Una de cada nueve personas pasan hambre en la actualidad y cada vez son más frecuentes los eventos meteorológicos extremos que amenazan a la seguridad alimentaria global. Pero mañana los representantes políticos europeos en Bruselas tendrán la oportunidad de cambiar esta oscura realidad, pues su voto permitirá que haya más o menos alimentos en el plato de las personas más empobrecidas.
El centro de este debate es el uso de biocombustibles. A pesar de las afirmaciones que consideran los biocombustibles un combustible verde para el futuro, se ha demostrado que son sinónimo de precios altos y volátiles de los alimentos que ponen en peligro el derecho a la alimentación, con impactos en la tierra y el agua necesarias para el cultivo, o en la biodiversidad. Cuando ejerzan su voto mañana, los y las integrantes de la Comisión de Medioambiente del Parlamento Europeo podrán elegir qué lugar deben tener los biocombustibles en el consumo de energía de Europa. Esto significa que estarán eligiendo entre seguir apoyando una política directamente responsable de fomentar que más gente pase hambre, o adoptar una postura firme en contra de la volatilidad de los precios de los alimentos y de la sustracción de los recursos que las comunidades empobrecidas necesitan para cultivar.
La Unión Europea ha apoyado los biocombustibles durante 12 años, ignorando el impacto perjudicial de dicho apoyo en los precios de los alimentos. Fijémonos en el coste del aceite vegetal: si la UE retirase su apoyo a los biocombustibles producidos a partir de cultivos alimentarios, el precio de este producto podría disminuir en un 50% en Europa en 2020, y en un 15% en todo el mundo.
Sin embargo, no se trata sólo de la fuerte subida de los precios de los alimentos. La política europea de biocombustibles también tiene un efecto negativo en la capacidad de los y las más pobres para cultivar sus propios alimentos. Estudios científicos estiman que la cantidad de tierra necesaria globalmente para cultivar podría aumentar en 5,2 millones de hectáreas en 2020 como consecuencia de la sed europea de biocombustibles –de las cuales, tres cuartas partes se situarían fuera de Europa. A medida que más tierra y más agua se destinan a producir cultivos para biocombustibles, menos superficie queda disponible para que los pequeños agricultores y agricultoras puedan producir alimentos para su consumo o para el mercado.
Los biocombustibles también fomentan la especulación con tierras y están muy relacionados con las adquisiciones de tierra a gran escala en todo el planeta. Prácticamente una de cada cuatro compras de tierras transnacionales a gran escala está relacionada con la producción de biocombustibles. Actualmente, las regiones de mayor riesgo son el África subsahariana, que es objetivo claro de estas transacciones, y el Sudeste asiático, origen de la principal materia prima importada para la producción de biodiesel en Europa: el aceite de palma.
Estos efectos secundarios de la política europea de biocombustibles se ven agravados por su fracaso a la hora de cumplir con las expectativas como combustibles respetuosos con el clima. Si se toman en cuenta los cambios indirectos en el uso del suelo resultantes de su cultivo –como debería hacerse-, sabemos que en determinadas condiciones los biocombustibles tienen peores efectos sobre las emisiones de carbono y el medio ambiente que los combustibles fósiles convencionales. Los biocombustibles dificultan la estabilización del clima o un medioambiente saludable, ambos fundamentales para producir alimentos nutritivos para todas las personas; a la par que se les atribuyen de forma engañosa beneficios ambientales.
A la luz de estas evidencias, queda claro que la política europea de biocombustibles actual está socavando los esfuerzos internacionales por asegurar que las familias más pobres del mundo puedan alimentarse, así como para combatir el cambio climático.
Estas son las razones por las que el voto de los eurodiputados que tendrá lugar mañana, 24 de febrero, es tan importante. Un límite claro y robusto al uso de los biocombustibles que compiten con la producción de alimentos es un primer paso, aunque modesto. En los próximos meses, el Parlamento Europeo y los Gobiernos de la UE deben llegar a un acuerdo final. Para garantizar la consecución del derecho a la alimentación para todo el mundo, la clase política debe planificar la eliminación gradual y completa del uso de estos combustibles.
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La UE se ha comprometido a actuar en todos los sectores de manera coherente con sus políticas de desarrollo. Es el momento de que este compromiso se haga realidad. Ante las trascendentales decisiones que tendrán lugar este año en los ámbitos de la cooperación internacional para el desarrollo y el cambio climático, es esencial que en 2015 Europa empiece a cerrar la brecha entre su política de desarrollo y las políticas climáticas y energéticas. Esto puede hacerse mediante la revisión de sus obstinadas prácticas en relación con los biocombustibles, y la inversión en políticas agrícolas diseñadas para erradicar el hambre y luchar de verdad contra el cambio climático.
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Hilal Elver es Relatora Especial de Naciones Unidas sobre el Derecho a la Alimentación y Olivier De Schutter fue el anterior Relator Especial de Naciones Unidas sobre el Derecho a la Alimentación y es actualmente consejero honorífico de Oxfam Internacional.
Una de cada nueve personas pasan hambre en la actualidad y cada vez son más frecuentes los eventos meteorológicos extremos que amenazan a la seguridad alimentaria global. Pero mañana los representantes políticos europeos en Bruselas tendrán la oportunidad de cambiar esta oscura realidad, pues su voto permitirá que haya más o menos alimentos en el plato de las personas más empobrecidas.