Hace unos días, haciendo scroll en redes, me apareció esta noticia:
Dos bisnietos de Franco venden 7 pisos de lujo en Madrid por 57,7M.
Casi 60 millones de euros. “Pues muy bien”. Y a seguir scrolleando.
Veo en otra noticia: “Marta Ortega, la presidenta de Inditex, se acaba de dar un capricho: el jet privado más rápido del mundo”. Y me acordé también de un titular que rezaba literalmente: “Marta Ortega, la heredera de Zara que empezó doblando camisetas, cumple 40 años”.
Oye, qué cosa con intentar vendernos que puedes empezar doblando camisetas y acabar encontrando en el bolsillo de un pantalón que no te ponías desde hacía tiempo 65 millones tontorrones para gastarte en un avión.
Entro en Instagram, luego en TikTok. Cada cierto tiempo, me salen vídeos de gurús que te cuentan que, para llegar a poder permitirte llevar un nivel de vida digno de una Kardashian, lo que tienes que hacer es levantarte a las cinco de la mañana, hacer burpees, darte de baja de Netflix y quitarte de “microgastos” como el café del desayuno.
Comento el asunto en mis redes. “Envidioso”, “Lo que queréis es que os paguen por no hacer nada”, “Vago”, “Muévete del sofá y trabaja”, son algunos de los mensajes que recibo. Pienso: “Pero, ¿de verdad nadie está pillando lo que quiero decir?”.
El debate con la meritocracia no se ha entendido. Cuando decimos que la meritocracia no existe, muchos entienden que estamos queriendo decir que da exactamente igual trabajar como un cabrón que tirarte cada día en el sofá a rascarte el ombligo, que ambas personas que hacen esto obtendrán el mismo resultado. Lo cual, por cierto, me resulta gracioso; como si las personas de clase obrera tuviésemos la opción de tirarnos en el sofá, y no viviésemos con miedo en el cuerpo a quedarnos sin un techo si nos quedamos sin trabajo y tardamos mucho en encontrar otro. Como si no acabáramos de alcanzar el récord histórico de pluriempleo en España, con casi 600.000 personas teniendo que trabajar en dos sitios a la vez para poder mantenerse (siendo los jóvenes, por cierto, los que más habitualmente viven esta situación). Como si los jóvenes no tuviéramos que emplear el 108% de nuestro sueldo para vivir solos según el Consejo de la Juventud. ¿En qué mundo vive la gente?
Cuando se dé una redistribución de la riqueza que dé a todos una igualdad real de oportunidades, empezaré a creerme lo de la meritocracia
Cuando nos referimos a que la meritocracia no existe no nos referimos a que de igual trabajar o no hacerlo. A lo que nos referimos es a que no se puede hablar de una sociedad basada en el mérito cuando el esfuerzo tiene un valor y una recompensa completamente diferentes dependiendo de quién lo realice.
En España, una de cada cuatro personas está en riesgo de exclusión social o pobreza. La mitad de los hogares tienen dificultad para llegar a fin de mes. Casi la mitad de las diferencias de renta en familias españolas se explican directamente por temas de herencias o desigualdades en el origen. El problema es sistémico. El argumento de la meritocracia solo busca dar explicaciones individualistas a esto para que quienes han heredado su fortuna y su posición no se vean molestados por las posibles soluciones, que pasan por la redistribución de la riqueza.
Lo que sí es interesante es que esa gente que se muestra tan convencida de la existencia de la meritocracia suela ser, precisamente, la misma a la que tanto le indigna la existencia de un impuesto de sucesión.
Si tan convencido estás de que es el esfuerzo y el mérito lo que hacen que una persona prospere, ¿por qué no repartir un poco del dinero que acumulaba una persona que ya no está para que otras tengan alguna oportunidad más de crear su propia fortuna? ¿Qué mérito hay en que tu dinero lo hayas recibido sin tener que haber hecho nada por conseguirlo, simplemente por la familia en la que has nacido? ¿No defiendes tanto la meritocracia? Pues renuncia a tu herencia. Repártela entre quienes no han podido siquiera estudiar y formarse porque tenían que trabajar desde jóvenes para ayudar a su familia a seguir teniendo un techo. Entre quienes no han podido emprender y montar una tienda online de camisetas con frases gamberras o un local de smash burgers a 17 euros porque el poco dinero que ganaban lo usaban para sostener a los suyos.
Cuando se dé una redistribución de la riqueza que de a todos una igualdad real de oportunidades, empezaré a creerme lo de la meritocracia. Y lo de que hay gente que se compró un jet privado doblando camisetas.
Mientras tanto, seguiré sosteniendo lo mismo: que la meritocracia son los padres.
Hace unos días, haciendo scroll en redes, me apareció esta noticia: