Segunda vuelta
El perdón de Casado
Pablo Casado se ha empeñado en vivir en el espejismo del post 4M, en habitar cómodamente en la cuasi mayoría absoluta del Gobierno de Ayuso antes que en el papel de presidente del PP en la oposición. La realidad de la que escapa comenzó en las primarias, producto y consecuencia de una guerra entre dos candidatas enfrentadas y rodeadas por los tejemanejes del partido y la más que predecible imputación de su ex secretaria general.
A Rajoy le pasó prácticamente lo mismo. En 2011 se instaló en la Moncloa con el caso Gürtel vivo en los tribunales e imaginó una huida hacia delante permanente. Tuvo momentos valle en los que todo parecía estar resuelto contra Luis Bárcenas y a su favor. Diez años después, Casado dormirá en una ensoñación parecida. En la esperanza de que la actualidad lo tapará todo y en la ficción de que los asuntos judiciales del PP pertenecen al pasado.
Por algún extraño negacionismo, Casado cree que la vía del silencio, la irresponsabilidad política de no dar explicaciones, oculta los casos de corrupción, pero el camino tortuoso que queda por delante se extenderá hasta 2023, horizonte de las próximas elecciones. Las causas abiertas dejarán nuevas sentencias y añadirán más detalle a cómo han funcionado las tramas de los suyos y su partido.
La lista no es baladí. Es posible que volvamos a escuchar a Luis Bárcenas en la Audiencia Nacional ahondar en la caja b y la pieza de los sobornos, el dinero que donaban (sic) empresarios a cambio de contratos y lo que les pudiera caer en el reparto de lo público. Después de verano puede que Casado siga con el raca-raca de los indultos. Pero en septiembre también regresa la Gürtel y el PP se sentará en el banquilloGürtel como partícipe a título lucrativo por la causa de Boadilla. Y después vendrá el turno del gran pelotazo de Gürtel en Arganda y Francisco Camps en Valencia. Tampoco querrá oír hablar de la financiación del PP agrupada en las causas Lezo y Púnica, con los dos escuderos top-ten en corrupción de Esperanza Aguirre, reconvertida en la nueva gurú del PP de Madrid.
En el más difícil todavía, Casado cree que puede no responder por la Operación KitchenOperación Kitchen. A los testimonios, interrogatorios y modus operandi de la traca final que organizó el PP para salvarse como apuntan decenas de indicios. La excúpula policial nombrada por el exministro Jorge Fernández Díaz, la instrucción judicial y la comisión parlamentaria que están desmontando en paralelo los entresijos de una operativa montada desde el partido y cierto control de las instituciones del Estado. María Dolores de Cospedal, Soraya Sáenz de Santamaría, Mariano Rajoy… ellos se verán forzados a hablar y Casado pretende no decir nada, como si eso fuera posible sin hacerle parecer, cuanto menos, incapaz de estar a la altura del cargo.
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Hay algo más preocupante en la huída de Casado. No hay señales de que quiera responder por el presente. El expediente a Cospedal tras su imputación por cohecho, malversación y tráfico de influencias es responsabilidad suya. Pero también lo es responder por Teodoro García Egea. ¿De verdad pretende no decir nada sobre la mediación desvelada por infolibre de su secretario general con el presidente de Murcia para sobre la operación de un familiar?
La moción de censura a Rajoy fue la demostración de una democracia sólida con anticuerpos frente a la corrupción. Pero el PP tiene pendiente una deuda ética y moral con la sociedad que debe resolver Pablo Casado. Como mínimo, pasa por pedir perdón por cada una de las sentencias que la justicia vaya confirmando. Por las malas prácticas. Mandar alguna señal que haga entender que nada del pasado volverá a repetirse. Algún mensaje por haber tensionado durante años a jueces e investigadores, asumir públicamente las consecuencias de un proceso de degradación que arrancó en los 80 y que culmina, de momento, en la Operación Kitchen.
Puede que fuera de los impávidos, de los que no se enteraron de nada. Sorprende, aunque sea por edad, que nada le escandalice. Que haya caminado por encima de tantos cristales rotos sin inmutarse. Sin escuchar, ni ver. Que no tenga la necesidad de condenar un pasado abyecto implica que o no ha metabolizado la historia de su partido, que quien calla otorga, o simplemente es partícipe. El silencio como respuesta hace pensar lo peor. Ahora que emprendemos tantos ciclos nuevos, Casado podría aprovechar el suyo. Ahora que el PP exige tantos arrepentimientos ajenos, podría empezar por el propio.