La paz no viene sola, ni se defiende sola

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Para qué sirve Naciones Unidas es la eterna pregunta en los debates de política internacional en un siglo que encadena barbaries. Preguntarse si existen hoy los liderazgos internacionales es otra de esas máximas en permanente cuestión. Con el último conflicto-masacre sobre Gaza desde que Hamás atentó contra Israel sabemos que ambos sirven y son imprescindibles. En la sesión plenaria del Parlamento europeo, horas después del bombardeo al hospital gazatí, por las comparecencias de los miembros de los 27 de la UE pasaban todos los nervios que atraviesan la relación de Europa con Oriente Próximo, las tensiones políticas, culturales, de convivencia. Después de mucha diplomacia soterrada, desde ahí, Josep Borrell y José Manuel Albares han dado su mejor versión defendiendo las reglas de la guerra, acuñadas en el derecho internacional, la humanidad en el conflicto como línea de acción y una máxima básica: “Condenar una estrategia no nos debería impedir condenar otra”. Porque cortar el agua y los suministros no es compatible con el derecho internacional; y que una cuarta parte de los 3.000 muertos en Gaza sean niños, tampoco es compatible, decía. 

España ha liderado un discurso que pone límites al intento de Israel de usar a Occidente como escudo de una revancha levantada sobre un crimen de guerra. Benjamin Netanyahu pide barra libre para matar y exige apoyo sin figuras a la comunidad internacional en un intento de represalia incompatible con el derecho internacional. “Nuestros enemigos no han hecho más que empezar a pagar el precio”, dijo. Para el presidente israelí, esto —y ‘esto’ son los 3.000 muertos sumados hasta hoy— “es solo el principio”. Antes de empezar, cerraron Gaza a cal y canto. Una cámara acorazada a tiro de Israel donde los palestinos son daños colaterales, rehenes de Netanyahu y de Hamás.

Asumir las reglas de Netanyahu sin más convertiría a la comunidad europea en cómplice de sus crímenes. Apoyar a Israel sin condiciones haría saltar los ensamblajes de la política exterior de las democracias europeas

Esta fue la estrategia de Estados Unidos durante el 11-S y el mundo occidental salió a la calle contra una guerra ilegal en Irak. En su día, la conmoción por las víctimas del 11S fue compatible con las víctimas de Irak. En la visita a Israel, Joe Biden ha recordado el trauma y la herida que dejó la llamada ‘guerra contra el terrorismo’ en la sociedad norteamericana. Un borrado del “eje del mal” que avivó la demonización de árabes y musulmanes y mató a 7.000 soldados estadounidenses, 200.000 civiles iraquíes y 70.000 afganos. El resultado fue la retirada indecorosa de Afganistán durante este mandato de Biden, una región empobrecida todavía destrozada por conflictos abiertos y varias generaciones arrasadas por una década de odio en la región.

“Si no hay dos Estados, ¿cuál es la alternativa?”, se preguntaba Borrell desde la atalaya europea instando a movilizar “nuestras energías políticas para construirla”. Decía también el jefe de la diplomacia europea que la manera en la que cada uno comunique su posición en este conflicto va a determinar nuestro lugar en el mundo durante muchos años. Las guerras nunca traen la paz. Y tampoco se ganan. España está liderando la defensa de la acción humanitaria frente a una escalada de venganza que extienda el conflicto por otros países. Que sume más muertos a los muertos. Ni Estados Unidos, ni Rusia, ni China quieren. Pero si ocurre, la dimensión podría ser tal que el origen de la ofensiva israelí, el atentado brutal de Hamás en el sur de Israel, podría acabar siendo el pie de página. “Nada es inevitable”, escribe la escritora polaca Anne Applebaum en The Atlantic tras la victoria de la oposición frente al populismo autocrático recién derrotado en Polonia. “Nada es inevitable en el ascenso de la autocracia o el declive de la democracia”, precisa. Asumir las reglas de Netanyahu sin más convertiría a la comunidad europea en cómplice de sus crímenes. Apoyar a Israel sin condiciones haría saltar los ensamblajes de la política exterior de las democracias europeas. Y porque nada es inevitable, la comunidad europea e internacional debe anteponer los derechos humanos al derecho de defensa. Como escribió el poeta Mario Benedetti, hay que defender la paz “del fuego y de los bomberos, de los suicidas y los homicidas”.

Para qué sirve Naciones Unidas es la eterna pregunta en los debates de política internacional en un siglo que encadena barbaries. Preguntarse si existen hoy los liderazgos internacionales es otra de esas máximas en permanente cuestión. Con el último conflicto-masacre sobre Gaza desde que Hamás atentó contra Israel sabemos que ambos sirven y son imprescindibles. En la sesión plenaria del Parlamento europeo, horas después del bombardeo al hospital gazatí, por las comparecencias de los miembros de los 27 de la UE pasaban todos los nervios que atraviesan la relación de Europa con Oriente Próximo, las tensiones políticas, culturales, de convivencia. Después de mucha diplomacia soterrada, desde ahí, Josep Borrell y José Manuel Albares han dado su mejor versión defendiendo las reglas de la guerra, acuñadas en el derecho internacional, la humanidad en el conflicto como línea de acción y una máxima básica: “Condenar una estrategia no nos debería impedir condenar otra”. Porque cortar el agua y los suministros no es compatible con el derecho internacional; y que una cuarta parte de los 3.000 muertos en Gaza sean niños, tampoco es compatible, decía. 

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