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Hablemos de política

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En una reciente entrevista, un periodista le preguntaba al exseleccionador español de fútbol Vicente Del Bosque respecto a cómo llevaba las constantes críticas que recibía cuando estaba en activo. En su etapa como jugador, siempre fue valorado por su extraordinaria clase con el balón en los pies. En su contra, se aludía de forma reiterada a la poca aceleración con la que se movía y a su nula agresividad en la tarea defensiva. Era un jugador elegante, brillante y poco dado a sacudir estopa y a perseguir al rival sin respiro. Jugaba y dejaba jugar. 

Como entrenador, destacó por rasgos similares. Su forma de dirigir el equipo siempre estaba exenta de aspavientos, gritos y tensión. Intentaba inculcar en sus jugadores la responsabilidad individual como miembros de un grupo que cargaba con el extraordinario reto de representar a un país en el que el fútbol tiene una importancia trascendental. Nunca se le escuchó una descalificación respecto a un rival, ni animó a despertar pasiones desaforadas entre los seguidores.

Jugar y ganar

Como refuerzo de su posición, contaba con un equipo que se amoldaba como un guante a ese espíritu, dirigido en el campo por Xavi e Iniesta, dos jugadores legendarios dotados de unas condiciones técnicas superlativas que extendían un fútbol en el que el choque físico carecía de sentido. Fuimos campeones del mundo. Ese peculiar estilo de jugones representaba el reverso de la tosca furia española que tantas veces nos llevó a vaciarnos sobre el césped para acabar siendo derrotados por equipos técnica y tácticamente superiores. El máximo logro al que aspirábamos era a aquello de jugar como nunca para perder como siempre.

Con Del Bosque como director de orquesta, sonamos como una sinfónica tras décadas de ser una animosa charanga representativa de nuestras raíces más arraigadas. En realidad, en el Mundial de 2010 sí que de verdad jugamos como nunca y, por una vez, ganamos. El exseleccionador nacional nunca recibió tantos halagos como tras alcanzar la gloria del triunfo. Sin embargo, también sabía lo que era ser el centro de críticas desaforadas, en muchos casos debido a ese espíritu pacífico que visto en negativo se presentaba como falta de compromiso y esfuerzo.

Defendemos de cara a la galería el estilo de Vicente Del Bosque y luego nos comportamos de forma inversa. La clave que explica esta evidente contradicción deriva en otro paralelismo entre el fútbol y la política. La realidad es que solo queremos ganar

Tener un poco de razón

Tras un balance reposado, después de varias décadas de vivir el fútbol en primera persona, Vicente Del Bosque, preguntado por cómo llevaba en sus tiempos el juicio crítico permanente al que se vio sometido, decía lo siguiente: “Es que el fútbol es muy opinativo. Todo el mundo tiene algo de razón”. La comparación con el territorio político surge de inmediato. Vivimos tiempos en los que la política se rige bajo las normas de la tradicional furia española, que a tantas derrotas nos ha conducido. El debate partidista no puede estar más alejado de la subsistencia de jugones capaces de exponer sus ideas con mesura y clase. La violencia verbal parece invitar al choque físico. Aquellos políticos y opinadores que pretenden bajar el balón al suelo e intentar que el discurso se mueva con creatividad y posibilismo son atropellados por el exabrupto que busca destruir toda posibilidad de juego constructivo y, con ello, exaltar a la hinchada y provocar la reacción del rival. 

Se hacen encuestas de casi todo. Sabemos lo que opinamos como sociedad sobre cualquier asunto. Sin embargo, se echa de menos conocer la respuesta a una pregunta crucial: ¿Qué porcentaje de razón crees que llevas en tus ideas políticas? Podríamos añadir otras interesantes cuestiones al estudio: ¿Cuánta razón aceptamos que pueden tener nuestros oponentes ideológicos? ¿Si se aplicaran tus opiniones, crees que se solucionarían todos los problemas del país? ¿Cuántas veces tus rivales políticos han dicho algo con lo que en realidad estás de acuerdo? ¿Crees que la violencia verbal debería ser erradicada de la vida política?

Defendemos de cara a la galería el estilo de Vicente Del Bosque y luego nos comportamos de forma inversa. La clave que explica esta evidente contradicción deriva en otro paralelismo entre el fútbol y la política. La realidad indiscutible es que, como acérrimos hinchas, lo único que realmente queremos es ganar. Dependiendo del resultado, buscamos posteriormente la explicación de lo sucedido. Si lo único que se quiere es ganar y hay quien considera que con un juego abierto y vistoso va a perder, busca otra alternativa. Al igual que hizo el carnicero holandés Nigel De Jong en su mítica entrada con la plantilla contra el pecho de Xabi Alonso.

Viendo la alineación de portavoces y las formas que eligen algunos partidos y medios de comunicación en España resulta muy sencillo saber qué tipo de actividad política van a imponer. Es cierto que todo el mundo tiene parte de razón, pero para que esta realidad derive en diálogo, negociación y pactos, se requiere practicar un juego acorde. El resultado de esta competición se decide por el voto de todos los espectadores. Deberíamos ser coherentes apoyando aquello que supuestamente decimos que defendemos: un juego democrático abierto, educado y dialogante. Ganaríamos todos, como con Del Bosque.

En una reciente entrevista, un periodista le preguntaba al exseleccionador español de fútbol Vicente Del Bosque respecto a cómo llevaba las constantes críticas que recibía cuando estaba en activo. En su etapa como jugador, siempre fue valorado por su extraordinaria clase con el balón en los pies. En su contra, se aludía de forma reiterada a la poca aceleración con la que se movía y a su nula agresividad en la tarea defensiva. Era un jugador elegante, brillante y poco dado a sacudir estopa y a perseguir al rival sin respiro. Jugaba y dejaba jugar. 

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