiere acceder a un organismo internacional en el futuro, la hemeroteca no le perdonaría un argumento en forma de chuletón infalible’
Más allá de la polémica, que se nos olvidará en una semana, la banalización del ejecutivo para abordar un tema tan relevante como es el consumo de carne y los efectos del CO2 en el medioambiente es más preocupante que el descuelgue de Garzón con el Gobierno. El cambio climático es el debate más imponente del siglo XXI. La revolución verde no puede parcelarse: la energía nuclear, la producción mundial de alimentos, los desastres naturales, la falta de agua, el aire irrespirable, el calentamiento global… son parte de un todo. Y son asuntos complejísimos porque obligan a repensar la transformación de industrias sobre las que dependen las vidas de millones de trabajadores. Son temas vitales engarzados unos con otros, que exigen posicionamientos responsables de políticos que miren a medio plazo. Y si se ridiculiza uno en concreto, afecta a todos.
Por eso el reto de un gobierno progresista es abordarlo de manera valiente. Conseguir explicar que el cambio climático no es una cosa de pijos urbanitas. Que habrá que hacer sacrificios a favor del planeta. Si el rédito del ‘chuletón’ o las macrogranjas es electoral, igual en Moncloa creen que están asegurando un sector de votantes. Si es así –que lo dudo–, lo hace a costa de la empatía de generaciones más jóvenes. Y a costa de la necesidad de abordar los debates con madurez política. Puestos a recordar evidencias, el cambio climático es uno de los frentes favoritos de los enemigos de la información. Diana de ultraderechas y fake news.
No es solo la segunda vez que el gobierno deja solo a Alberto Garzón al hablar del consumo y producción de carne –líos de coalición, cabría pensar–, es más bien la segunda ocasión que cuando salta al debate público el impacto de la industria cárnica desaforada el ejecutivo nos lanza un chuletón a la cara. Y así, convenimos que la película No mires arriba es un buen catalizador para concienciarnos sobre el cambio climático, pero denunciar las macrogranjas a favor de la sostenibilidad escandaliza en Moncloa. No mires el debate, mira el chuletón. No mires al ministro, mira las urnas de las elecciones autonómicas, a la ultraderecha difundiendo bulos, memes, a los dueños de la ganadería industrial liándola.