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Cuando dato dejó de matar relato (y perdimos la humanidad)

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Esto, creo recordar, ya lo hemos vivido.

Los bulos. La desinformación. El odio. El uso capcioso de una tragedia. La completa falta de humanidad que supone aprovechar el momento más doloroso de la vida de tantísima gente para sacar adelante una agenda política. 

Seamos sinceros: la verdad dejó de importar hace mucho. Hemos escuchado hasta la saciedad eso de que “dato mata relato”. Hace tiempo que eso ya no es así: el relato se mantiene independientemente de los datos, de los testimonios, de la realidad. O dicho de otra manera: una mentira mil veces dicha se convierte en verdad

En cada noticia, cada titular y cada contenido de redes confirmando que no había 800 cadáveres en el parking del Bonaire, que no se tira al vertedero toda la ropa donada a Valencia o que no hay grupos de senegaleses yendo a robar a los centros de voluntariado, cientos y cientos de comentarios de odio. Increpando, insultando, acusando de estar “a sueldo del Gobierno” (¿la mayoría de estos bulos no harían quedar peor precisamente al gobierno de la comunidad autónoma o incluso a los partidos negacionistas de la crisis climática, por cierto?). Llegan al nivel de insultar a afectados por la Dana si su testimonio no encaja en la narrativa que buscan. 

No deberíamos sorprendernos demasiado. Todo esto, por desgracia, ya lo hemos vivido

Hemos escuchado hasta la saciedad eso de que “dato mata relato”. Hace tiempo que eso ya no es así: el relato se mantiene independientemente de los datos, de los testimonios, de la realidad

¿Qué diferencia esto del acoso que sufrió Asell Sánchez, el tío del niño de 11 años que fue tristemente asesinado en Mocejón el pasado mes de agosto? Tras la muerte del pequeño, Asell fue designado por su familia como portavoz ante los medios. En sus declaraciones, desmintió que el asesino fuera “un magrebí”, como distintos políticos, creadores de contenido y voceros de ultraderecha varios aseguraron. Él ya sabía perfectamente quién había sido el autor. Muchos de los propios habitantes del pueblo habían podido ver perfectamente de quién se trataba; estuvieron presentes. Sin embargo, eso no paró a quienes ya habían decidido que iban a utilizar este suceso para sacar rédito político. Asell fue víctima de una campaña de odio y acoso que se extendió a toda su familia.

Imagínate acosar y agredir a una familia que acaba de sufrir la pérdida de un niño de manera traumática porque no querían usar ese dolor para mentir y crear una narrativa racista. 

Son los mismos que ahora hacen uso de la tragedia en Valencia para intentar sacar el mismo rédito. 

Y son también los mismos que han decidido corromper el significado de la frase “solo el pueblo salva al pueblo” (de origen, por cierto, marxista, socialista, y con la emancipación de la clase obrera como objetivo). Tratan de convertirlo en un lema contra el Estado del bienestar y la redistribución de la riqueza. Llaman directamente a dejar de pagar impuestos porque “el pueblo basta para salvar al pueblo”.  

Pero nuestros derechos, nuestro bienestar y nuestra seguridad no pueden depender de la solidaridad. Nos necesitamos los unos a los otros, sí, y es precisamente mediante nuestros impuestos como pagamos las estructuras, las redes y a los profesionales que de verdad saben y pueden ayudar. Por supuesto que es precioso ver a la gente trasladarse hasta Valencia para ayudar a quienes lo necesitan. Pero solo el voluntariado no puede salvar la vida de una persona que necesita una cirugía urgente en un entorno adecuado para ello. Eso por no hablar de qué habría pasado con todas esas personas (miles, según las cifras oficiales) que fueron rescatadas por estructuras específicamente pensadas y formadas para ello. Todo el mundo se emocionó con el rescate desde un helicóptero a esa mujer que, mientras volaba, agarraba con fuerza a sus mascotas. Poco después, muchos de los que compartieron el vídeo invitaban a dejar de financiar a las instituciones que realizaron ese rescate.  

No solo eso. El fuego del voluntariado, por desgracia, se irá apagando poco a poco. Y es normal: la mayoría de quienes están yendo son personas obreras, que tienen unos trabajos, unas familias, unas casas que mantener, y unos recursos económicos limitados. Cuando todos los voluntarios hayan hecho la maleta y vuelto a sus casas, ¿quién quedará cuidando a las personas que lo han perdido todo? ¿Quién ofrecerá ayudas a las personas que aún no hayan podido encontrar una alternativa habitacional? ¿Por qué nos cuesta tanto entender que quienes tanto claman contra el Estado y contra la financiación de los servicios públicos lo hacen por el mero egoísmo de preferir que mueran más personas en la próxima catástrofe a tener ellos que pagar algo más de sus ingresos al mes?

Ojo, no nos vengamos tan arriba los del “lado contrario” pensando que estamos libres de pecado. Ni tres semanas han pasado desde que Íñigo Errejón dejase la política entre acusaciones y denuncias por violencia machista y muchos señores de izquierda se echasen las manos a la cabeza y se desligasen del tema. Esta semana, muchos de ellos se dedican a señalar a la periodista con la que comía Mazón el trágico 29 de octubre, haciendo bromitas sexuales por el camino. Como si lo importante fuera eso y no que el presidente de la comunidad autónoma llegó horas tarde a la reunión de emergencia por la dana. 

Cuatro años desde la pandemia y desde que no paramos de escuchar por todas partes eso de: “De esta saldremos mejores”. Y, chico, la verdad. Más bien parece que, pase lo que pase, y se repita cuanto se repita, nunca aprendemos nada.

Esto, creo recordar, ya lo hemos vivido.

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