Todo lo que el rey olvidó en su discurso (y queríamos oír) Marta Jaenes
¡Que Viva España!
No cabe una semana de mayor fervor del españolismo. Desde el pasado domingo en Barcelona hasta este jueves en Madrid, vivimos rodeados de banderas rojigualdas y encendidos y emotivos cantos patrióticos. Como fondo, la inquietud de una parte de españoles ante la supuesta inminente amenaza de destrucción de nuestra nación. A la vez, subsiste con firmeza el bostezo de otra amplia parte de la población ante tanta sobreactuación.
Quizá este es el mejor reflejo de lo que ocurre. En pleno fervor patriótico, se puede vivir la españolidad con intensa emoción o con profunda relajación. Vivimos el mismo patriotismo entre la sobrexcitación y el tedio. Una vez más podemos visualizar con claridad la existencia de varias formas distintas de ver España y de sentirse español.
Ser español
Dada la peculiar coyuntura, quizá pueda ser momento para dedicar un breve espacio de tiempo en lanzar al aire algunas preguntas: ¿Qué es ser español? ¿Cuántas Españas hay? ¿Un país diverso es menos país que uno uniforme? ¿Cómo se convive con gente con la que no te entiendes? ¿Hay españoles buenos y malos?
Jurídicamente, para ser español basta con tener la nacionalidad española. Geográficamente, los españoles compartimos un espacio y un territorio común. Colectivamente, ser español obliga a pagar impuestos todos los años. Casi todo lo demás tiene que ver con formas individuales y optativas de imbricarse dentro de la sociedad. Es en este punto cuando siempre aparece el conflicto. Todo el mundo se reconoce a sí mismo el derecho a ser como uno quiere. El problema surge cuando tiene como deseo personal condicionar y determinar según su propio criterio la vida de los demás.
Díaz Ayuso es igual de española que Rufián, aunque ambos sientan profundamente todo lo contrario
Condenados a convivir
Todos y cada uno formamos parte de comunidades a las que pertenecemos no siempre de forma voluntaria. Algunos nos acomodamos mejor que otros a esas circunstancias obligadas. Nuestro entorno familiar, geográfico, profesional o personal nos acaba dirigiendo a pertenecer a colectivos unidos por nexos comunes que acaban condicionando nuestra actitud ante la vida. Lo individual debe necesariamente amoldarse al interés común.
Somos miembros de diferentes tribus condenadas a convivir. Algunas son abiertamente integradoras y promueven el entendimiento y la coexistencia con las demás. Otras son notoriamente refractarias a cualquier contagio con otras. Se consideran depositarias de la esencia de una especie de verdad revelada. Cuanto más nos acercamos al roce directo, más fácilmente afloran nuestras diferencias de comportamiento. Cuando más nos alejamos por elevación mayor es la apariencia de cohesión y la distancia entre unos y otros deja de percibirse.
Una perspectiva cósmica
Díaz Ayuso es igual de española que Rufián, aunque ambos sientan profundamente todo lo contrario. Abascal y Otegui comparten nacionalidad española, en contra de su voluntad, claro está. Sánchez y Feijóo son igual de españoles, nos guste o no. Todos formamos parte de una nación que, como es evidente, resulta extraordinariamente diversa si la contemplamos de extremo a extremo.
El más famoso divulgador científico, Carl Sagan, conocido a través de su serie documental Cosmos, mantenía que debemos aprender a valorar el significado del ser humano debido a que “cada uno de nosotros es una preciosidad, desde una perspectiva cósmica”. Daba un interesante consejo en consecuencia: “Si alguien discrepa de tus opiniones, déjalo vivir, porque en un trillón de galaxias, no hallarías otro igual”.
La España folclórica
El facherío español forma parte intrínseca de nuestro folclore tradicional, de la misma forma que el independentismo secesionista. Ambos tienen como uno de sus principales intereses vitales nuestra nación común, España. El independentista no quiere formar parte de esta tribu y sueña con que se rompa y se disperse. El facha quiere acabar con la España en la que vivimos y aspira a que la nación se convierta en una extensión unificada de su secta.
Ambos quieren la destrucción de nuestra nación. Sin embargo, ambos, al hacerlo, la fortalecen porque consolidan la diversidad y con su discurso y su comportamiento contribuyen a enriquecer la variedad de nuestro conglomerado nacional. No hay nada menos unificador que la permanente tabarra de la derecha española respecto a que la gente de izquierda quiere destruir España. Llevan más de 30 años con el mismo tostón. Alguien debería hacerles ver que así no se ganan amigos.
Disfrute o tragedia
Tan español es el que besa la bandera como el que la quema. Uno quiere reivindicar públicamente su incapacidad manifiesta para unificar un país fragmentado en millones de identidades individuales. El otro practica un falso exorcismo tan convencional como irrelevante. Ambos se revuelven ante la representación del otro y con ello, en realidad, consolidan su nexo de unión inseparable de coexistencia. Sin la existencia del otro su propia identidad carecería de sentido.
La cuestión que debemos resolver presenta, en realidad, una fácil disyuntiva. Necesitamos, en primer lugar, asumir la realidad de quiénes somos como tribu en el mundo actual. La amplia diversidad que componemos puede ser a partir de aquí un disfrute o una tragedia. Es optativo. Se trata de elegir, sencillamente, si queremos intentar vivir felices o amargados. Dentro de nuestra nación existen tantas Españas que resulta imposible no asentarse en una en la que encontrar confort. Es nuestra identidad y nuestra fortaleza como país. Ya lo dice textualmente nuestro más extendido himno nacional: “Es imposible que pueda haber dos y todo el mundo sabe que es verdad” ¡Que Viva España!
Lo más...
Lo más...
Leído