“Hubo un tiempo en el que nuestro país fue un faro brillante. Después llegaron los progresistas y erigieron una enorme burocracia estatal que esposó la mano invisible del mercado. Subvirtieron nuestros valores tradicionales y se opusieron con insistencia a Dios y a la fe. […] En lugar de exigir que la gente trabajase para ganarse la vida, extrajeron el dinero de los laboriosos ciudadanos y se lo dieron a drogadictos y a mantenidas por el estado del bienestar. En lugar de castigar a los criminales, intentaron entenderlos. En lugar de preocuparse por las víctimas de delitos, les preocupaban los derechos de los delincuentes. […] En lugar de adherirse a los valores tradicionales de familia, fidelidad y responsabilidad personal, predicaron la promiscuidad, el sexo prematrimonial y el estilo de vida gay […] y alentaron una agenda feminista que socavó los roles familiares tradicionales. […] En lugar de mandar fuerzas contra quienes hicieran el mal, recortaron el presupuesto en seguridad, faltaron al respeto a nuestros hombres uniformados, quemaron nuestra bandera y apostaron por la negociación”.
Supongo que el discurso nos resulta conocido a todos. Casi sin modificación alguna, sirve para reproducir los argumentos principales en los que se basa la ideología que defiende la derecha hoy en día en España. Pero esconde dos curiosidades. En primer lugar, el texto está entresacado de intervenciones públicas de un presidente republicano estadounidense. En segundo lugar, lo más sorprendente es que ese presidente era Ronald Reagan y el discurso corresponde a su campaña electoral de 1980. Han pasado 40 años.
Lo que confirma esta simple comprobación es que en realidad la ideología conservadora lleva décadas diciendo lo mismo. La vida avanza, los cambios generacionales se suceden cada vez a mayor velocidad, la tecnología revoluciona el mundo y el cambio climático amenaza nuestra subsistencia. Nada parece importar desde una perspectiva retrógrada. Aquellos que tienen ideas liberales, según la denominación estadounidense, o progresistas, según la terminología europea, siguen significando la misma amenaza. Millones de ciudadanos que quieren un mundo en el que se destruya la familia, el sexo descontrolado se extienda, los delincuentes sean protegidos por el Estado, la nación se autodestruya y, finalmente, el modelo económico favorezca a los vagos frente a la gente laboriosa. Es decir, una sociedad sin valores, sin ética, basada en la preminencia del sexo descontrolado y el caos económico. Lo curioso es que esta visión siga siendo creíble para otros tantos millones de personas.
Bajo esta concepción del mundo, se entiende además el miedo exacerbado que suele asentarse en la mentalidad conservadora ante la posibilidad de que la izquierda llegue al poder. Hemos escuchado hace apenas unas semanas a autoridades eclesiásticas llamar a sus seguidores a congregarse a rezar para evitar un gobierno que no es que presente un modelo alternativo de la convivencia social sino que busca la destrucción de sus principios esenciales de existencia.
Como puede comprobarse, llevamos más de 40 años escuchando la misma angustiante visión de quienes contemplan que sólo hay dos posibilidades de gobierno en el mundo occidental: o el poder cae en manos de la derecha o el caos acaba con el mundo. Al parecer, de poco sirve que a lo largo de todos estos años en multitud de países, incluida España, gobiernos progresistas se hayan alternado con otros conservadores sin que ninguna de estas naciones haya desaparecido por el sumidero.
En el caso español, hoy en día seguimos escuchando cada día que no podemos permitir un gobierno de comunistas, separatistas y terroristas. Da igual que el terrorismo haya sido derrotado con un gobierno de izquierdas en el poder; que el secesionismo sea ampliamente minoritario en España y carezca de peso democrático para llevar adelante sus planes; y que el líder comunista vestido con traje y corbata se levante en el Parlamento a aplaudir el discurso del monarca.
Todos los estudios sobre la política contemporánea coinciden en resaltar el peso creciente de lo emocional frente a lo racional en la conformación de las opiniones de los ciudadanos. Pocos sentimientos tienen tanta fuerza como el miedo. En el guion de La amenaza fantasma (1990), George Lucas ponía en boca del mítico Yoda una reflexión inspirada en la filosofía china tradicional: “El miedo es el camino hacia el lado oscuro. El miedo conduce a la ira. La ira lleva al odio. El odio lleva al sufrimiento”. Ahí es nada, empezamos con Ronald Reagan y acabamos con Star Wars. Típico de progresistas degenerados.
“Hubo un tiempo en el que nuestro país fue un faro brillante. Después llegaron los progresistas y erigieron una enorme burocracia estatal que esposó la mano invisible del mercado. Subvirtieron nuestros valores tradicionales y se opusieron con insistencia a Dios y a la fe. […] En lugar de exigir que la gente trabajase para ganarse la vida, extrajeron el dinero de los laboriosos ciudadanos y se lo dieron a drogadictos y a mantenidas por el estado del bienestar. En lugar de castigar a los criminales, intentaron entenderlos. En lugar de preocuparse por las víctimas de delitos, les preocupaban los derechos de los delincuentes. […] En lugar de adherirse a los valores tradicionales de familia, fidelidad y responsabilidad personal, predicaron la promiscuidad, el sexo prematrimonial y el estilo de vida gay […] y alentaron una agenda feminista que socavó los roles familiares tradicionales. […] En lugar de mandar fuerzas contra quienes hicieran el mal, recortaron el presupuesto en seguridad, faltaron al respeto a nuestros hombres uniformados, quemaron nuestra bandera y apostaron por la negociación”.