La legislatura empieza ahora, y de qué manera

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Casi nada representa mejor nuestro estado de ánimo que las portadas del New Yorker. En la ilustración de esta semana una puerta gigante se abre a la luz. Tras ella, una familia mira el paisaje abierto hacia el que se encaminan. Agarrados de la mano, contemplan desde la sombra la nueva dimensión. Al otro lado, la ciudad resplandeciente se despierta. Volvemos poco a poco a la normalidad, nuestras ciudades recuperan el barullo, en nada nos quitaremos la mascarilla al aire libre, retomaremos las barras de los bares, los conciertos, las multitudes, los abrazos sin miedo, la vida. Tras ese gran portón que da a la post-pandemia, salimos a un tiempo y un lugar muy distinto del que entramos. Y donde despiertan también las peores pulsiones que habíamos olvidado al sumirnos en la mayor crisis sanitaria del siglo.

Sabemos que se acaba porque las cifras covid cada vez son mejores. Pero también porque las peores tendencias de la política internacional, con la excepción de parte de la administración Biden o la redacción de la nueva Constitución de Chile, vuelven donde las dejamos. Israel, tras inmunizar a su población y excluir de la vacunación a los palestinos, vuelve a masacrar Gaza. Marruecos empuja a sus ciudadanos y menores al mar a modo de chantaje político. Navalny está encerrado mientras la Unión Europea amaga con unas sanciones a Rusia que nunca llegan. Los países ricos se olvidan de repartir el acopio de vacunas con el resto.

En este despertar, el pistoletazo de salida ha pillado al Gobierno con su propio empezar de cero. Sánchez ha llegado a la meta con un vicepresidente menos, errores encadenados desde Murcia, el peor resultado socialista en Madrid; y una acción de Gobierno mermada por el covid, rifirrafes internos frente a una oposición que solo actúa por derribo.

Se acabó el tiempo del relato. Y es posible que también el de los consultores, los fuegos de artificio y la prospección de lo bueno por venir como hoja de ruta. Al Gobierno, jaleado por un odio que han ido larvando PP y Vox, le quedan dos años para darlo todo, hacer política y cosechar gestión.

En este año largo de coalición no han dejado de pasar cosas, pero dentro de la niebla de la excepcionalidad, en el contexto de la emergencia y el temor al virus. Hay parte del recorrido legislativo hecho: Ingreso Mínimo Vital, Ley de los riders, cambio climático y eutanasiariders. Madrid y Cataluña, que eran importantes, vistos los resultados con distancia no sorprenden: reedición de la alianza independentista con mesa de negociación mediante y la derecha reagrupándose desde su enclave madrileño.

Que la legislatura empiece ahora, como anunció Yolanda Díaz e incluso Pedro Sánchez, significa que el Gobierno necesita dar certezas y aterrizar la coalición. Ser capaces de compaginar la reconversión de la economía global con la transición justa del ‘no dejar a nadie atrás’. En lo concreto, los compromisos de la coalición pasan por una anunciada reforma laboral, un acuerdo inminente de las pensiones, meter mano al paro estructural de los jóvenes, las políticas de descarbonización, reforma fiscal, ley de vivienda y una ley ‘trans’ que más pronto que tarde llegará.

La post-pandemia nos lleva a lo real: no se pueden hacer las grandes transformaciones sin las políticas sociales que las hagan viables. Hay quien plantea la dicotomía entre mirar hacia el 2050 o al 2021, cuando es imposible gestionar y abordar el presente sin saber dónde quieres llegar. Hasta el nuevo capitalismo se intenta refundar desde la justicia social. Por eso uno de los mayores retos de esta legislatura pasa por dar una salida laboral a las bolsas de miles de parados que dejan industrias disfuncionales antes del covid y que se han desplomado por el camino. A aquellos que perderán su empleo porque sus puestos de trabajo no encajan con la economía verde y la automatización. O a ese altísimo porcentaje de jóvenes y mujeres precarizadas que arrastran ya varias generaciones.

El perdón de Casado

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Una de las lecciones que deja Trump a la política pasa por entender cómo ha funcionado el discurso de los perdedores de la globalización, cómo se debilita a la extrema derecha minimizando a las víctimas de la transición industrial y digital. Sin ‘perdedores’, por más ruido que hagan los extremistas, no cosechan apoyo político. El revulsivo de Joe Biden ha sido dar la vuelta al tablero de Trump reivindicando que el Estado (eso que Trump llamaba establishment) sirve para gestionar y redistribuir, para aplacar el daño de las economías especulativas de la desigualdad o para reconvertir las industrias de manera que los trabajadores tengan dónde ir.

En estos meses, el ejecutivo se ha dado cuenta de que el mensaje de odio y distorsión trumpista de la política puede calar. De que el PP, Vox y ciertos grupos no van a dar tregua y seguirán alentando una violencia de baja intensidad que nos va a acompañar los próximos dos años. Un PP que el día de la mayor crisis de España con Marruecos es capaz de replicar en las redes la imagen de un grupo de enervados que reciben la llegada del presidente al grito de ‘hijo de puta’, ‘cabrón’ y aporreando el coche. Seguirán con la estrategia del odio donde unos alentan a las masas, otros ponen las banderas, y otros lo apoyan de frente o de perfil.

La mejor fórmula para echar a la extrema derecha es mejorar la vida de la gente. Y esto, muy fácil de decir y difícil de hacer, será el balance al que se enfrentará el Gobierno en esa cuenta atrás que Pedro Sánchez ha fijado en 32 meses. Después de un año traumático, los ciudadanos tendrán que percibir al final del mandato que están mejor que ahora. O eso, o dejar al PP en manos de Vox.

Casi nada representa mejor nuestro estado de ánimo que las portadas del New Yorker. En la ilustración de esta semana una puerta gigante se abre a la luz. Tras ella, una familia mira el paisaje abierto hacia el que se encaminan. Agarrados de la mano, contemplan desde la sombra la nueva dimensión. Al otro lado, la ciudad resplandeciente se despierta. Volvemos poco a poco a la normalidad, nuestras ciudades recuperan el barullo, en nada nos quitaremos la mascarilla al aire libre, retomaremos las barras de los bares, los conciertos, las multitudes, los abrazos sin miedo, la vida. Tras ese gran portón que da a la post-pandemia, salimos a un tiempo y un lugar muy distinto del que entramos. Y donde despiertan también las peores pulsiones que habíamos olvidado al sumirnos en la mayor crisis sanitaria del siglo.

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