Ningún período anterior en la historia ha conocido tal nivel de paralelismos en lo que ocurre en la evolución política en el mundo. Se repiten situaciones que no pueden ser resultado de la casualidad. Por el contrario, parece existir un proceso de causalidad en el que se extienden fuerzas reaccionarias que ponen en peligro la subsistencia de los modelos democráticos basados en la pluralidad, la diversidad y, finalmente, la convivencia pacífica cimentada en el respeto a los demás, tengan o no nuestra misma ideología.
En 2021, los profesores de la Universidad de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt publicaron su famoso libro Cómo mueren las democracias. Su trabajo tuvo especial relevancia porque permitía entender la amenaza real que suponía la llegada al poder de partidos extremistas mediante mecanismos diferentes a los golpes de Estado tradicionales basados en el uso de las armas y la represión. Uno de los argumentos más endebles de quienes defienden la defensa de la democracia desde una equidistancia alejada de los extremismos es su errónea apreciación de que la situación de la derecha y la izquierda sea similar. Resulta evidente la constatación de que la única amenaza real que vivimos actualmente en el mundo occidental proviene de la extensión y normalización de partidos de ultraderecha que suponen una prolongación temporal de lo que fue el auge del fascismo décadas atrás.
Tiranía de la Minoría
Este año, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt han publicado nuevo libro, titulado Tyranny of the Minority: How to reverse an authoritarian turn and forge a democracy for all (Tiranía de la minoría: Cómo revertir un giro autoritario y forjar una democracia para todos). El trabajo se centra en intentar explicar cómo en Estados Unidos, con la llegada de Trump, una minoría ultraderechista ha terminado por adueñarse del Partido Republicano. El histórico GOP (Grand Old Party, el Gran Viejo Partido) está controlado ahora por lo que simplemente era una minoría extremista y radical hace no mucho tiempo.
En Tyranny of the Minority, sus autores toman como referente de buena parte de su discurso al politólogo español Juan Linz, fallecido hace más de una década, que goza quizá de mayor reconocimiento fuera de nuestras fronteras que en nuestro país. Linz marcaba una clara diferencia entre dos formas de ser demócrata que hoy tiene absoluta vigencia. Confrontaba la categoría de demócratas leales con la de los que denominaba demócratas semileales. Ambos grupos representan dos compromisos opuestos con el régimen democrático.
Para distinguir a un demócrata leal basta con confirmar, según Linz, que cumple tres requisitos indispensables. En primer lugar, el de respetar el resultado de las elecciones celebradas libremente, ganen o pierdan. La segunda condición para poder ser considerado un demócrata leal sería la de rechazar la violencia de forma categórica, tanto física como verbal, tanto las prácticas violentas como la amenaza de recurrir a ellas. La última condición exigible a un demócrata es la de romper todo lazo de conexión con las fuerzas antidemocráticas.
La derecha española
No hace falta ser un avezado analista político para comprobar que la derecha en algunos países del mundo occidental no cumple estos requisitos, entre ellos en España. La derecha española insiste en sembrar dudas sobre la legitimidad del Gobierno actual salido de las urnas, promueve la violencia verbal a través del insulto permanente, la demonización y la descalificación personal de sus adversarios. Se ha negado a condenar tajantemente actos violentos y justifica frases incitadoras de comportamientos violentos. Finalmente, la derecha española no tiene duda alguna en pactar y abrazarse con la ultraderecha reaccionaria y antidemocrática que representa Vox. Es decir, un caso de libro de lo que Linz en su momento y hoy Levistky y Ziblatt denominan demócratas semileales.
La derecha española insiste en sembrar dudas sobre la legitimidad del Gobierno actual salido de las urnas, promueve la violencia verbal a través del insulto permanente, la demonización y la descalificación personal de sus adversarios
El matiz de la semilealtad frente a la abierta deslealtad es importante, porque quizá el mayor peligro que representan los semileales es el de intentar pasar desapercibidos en su falta de aceptación real del sistema democrático. Levistky y Ziblatt explican cómo “desde la distancia, los demócratas semileales pueden parecer demócratas leales. Son políticos tradicionales, a menudo vestidos con traje y corbata, que aparentemente respetan las reglas y, de hecho, incluso prosperan bajo ellas. Nunca participan en actos visiblemente antidemocráticos. Por eso, cuando las democracias mueren, sus huellas dactilares rara vez se encuentran en el arma homicida. Pero no nos equivoquemos: los políticos semileales desempeñan un papel vital, aunque oculto, en el colapso democrático”.
Colaborar con la ultraderecha
El deterioro intencionado del sistema democrático se ha cimentado en los últimos años en diferentes países y en diversos procesos electorales como en Estados Unidos con Trump, Italia, Hungría, Polonia, Suecia, España, Austria, Alemania o, el más reciente, Argentina, en los que hemos asistido a la colaboración de partidos dominados por demócratas semileales y los promovidos por líderes autoritarios de la ultraderecha. Aquí está el mayor nivel de riesgo. Consiste en establecer mayorías con capacidad de llegar al poder para luego aplicar las leyes necesarias para preservarse en él. Tal y como explican los autores de Tyranny of the Minority, “las democracias se meten en problemas cuando los partidos dominantes toleran o protegen a los extremistas autoritarios, cuando se convierten en facilitadores autoritarios”.
A la hora de establecer patrones de comportamiento en defensa de la democracia, proponen algunas reglas básicas que deberían ser de obligado cumplimiento para la clase política. En su opinión, los demócratas leales, “en primer lugar, expulsan de sus propias filas a los extremistas antidemocráticos. En segundo lugar, los demócratas leales cortan todos los vínculos (públicos y privados) con grupos aliados que participan en comportamientos antidemocráticos. En tercer lugar, los demócratas leales condenan sin ambigüedades la violencia política y otros comportamientos antidemocráticos, incluso cuando son cometidos por aliados o grupos ideológicamente próximos. Finalmente, cuando es necesario, los demócratas leales unen fuerzas con partidos prodemocráticos rivales para aislar y derrotar a los extremistas antidemocráticos”.
Conclusión
La cuestión pasa una vez más por promover la defensa de la democracia, sin olvidar que no es indestructible, que necesita ser cuidada y reforzada. Más aún en períodos de la historia en los que existen grupos que trabajan arduamente por acabar con un sistema que no les beneficia, en tanto en cuanto no les garantiza preservarse en el poder. La democracia para algunos tiene un grave defecto: participar en unas elecciones no garantiza ganar. Levistky y Ziblatt destacan la memorable frase del politólogo Adam Przeworski: “La democracia es un sistema en el que los partidos pierden elecciones”. No se puede explicar mejor.
Ningún período anterior en la historia ha conocido tal nivel de paralelismos en lo que ocurre en la evolución política en el mundo. Se repiten situaciones que no pueden ser resultado de la casualidad. Por el contrario, parece existir un proceso de causalidad en el que se extienden fuerzas reaccionarias que ponen en peligro la subsistencia de los modelos democráticos basados en la pluralidad, la diversidad y, finalmente, la convivencia pacífica cimentada en el respeto a los demás, tengan o no nuestra misma ideología.