Resulta curiosa la utilización que se hace en arte de adjetivos como político, ideológico o comprometido. Una película, por ejemplo, suele calificarse de política cuando trata algún asunto que afecta a los derechos humanos, denuncia las injusticias del poder o expone los dramas de la miseria. Pero se olvida que hay otro tipo de compromisos políticos y que también es ideológico el cine que consagra comportamientos reaccionarios. El simple hecho de renunciar al arte como una forma profunda de conocimiento y de apostar por la trivialización de la mirada, supone ya una forma de compromiso con el pensamiento dominante.
El cierre de Alta Films anunciado por Enrique González Macho es una noticia de calado político, un síntoma de la política cultural imperante y de las formas de comportamiento social. La gran distribuidora de cine de autor nacional e internacional no puede resistir una situación de crisis generalizada. Muchos factores entran en juego, pero todos los caminos conducen a la imposición calculada de la basura como marca actual en nuestro tiempo de ocio. Esta desoladora dinámica reclama el esfuerzo de una meditación generalizada.
El público no acude al cine, las salas se cierran, hacer y distribuir una película en España es casi imposible. Durante los últimos años el desarrollo de la piratería ha sido vertiginoso. También se ha explicado la crisis con el argumento de que el cine español es tan malo que no consigue espectadores, por lo que sólo se mantiene gracias a la subvención pública. La consecuencia de todos estos debates, adornados con grandes palabras sobre la libertad, la independencia y la calidad artística, es la paulatina justificación de un cine de bajísimo interés cultural, un cine comprometido con los valores más reaccionarios del neoliberalismo norteamericano.
Los defensores de la piratería cultural y las descargas ilegales en nombre de la libertad deberían empezar a pensar con más honradez en sus argumentos. El desprecio a la cultura que encierra la piratería se traduce de forma inmediata en la pérdida de independencia de los creadores, que son obligados a someterse al mecenazgo de las grandes multinacionales y los ámbitos globales de control ideológico. Que en España se favoreciera tanto la piratería cultural, fue primero una falta de reflejos, después una irresponsabilidad y ahora un calculado programa de castigo para borrar a las conciencias rebeldes e imponer la dinámica del populismo y la basura intelectual en una población tratada como rebaño. ¿Es que la gente es tonta? No, la gente es gente. Somos personas y solemos responder según la educación que recibimos.
Junto a las razones de calado en la degradación cultural de la sociedad del espectáculo, conviene tener en cuenta otros motivos de andar por casa. Muy importante en esta crisis es el rencor que la derecha española ha alimentado contra el cine. El PP consideró que el compromiso del mundo de la cultura contra la Guerra del Golfo fue una de las causas principales de su inesperada derrota electoral en 2004.
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Los actores jugaron un papel importante. Han pasado los años, la historia ha demostrado la injusticia de aquella guerra, las mentiras utilizadas, la crueldad que desató y sus gravísimas consecuencias en la política internacional. Pero en vez de una meditación honrada sobre su equivocación, el PP sólo ha asumido una política de venganza contra los que denunciaron aquel error.
Todas las industrias están subvencionadas en España. El mercado de los coches, la energía, las comunicaciones, los alimentos o las armas recibe subvenciones directas e indirectas. El cine, que además de una importantísima seña de identidad cultural de un país es una industria, también recibe subvenciones. Esta práctica común, y muy menor si se compara con el dinero público que corre por Hollywood, dio pie en España a una calumniosa acusación de pesebrismo. Las manipulaciones populistas utilizan el rencor como uno de sus recursos más eficaces. El odio de todos contra todos evita la respuesta común. La derecha española ha alimentando de forma bárbara el rencor contra el mundo del cine, y después ha practicado otras formas de castigo como la disparatada subida del IVA en las entradas al 21 % o la paralización de las inversiones de TVE.
España se queda sin cine de autor. Sacrificamos así una de las claves históricas en la configuración nacional e internacional de un país. A cambio se nos invita a consumir el cine político de la basura, el héroe solitario que busca las justicia con sus propias armas porque no debe creer ni en el Estado, ni en las ilusiones compartidas, ni en las organizaciones sociales. The end.
Resulta curiosa la utilización que se hace en arte de adjetivos como político, ideológico o comprometido. Una película, por ejemplo, suele calificarse de política cuando trata algún asunto que afecta a los derechos humanos, denuncia las injusticias del poder o expone los dramas de la miseria. Pero se olvida que hay otro tipo de compromisos políticos y que también es ideológico el cine que consagra comportamientos reaccionarios. El simple hecho de renunciar al arte como una forma profunda de conocimiento y de apostar por la trivialización de la mirada, supone ya una forma de compromiso con el pensamiento dominante.