Tremenda incredulidad la que he experimentando viendo el trato mediático que se ha dado al caso de Daniel Sancho.
Reconozco que es fascinante entrar en los medios digitales y encontrar tantísimos artículos y reportajes dedicados a contarnos lo terrible que es la cárcel en la que lo encerrarán, lo maravillosa que era su vida antes de esto y lo duros que van a ser para él los próximos años en los que ni siquiera tendrá opción a pedir un traslado de prisión. Enciendo la televisión y encuentro a comunicadores hablando con la defensa del ya condenado o los representantes de su familia con un tono apesadumbrado, con ojos llorosos, con música melancólica de fondo. “¿Esos padres han podido abrazar a su hijo?”, preguntaba una presentadora. Bueno, quienes no han podido abrazar a su hijo han sido los padres de Edwin Arrieta. Supongo que eso no importa tanto.
Ha sido bastante fascinante ver cómo, durante meses, muchos medios se empeñaban en construir un relato de víctima para un hombre que había asesinado, descuartizado y tratado de esconder los restos de otra persona. Resulta que, para entender el anti-punitivismo del que tanto se ha hablado desde los feminismos o varios flancos de la izquierda, solo hacía falta que condenasen a cadena perpetua a un hombre blanco, joven, guapo y con dinero. De repente, todo el mundo parecía sentirse identificado con él. Imagino que con el migrante que entró de manera “ilegal” en España huyendo de una muerte segura o con el pobre de tu barrio que metió a su familia en un piso vacío porque estaban en la calle, cuesta más que los medios empaticen.
No sé, quizá no hacemos tan mal orientando el sistema penitenciario hacia la rehabilitación y la reinserción en lugar de al punitivismo más absoluto
El relato de víctima de Daniel Sancho conllevaba, por cierto, la contraparte del “algo haría para merecérselo” de la verdadera víctima: Edwin Arrieta. Un relato que olía a racismo y también con cierto tufillo a homofobia que casi me ha recordado (muy ligeramente) al trato mediático del caso Wanninkhof, cuya lesbofobia analizaba Beatriz Gimeno en su libro La construcción de la lesbiana perversa. ¿Cómo no iba a ser Dolores Vázquez la asesina de Rocío Wanninkhof, si era una lesbiana, una depravada, una malvada misándrica y resentida con la sociedad? ¿Y cómo iba a ser una víctima ese tal Arrieta? Parece que el tiempo no pasa, ¿eh?
Ojo, me sorprende también el lado contrario. Leo también a muchas personas haciendo referencia a que la condena a Sancho ha sido “ejemplar”, a que en España deberíamos “tomar nota”. Incluso he llegado a ver el vídeo de una famosa influencer que, preguntada en un photocall sobre el tema, asegura que “si pusieran cadena perpetua en España para quienes matan a las mujeres, para todas las atrocidades que pasan en este país, pasarían muchas menos cosas”. En Tailandia, donde se ha dado esta condena, la tasa de homicidios fue de 2,58 por cada 100.000 habitantes en 2022. En Estados Unidos, por poner otro ejemplo de país en el que también existen cadena perpetua y pena de muerte, de 6,38. España, mientras tanto, tiene una de las tasas más bajas de todo el mundo: 0,6 homicidios por cada 100.000 habitantes. No sé, quizá no hacemos tan mal orientando el sistema penitenciario hacia la rehabilitación y la reinserción en lugar de al punitivismo más absoluto.
Eso sí, la culpa, más que a la influencer, se la echaría al reportero. ¿De verdad era necesario preguntar sobre la sentencia de un caso judicial tan delicado en la alfombra roja de algún evento dedicado a la mayor frivolidad posible (sin ser esto nada negativo)? ¿Por qué este empeño en que todo el mundo tenga una opinión de todo?
No sé si hay una lección concreta que sacar de todo esto. En todo caso, no seré yo quien la ofrezca. Como mucho, me gustaría vivir con la esperanza de que los medios de comunicación dejarán de dar pasos atrás con respecto al decoro y la profesionalidad que deberían guardar a la hora de tratar temas tan escabrosos como es un asesinato. También me gustaría pensar que, en algún momento, tratarán de acercar cada vez más su visión y perspectiva a la que manifiesta la población con la que, se supone, tienen un compromiso. Y también me gustaría pensar que, en unos años, no estaremos viendo una nueva serie true crime basada en la historia de Daniel Sancho que vuelva a situarlo en una supuesta posición de víctima.
Imagino que alguna productora estará lamentando que la sentencia haya acabado en cadena perpetua por un motivo bastante menos bucólico que la empatía; ya no podrán ficharlo en unos años como concursante del reality de moda. Vaya por Dios.
Tremenda incredulidad la que he experimentando viendo el trato mediático que se ha dado al caso de Daniel Sancho.