¿Presunto culpable o presunto inocente?

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En el mundo de la comunicación política, como en cualquier ámbito público, uno de los escenarios más temidos es lo que se conoce como “situación de crisis”. Sería comparable a la de la llegada de una inesperada tormenta cuando un barco se encuentra en mitad del océano. La clave para que el desenlace no sea dramático depende de tres factores: la dimensión de la tormenta, la capacidad de resistencia de la nave y la pericia de los responsables de la navegación.

Estos últimos días hemos asistido a un curioso caso digno de análisis que ha tenido como protagonista al ministro José Luis Ábalos. Desde que se hizo pública la primera información relativa a la presencia en el aeropuerto de Barajas de la vicepresidenta venezolana, Delcy Rodríguez, y su encuentro con un miembro del gabinete de Pedro Sánchez, la sucesión de rumores no confirmados y de explicaciones poco esclarecedoras se fueron acumulando. Lo cierto es que hoy en día no se sabe bien ni cuál es el supuesto delito cometido, ni qué castigo correspondería por tanto. Pero, a fin de cuentas, poco importa. Por elevación, la oposición política y la mediática han centrado el ataque en la utilización de la mentira en las explicaciones públicas al respecto. La clave se centra en resolver una pregunta: ¿es Ábalos culpable o inocente?

Hace poco más de un año, se produjo un famoso caso que nada tiene que ver con el que nos ocupa, pero que permite plantear una importante reflexión sobre cómo manejar una situación de crisis en el mundo de la política actual. Cuando saltó todo el escándalo en torno al máster de Cristina Cifuentes se desencadenó una ola de informaciones y contrainformaciones que provocó el lógico desconcierto de la opinión pública. El periódico digital eldiario.es dio a conocer que la entonces presidenta de la Comunidad de Madrid se había beneficiado de la falsificación administrativa de una titulación universitaria. Inicialmente, no se conocían muchos detalles, pero la negación de los hechos fue rotunda por su parte.

Cristina Cifuentes posiblemente cometió el error de pretender encubrir unos hechos que ponían más en cuestión a la Universidad que a ella misma. En caso de haber recibido un trato de favor, quizá lo más eficaz podría haber sido pedir disculpas por su inacción ante la irregular actuación de los responsables del Instituto de Derecho Público de la URJC. Tomó otra decisión, la de, pese a ser culpable, comportarse como si fuera inocente. La radical defensa de su inocencia le llevó incluso a mostrar documentación falsa, lo que no hizo más que perjudicar su propia defensa. Cuando el temporal, manejado fundamentalmente por rivales dentro de su propia formación política, estaba en su peor momento, se produjo la tormenta perfecta al difundirse el famoso vídeo de la sustracción de las cremas en un supermercado. La nave se hundió.

En el asunto relacionado con la actuación de Ábalos, podría establecerse justamente un proceso a la inversa. Por lo que se sabe hasta ahora, la actuación del ministro tenía como único fin evitar el conflicto diplomático que hubiera supuesto que Delcy Rodríguez entrara en territorio de la UE en contra de la prohibición expresa que tenía a tal efecto. Si esto es así, su actuación debería haber sido calificada como meritoria e incluso haber obtenido el aplauso de la opinión pública por haber conseguido que el incidente no tuviera lugar. Por lo que conocemos, el ministro Ábalos era absolutamente inocente de haber cometido delito alguno y, sin embargo, cabe la posibilidad de que errara al comportarse como si fuera culpable.

La nocturnidad de la acción, con un coche particular y sin facilitar información sobre el hecho, parece contribuir a dibujar el escenario previo a un delito, aunque se tratara de una acción meritoria. La posterior decisión de responder con evasivas, con cierto tono prepotente y con versiones confusas en mitad de una presión mediática sobredimensionada, ha ayudado poco a reconducir la situación. Cabe interpretar que Ábalos se metió en la tormenta como equipo de rescate, pero el temporal acabó por jugarle una mala pasada. La oposición no acepta dar por terminado un asunto del que no parece que haya mucho más que sacar a relucir. Hemos visto al ministro con rostro afectado en sus últimas apariciones públicas aludir a su intención de mantenerse a flote y luchar por defender su integridad. Ahora, parece haber optado por permanecer resguardado unos días hasta que amaine el mal tiempo.

Si tuviéramos que extraer una conclusión de lo sucedido cabría establecer que nada hay más eficaz en política que la verdad y la transparencia siempre que no haya nada que ocultar. Cuando alguien es culpable en una actuación política equivocada, es un error pretender aparentar la inocencia. Sólo doblará al final la intensidad del castigo público. Por el contrario, cuando alguien es inocente de una acusación falsa, sin duda alguna lo peor que puede hacer es comportarse como si fuera culpable. El miedo a seguir siendo atacado puede contribuir a que se termine recibiendo un castigo desajustado con la no comisión de un delito.

En el mundo de la comunicación política, como en cualquier ámbito público, uno de los escenarios más temidos es lo que se conoce como “situación de crisis”. Sería comparable a la de la llegada de una inesperada tormenta cuando un barco se encuentra en mitad del océano. La clave para que el desenlace no sea dramático depende de tres factores: la dimensión de la tormenta, la capacidad de resistencia de la nave y la pericia de los responsables de la navegación.

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