La tentación de blindar a la patronal

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La "tormenta en el vaso de agua", esa crisis que no ha sido crisis como ha sugerido el Gobierno, ha dejado claro por qué es crucial la reforma laboral. De los siete meses de reuniones discretas de Yolanda Díaz, de los encuentros semanales sin demasiado ruido para quienes no seguimos el minuto-resultado del ministerio de Trabajo, sabemos ahora cuánto se juega y a qué precio en la mesa de diálogo. Las presiones no son nuevas. La novedad está en qué se defiende frente a qué resistencias.

Yolanda Díaz tiene razón. No han sido las formas y no es el mecanismo, es el contenido. En ese vasito de agua, chupito dicen, hemos visto caer las tensiones que implica reformar las normas y el mercado de trabajo de la recuperación, apostar por el futuro de varias generaciones condenadas al bucle de un mercado roto, la brecha de género que sufren las mujeres, la obligatoriedad de formar a los trabajadores para transformar la industria. Y la importancia de que la ministra verbalice una máxima: No estamos condenados a la precariedad, la hemos fabricado. Tenemos el mercado laboral que hemos hecho, el que diseñó el PP hace una década, no uno caído del cielo.

Si fallaban los mecanismos de comunicación entre Trabajo y el resto del Gobierno, no han sabido decir desde cuándo. Y para ser un vasito de agua, la tormenta se ha resuelto con medio Ejecutivo en la futura mesa de diálogo y el compromiso de fijar, por fin, cuáles son los límites del Gobierno en materia de empleo. Porque esta vez no hay hombres de negro que viajen a España, pero nos esperan en Europa con los deberes hechos en dos meses.

La tradición de Bruselas es pedir flexibilidad, un clásico. La novedad en la ecuación, y esto lo cambia todo, está en exigir que las facilidades que se den a la patronal, esos fondos que también necesitan, resuelvan la temporalidad y la precariedad. Precisamente esta semana, en plena refriega por las competencias, el Financial Times dedicaba su “Big Read” de portada, un extenso análisis de fondo, a España y los fondos de recuperación. Según la cabecera, deben servir para abordar “la mayor falla estructural de la economía española: su mercado laboral disfuncional, sobre todo para los jóvenes, con una altísima tasa de paro y un sistema a dos velocidades donde una quinta parte de los trabajadores son precarios”. Para el medio liberal, el problema es el paro y el mercado basura, no el desamparo y la debilidad de la CEOE. Para la Comisión Europea, en parte también.

De momento la batalla política y de liderazgo la ha ganado Yolanda Díaz. No porque tenga razón, sino porque ha hablado claro. Mientras Díaz ha dicho de qué lado está —“Esto va de mejorar las condiciones de trabajo de la gente”—, y aunque la derogación de la reforma laboral esté anclada en el pacto de Gobierno, desde la Vicepresidencia de Nadia Calviño solo se ha apelado al mecanismo de coordinación como leitmotiv del desencuentro. Hubiera sido más fácil, y bien contado hasta razonable, explicar la conveniencia de enviar a Bruselas una reforma laboral con la empresa dentro. Y explicar de paso que se puede y debe defender a la patronal sin regalarles los ases de la baraja. E incluso dar la vuelta al mensaje y comprometerse a pactar con la CEOE a cambio de que firmen compromisos concretos con el bien colectivo. Y eso, en el detalle, pasa por las mismas políticas de Yolanda Díaz: poner topes a la temporalidad, definir condiciones y convenios dignos, protección laboral.

La patronal no admite que gran parte del fracaso del mercado laboral que señala Bruselas también es suyo. Que España esté a la cabeza de la temporalidad y la precariedad es causa y consecuencia de una parte de empresas que han priorizado el reparto de los resultados millonarios a corto plazo a la formación, transformación e integración de los trabajadores. El ciclo de 2008 fue el de la austeridad y el triunfo de la patronal. La reforma laboral de 2012 que se aprobó por decreto, sin el consenso de los sindicatos y con el aplauso de los empresarios, les ha dado diez años para aprovechar una flexibilidad más que suficiente para haber convertido beneficios en empleos decentes y productivos. La marca España como campeona europea de la precariedad es también (o sobre todo) suya. Y que el 95% de los nuevos contratos sean temporales, con un 95% de trabajadores sin indemnizaciones, es parte del legado que dejan.

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España tiene que articular su propio mercado laboral y evitar comparar gráficos en el vacío. Los países nórdicos tienen mayor flexibilidad, cierto. Y un salario medio de 60.000 euros. Los países anglosajones ricos rozan el pleno empleo en medio de un mercado neoliberal, cierto. Y unas tasas de desigualdad y pobreza vergonzantes. El pay them more de Joe Biden retrata no solo un momento puntual poscovid. La escasez de trabajadores, cuya dimensión todavía no alcanzamos a descifrar, es en parte resultado del agotamiento de las clases medias y obreras, una suerte de rebelión ante las rutinas de explotación que se habían consolidado, el resultado de liberalizar el mercado sin abordar la desigualdad de los salarios. Ya lo advirtió el propio Alan Greenspan al frente de la Reserva Federal en 1994, casi 30 años atrás, cuando reconoció que los ingresos desiguales podían transformarse en una seria amenaza para nuestra sociedad.

Para esta reinvención del mercado laboral el PP también ha claudicado. En el mundo paralelo de la derecha y sus portavoces sirve la reforma laboral de 2012, denostada incluso en Bruselas. Para los populares y sus portavoces, “la paguita” a los parados es la causa de la escasez de trabajadores en el sector servicios. Pero en Estados Unidos han hecho la prueba, cortaron las ayudas covid para forzar la reincorporación y la cifra batió el récord de 10 millones de ofertas de trabajo sin cubrir. En España, en datos trimestrales, los empleos sin cubrir crecieron un 60% más que hace un año.

Ya lo dijo Richard Sennet en La corrosión del carácter, ese ensayo que no envejece: “El mal que escogemos depende del bien que persigamos”. El Gobierno ha aprobado el SMI sin el apoyo de la patronal. La pelea con la patronal les puede desgastar en la derecha de siempre, pero el reto está en llegar a Bruselas haciendo entender a la CEOE que el bien ya no pasa solo por ellos.

La "tormenta en el vaso de agua", esa crisis que no ha sido crisis como ha sugerido el Gobierno, ha dejado claro por qué es crucial la reforma laboral. De los siete meses de reuniones discretas de Yolanda Díaz, de los encuentros semanales sin demasiado ruido para quienes no seguimos el minuto-resultado del ministerio de Trabajo, sabemos ahora cuánto se juega y a qué precio en la mesa de diálogo. Las presiones no son nuevas. La novedad está en qué se defiende frente a qué resistencias.

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