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¿Cuánto tardarán en caerse del guindo?

El pasado mes de mayo expuse aquí mi opinión sobre los sondeos petrolíferos en Canarias. Todavía quedaba alguna esperanza de que la sensatez o los tribunales detuvieran el despropósito, pero no ha sido así. El aval del Gobierno a las prospecciones de Repsol ha iniciado esta semana la cuenta atrás. Ya están en marcha los trabajos para buscar riqueza petrolífera a 50 kilómetros de las costas de Lanzarote y Fuerteventura.

Es una muy mala noticia.

Porque ni el seguro y garantía financiera de hasta 60 millones que se exige a Repsol, ni el estricto control sísmico a que se obliga durante los tres años de licencia para la prospección, garantizan que no se vayan a producir daños al medioambiente. De hecho, hay algunos que ya se pueden anunciar, como los que van sufrir unos cuantos habitantes marinos de la zona, léase por ejemplo cetáceos, con el sistema de prospección basado en técnicas geoacústicas, o la contaminación lumínica que afectará al proceso migratorio de no pocas aves, o la química, asociada también al proceso de perforación. Eso se apunta ya desde las organizaciones medioambientales, en particular SEOBirdlife, como una realidad asociada incuestionablemente al proceso que acaba de iniciarse. Y no contamos el riesgo real de fugas que dañen la pesca y el turismo.

Es curioso cómo el mismo gobierno que reconoce en julio el valor biológico de ese territorio, al declararlo Zona de Especial Protección de Aves, autoriza en agosto que se arriesgue su equilibrio con las prospecciones. Tampoco es de extrañar, en un ejecutivo que decidió cargarse hace unos meses las posibilidades de producir energías limpias para consumo y exportación, obviando el valor creativo e impulsor de la economía sostenible, apostando por los fósiles como recurso energético.

Los argumentos que se esgrimen a favor siguen siendo una supuesta creación de futura riqueza para Canarias e incluso el ministro canario Soria ha dicho que las mismas prospecciones afectarán positivamente al turismo. La compañía Repsol insiste en que su actividad es compatible con el respeto medioambiental y se remite a los informes de impacto ambiental del propio gobierno. Hay también expertos independientes que consideran mínimos los riesgos y máximas las garantías. Y luego está ese argumentario manejado por el PP contra Coalición Canaria a la que reprocha que ahora se oponga a lo que apoyó, lo cual no hace sino ahondar en la brecha entre los políticos y la calle.

Seguro que hay más argumentos, que se podrá explicar y se explicará que todo esto no va a dañar al medioambiente y que nuestras reservas son fruto de la ignorancia o la mala fe, o ambas. E incluso podrán llegar a convencernos si técnicamente esos argumentos tienen peso de verdad. Lo dudo, pero puede pasar.

Ahora bien, ante una realidad así hay que negar la mayor. Lo importante no es lo que se va a hacer, por muy dañino que pueda ser o por mucho debate que cree. Lo desolador es la opción que se está eligiendo. Y las sospechas sobre las razones para esa opción.

Porque el problema de fondo no es que ahora se pueda contaminar más o menos o afectar menos o más a determinados seres vivos con los que compartimos planeta, que, insisto, es grave. La cuestión verdaderamente preocupante es que se esté apoyando prospecciones de pasado mientras se cierra la puerta a la energía del futuro. Lo grave es que gobiernos del siglo XXI sigan sin ver que lo que está matando el planeta es la apuesta global por esas energías limitadas y contaminantes y que el futuro sólo es posible si se abandona ese camino y se explora la riqueza de la energía limpia y las enormes posibilidades de la economía de la sostenibilidad. O si lo ven, no tengan el valor de actuar.

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Lo que queda una vez más es la sensación de que siguen primando intereses que no son exactamente los de la ciudadanía y que nos gobiernan personas o grupos que además de ser altamente receptivas a esos intereses –estoy pensando en los de las corporaciones internacionales que explotan las energías de siempre más rentables para ellas que la exploración de las otras– tienen una escasa capacidad de ver la realidad y sobre todo el futuro más allá de la situación presente.

Como aquel jefe de Gobierno europeo que siendo líder de la oposición negaba convencido el cambio climático porque se lo había dicho un primo suyo.

¿Cuánto tardarán en caerse del guindo? O siendo menos ingenuos: ¿Cuándo dejaran de plegarse a intereses no democráticos? ¿Cuántas posibilidades de futuro se habrán cerrado entonces?

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