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El inquietante vértigo de Ciudadanos

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No parece estar claro del todo qué implica exactamente el vértigo. Hay quien mantiene que es una especie de combate interno entre el miedo a caerte desde una altura considerable y una fuerte tensión que parece animarte a tirarte al vacío. Estos últimos días, siempre que veo a Inés Arrimadas hacer declaraciones en televisión me transmite esa angustia. Nunca aparece relajada y, por el contrario, transmite nerviosismo en cada frase. Parece evidente que lucha por salvar a su partido y a sus votantes y, sin embargo, emite señales inconfundibles de un deseo irrefrenable de lanzarse definitivamente al abismo y acabar con todo.

En política, es poco aconsejable dar lecciones a nadie. La opinión de cada uno suele estar condicionada por multitud de aspectos diferentes que impide objetivamente ponerse en el lugar de nadie. Sin embargo, hay ocasiones puntuales en las que resulta tan evidente un escenario que cuesta entender que el otro no sea capaz de advertirlo.

Ciudadanos tiene ante sí un dilema absolutamente descompensado en el que lo más sorprendente es que haya decidido apostar por la opción más perjudicial para su partido y para la gobernabilidad del país. Su posición actual es la de defender una coalición con el PP y el PSOE. Los argumentos de base son fundamentalmente dos. Por un lado, garantiza la aplicación de unas políticas no condicionadas por los extremos políticos y las formaciones nacionalistas. En segundo lugar, esta gran coalición sumaría 221 votos en el congreso, lo que contribuiría a crear una mayoría estable de gobierno.

Ambos argumentos carecen de toda lógica. En caso de que PSOE y PP aceptaran llevar adelante una alianza de gobierno, llegarían por sí solos a 211 diputados. Es evidente que Ciudadanos sobraría absolutamente en esa asociación. No sería más que un estorbo. Además, tanto PSOE como PP, de manera sonora e indudable han declarado su negativa radical a plantearse semejante alternativa. El PSOE ya ha acordado con Unidas Podemos conformar un gobierno progresista para el que ahora negocia los necesarios apoyos para hacerlo posible. De momento, cree poder contar con 168 o 169 votos. ¿Quién votaría alguna vez a Ciudadanos si su estrategia política consiste en defender que gobiernen juntos PP y PSOE? ¿En caso de que ese acuerdo fuera posible, no sería más lógico que los electores que supuestamente lo apoyaran se decantaran por votar directamente al PP o al PSOE? Ciudadanos sería innecesario, irrelevante y prescindible. Implicaría lanzarse al vacío y acelerar la autodisolución del partido.

La otra opción tiene multitud de variantes y se puede manejar en muy distintos territorios. Sea cual sea el final de la operación supondría colocarse en el centro neurálgico de la vida política española y convertirse en el eje central del ejercicio del poder en el país. El camino se iniciaría con la propuesta de apoyar con sus 10 votos la investidura del Pedro Sánchez. Lógicamente, tal decisión debería ir acompañada con la aceptación del PSOE y UP de sus peticiones. Sería un voto condicionado, no entregado gratuitamente. Ciudadanos no formaría parte del gobierno progresista que se formara a continuación. Lo que sí podría es imponer algunas exigencias que, hoy en día, son las que determinan su base ideológica. Podría exigir el cumplimiento de un equilibrio presupuestario que, además, implicara que no subieran los impuestos a las clases medias y menos favorecidas. Además, podrían condicionar su voto a contar con la total garantía de que no se tomaría ninguna decisión respecto al futuro de Cataluña sin su respaldo.

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Evidentemente, PSOE y UP podrían aceptar o no las condiciones planteadas. Si la respuesta es negativa, Ciudadanos quedaría a salvo de toda crítica respecto a su buena voluntad de contribuir a la gobernabilidad y a haber planteado una solución que evitara que el voto independentista fuera clave para condicionar la mayoría de gobierno en España.

En el caso de que se llegara a un acuerdo, Ciudadanos pasaría a ser un partido determinante en la gobernabilidad del Estado. Además, reforzaría con ello su papel decisivo en Andalucía, Madrid, Castilla y León y Murcia. Podría manejar una estrategia global en la que ofreciera a sus votantes presentes y futuros una alternativa clara y decisiva en el equilibrio de los repartos de poder en España. Automáticamente recuperaría el papel perdido de servir como fiel de la balanza política a nivel nacional, autonómico y local. Prácticamente, nadie podría mover una pieza del tablero sin contar con Ciudadanos.

La nueva dirección del partido parece haber tomado ya la decisión de lanzarse de cabeza al abismo. Ojalá no se equivoquen. La desaparición de Ciudadanos de la política española no sería una buena noticia, aunque seguro que a muchos de sus detractores les agradara. En tiempos en los que la mayor amenaza de la democracia en buena parte de Occidente es la polarización extrema y la extensión de las ideologías nacional-populistas (cada uno que las llame como quiera) no parece aconsejable que los espacios centrales del espectro político se autodisuelvan.

No parece estar claro del todo qué implica exactamente el vértigo. Hay quien mantiene que es una especie de combate interno entre el miedo a caerte desde una altura considerable y una fuerte tensión que parece animarte a tirarte al vacío. Estos últimos días, siempre que veo a Inés Arrimadas hacer declaraciones en televisión me transmite esa angustia. Nunca aparece relajada y, por el contrario, transmite nerviosismo en cada frase. Parece evidente que lucha por salvar a su partido y a sus votantes y, sin embargo, emite señales inconfundibles de un deseo irrefrenable de lanzarse definitivamente al abismo y acabar con todo.

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