VERSO LIBRE
Tener trabajo no es tener un oficio
El oficio es un factor decisivo a la hora de generar el sentimiento de ciudadanía. Tener un oficio nos vincula con la sociedad porque convierte el trabajo en algo más que en un esfuerzo para ganarse la vida. Quien posee un oficio es dueño de su propia utilidad, se siente responsable de la finalidad de su trabajo. Poder vivir de acuerdo con una vocación supone un lujo que estamos acostumbrados a identificar con la medicina, el magisterio, la política o el sacerdocio. Pero es también una suerte sentirse responsable no ya de una carpintería, sino de los muebles de una carpintería, o de un tendido eléctrico, o de los motores de un taller, o de los cultivos de un huerto. El oficio nos convierte en participantes y protagonistas de una sociedad. Nos define como seres vinculados.
El invierno democrático que vivimos se debe entre otros motivos a la degradación de los oficios. Porque tener trabajo no es lo mismo que tener un oficio. El desempleo provoca un horizonte de heridas muy amplio. No sólo nos deja sin trabajo, sino que además degrada la soñada colocación que aspiramos a conseguir. Crea un ejército de mano de obra disponible que abarata los salarios y que nos deja sin oficio y con poco beneficio. Hay que estar a lo que caiga. Contratos temporales que hoy nos hacen camareros, mañana conductores, pasado mañana vendimiadores, guardas de seguridad o albañiles. La cadena de producción a veces da trabajo, pero no permite la sabiduría y el orgullo de un oficio. Nos define como seres desvinculados. Es muy difícil entender el sentido social de un trabajo bien hecho.
La literatura me ha enseñado que el oficio puede ser agredido por dos extremos: la especialización y el desempleo. Dos maneras de romper el ámbito del trabajo como un espacio de socialización.
La historia de Jean-Baptiste Grenouille, el protagonista de la novela El perfume de Patrick Süskind, es inolvidable y denuncia los peligros de una especialización sin conciencia de la realidad. Su capacidad para trabajar en la elaboración de perfumes se fue encerrando en sí misma, transformándose en una obsesión, fragmentando las vidas, las ciudades y los experimentos. Acabó en un fin que se desentendía de la responsabilidad ética de los medios. No le importó convertirse en un asesino para alcanzar la esencia perfecta con el cadáver de sus víctimas.
Hay muchas formas de especialización, de obsesiva obediencia gremial, encerradas en la historia de Jean-Batiste Grenouille. Los economistas dedicados a la especulación olvidan la responsabilidad social de su oficio y se dedican a acumular ganancias en nombre de sus jefes y de ellos mismos. No les importe matar de hambre, liquidar derechos sociales o empobrecer a la mayoría de los ciudadanos. Otras formas de ensimismamiento dejan también hueca la vinculación social de un oficio. Ha sido común a lo largo del siglo XX que los escritores, sobre todo los poetas, olviden que el sentido de la literatura tiene que ver con el conocimiento humano y la emoción, con el deseo de contar historias para dar testimonio de la realidad, conservar la memoria de un patrimonio cultural y denunciar las contradicciones de un tiempo. Los escritores dejaron de trabajar para lectores, buscaron el aplauso gremial de otros escritores y sacrificaron la imaginación moral de la literatura en beneficio de los alardes técnicos y del instante gratuito de los experimentos. Acabaron con el significado social de la vocación literaria.
Al otro extremo de los oficios está el desarraigo de la ignorancia, la nueva esclavitud de una carne de cañón que sirve para cualquier cosa porque nada de lo que se le ofrece tiene importancia. Su vida no posee otro reconocimiento social que el de su propia explotación. Hoy será usted esto, mañana lo otro y luego lo que caiga. Así se llega a una generalización sirviente y humillada. Los oficios tienen poco sentido, pueden hacerse mal, no hay responsabilidad en ser periodista, o mecánico, o barrendero, o servidor público. La mayoría de nuestros políticos no responden a una vocación, no siente el oficio, se dedican a conservar un puesto de trabajo. Obedecen, negocian con su miedo, renuncian a su conciencia, como las masas de la población desarraigada a la que intentan engañar.
Quien pueda vivir hoy de acuerdo con una vocación es un ser afortunado. Su realización personal responde a un sentido social. Se trata de una verdadera suerte, soportamos un tiempo en el que la educación pierde solidez junto a la artesanía, los maestros, el saber y el compromiso. Ser poeta es algo más que un deseo de escribir endecasílabos perfectos. Ser profesor es algo más que sentirse más listo o más informado que los alumnos. Ser filólogo es algo más que aprender a elaborar una nota a pie de página. Tener trabajo no es lo mismo que tener un oficio.