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Comparto piso a los treinta: Un llamado a recuperar lo que debería ser nuestro

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Cuando hace unos años empecé a escuchar de manera constante, sobre todo por parte de conocidos algo mayores que yo, la frase “los treinta son los nuevos veinte”, lo cierto es que pensaba que significaba otra cosa. O, al menos, que la frase venía de un estilo de vida que, a los treinta, tú mismo elegías. No pasaría mucho tiempo hasta que descubrí que estas palabras se solían decir, no con alegría, sino con resignación. 

Tengo treinta años y sigo sin poder congelar todos los tuppers que me gustaría si hago lentejas un día porque solo tengo a mi nombre medio cajón del congelador. Sigo llegando tarde a los sitios porque, a media hora de salir, alguien ha decidido atrincherarse en el baño para siempre. Sigo quedándome sin calzoncillos limpios porque ya entramos en esa época en la que la ropa tarda días en secarse y tanto la lavadora como el tendedero están ocupados y con otro nombre antes que el mío en la lista de espera. 

Tengo treinta años y sigo sin sentirme adulto del todo. Sigo sin tener la sensación de total independencia ni la posibilidad de crear mi propio proyecto de vida. Y es porque me han robado la posibilidad de tener un espacio en el que crearlo. Por mucho que ahorre, por mucho que trabaje, por mucho que forme parte de la juventud pluriempleada (los jóvenes actuales somos la generación con mayor tasa de pluriempleo de la historia de nuestra democracia).

No creo que sea cosa mía, que seré muy vago o que querré un ático con terraza en pleno Malasaña. No será cosa mía cuando, además, estoy en la misma situación que la gran mayoría de mi generación: 7 de cada 10 jóvenes que tienen trabajo tienen que seguir viviendo en casa de sus padres. El salario mediano de los jóvenes ha subido un 6,1% desde 2008, pero el precio medio del alquiler, un 40,7%. 

Entro a mirar pisos, para ver si de repente aparece algo que me pueda permitir. Nunca he tenido problema en vivir lejos del centro. Qué horror, qué agobio. Lo primero que me aparece al visitar un conocido portal de búsqueda de vivienda es un apartamento en Quintana (cerca de Ciudad Lineal) de 32 metros cuadrados a 1.600 euros mensuales. Literalmente se comería la totalidad de mi sueldo. Y tengo la mala costumbre de comer. A veces hasta bebo agua. Caprichos que tiene uno. 

Podría ser peor. Al menos, solo convivo con otras dos personas. Otros conocidos están conviviendo en pisos de cinco o seis habitaciones. Los dueños los conoce todo Madrid: grandes tenedores que han partido sus decenas de pisos en habitaciones cada vez más pequeñas e inhabitables para sacar cada vez más dinero de una necesidad tan básica como tener un techo.

No tenemos nuestro propio espacio, no porque no nos lo merezcamos, sino porque nos lo han robado. Supongo que nos toca recuperarlo

"Pues todo esto pasa porque no se construye suficiente vivienda”. Señores, que en España hay casi cuatro millones de viviendas vacías y casi 400.000 dedicadas al alquiler turístico. “Bueno, pero esa vivienda está en municipios pequeños y allí nadie quiere vivir. Todos os queréis ir a Madrid o a Barcelona”. Claro, amiga, porque es en las ciudades en las que se invierte y se crea empleo mientras se abandona todo lo que se considere periferia. Casi un 40% de tasa de desempleo había en Jerez de la Frontera, en mi ciudad, cuando yo me fui. ¿Qué te crees? ¿Que todos nos vamos a Madrid porque nos gusta mucho el musical de El Rey León? La vivienda no es lo único que hay que empezar a gestionar un poquito mejor

No solo eso. La excusa de “todos queréis vivir en Madrid” tampoco me sirve. La capital perdió más de 300.000 habitantes entre 2020 y 2022. Cada vez vive menos gente en Madrid y, sin embargo, es donde más sube el precio cada año. Algo falla, ¿verdad? Eso por no hablar de que la ciudad tiene unas 100.000 viviendas vacías y cerradas y unos 20.000 apartamentos dedicados al alquiler turístico de manera ilegal. Vivienda hay. Lo que no hay es un mínimo de vergüenza, aparentemente. 

Termino de mirar pisos, termino de asumir que la cosa está imposible, y vuelvo a pensar en toda esa gente que vive de alquilar propiedades. Es decir, ¿trabajar no debería servir para producir? ¿Para construir algo que otra persona necesita? ¿Para continuar la marcha de la sociedad y ayudarnos los unos a los otros a alimentarnos, a resguardarnos, a vestirnos? ¿Qué produce una persona que se dedica a especular con la vivienda? ¿Qué aporta a la sociedad alguien que, como tiene dinero, se dedica a comprar casas antes de que tú puedas hacerlo para luego alquilártela más cara de lo que inicialmente sería? ¿Qué bien hace robar un derecho básico a los demás?

Lo digo y lo repito sin vergüenza alguna. Tengo treinta años y sigo compartiendo piso. Sigo sin sentir que mi vida como adulto ha despegado del todo, y sin sentir que tengo un proyecto de vida propio. No tengo el espacio para ello. Y no es porque yo no haya sabido conseguirlo. Ni todos esos compañeros de mi generación que hicieron todo lo que les dijeron que había que hacer: estudiaron, se formaron, consiguieron trabajos, muchos los compatibilizaron (y compatibilizan) con otros trabajos porque con uno no les llega. No tenemos nuestro propio espacio, no porque no nos lo merezcamos, sino porque nos lo han robado

Supongo que nos toca recuperarlo. 

Nos vemos en las calles.

Cuando hace unos años empecé a escuchar de manera constante, sobre todo por parte de conocidos algo mayores que yo, la frase “los treinta son los nuevos veinte”, lo cierto es que pensaba que significaba otra cosa. O, al menos, que la frase venía de un estilo de vida que, a los treinta, tú mismo elegías. No pasaría mucho tiempo hasta que descubrí que estas palabras se solían decir, no con alegría, sino con resignación. 

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