Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
La foto del cambio frente a una campaña de mascletà
Isabel Díaz Ayuso compartió este jueves, a 24 horas del fin de la campaña para las elecciones en Galicia, mitin con el candidato Alfonso Rueda. Venía calentita de la Asamblea de Madrid, donde minimizó la muerte de 9.468 personas, de 9.468 de sus propios vecinos, durante la pandemia en residencias sin ser atendidos en un hospital porque “había muertos en todas partes”. Si se iban a morir igual, vino a decir. No es la primera vez que lo plantea con esa frialdad y total ausencia de empatía.
Para empezar, estamos ante una mentira. En esta información de Lara Carrasco se desnuda: el 65% de los residentes hospitalizados se salvaron, según los datos… ¡del propio sistema autonómico de salud que dirige la propia Ayuso! Además, la presidenta autonómica (con mayoría absoluta) no tiene posibilidad metafísica de saber si habrían sobrevivido, no sólo porque ella no es médica sino porque ninguna los atendió.
Lo ha contado muchas veces Manuel Rico, el periodista que destapó en este periódico el Protocolo de la Vergüenza que fijaba la no derivación a hospitales y que se cumplió a rajatabla. Ni se medicalizaron las residencias (aunque se dijo que se haría), ni se derivó a los hospitales públicos, ni se tiró de los privados, bajo control público durante lo peor de la pandemia (a ellos sí pudieron acudir los residentes con seguro de sus compañías), ni se utilizaron las instalaciones de emergencia, como las desplegadas en la Feria de Madrid, donde fundamentalmente iban pacientes leves que no eran residentes y subcontratas a hacer negocio. Como al hospital Isabel Zendal, que sigue asombrando al mundo, pero por el atronador eco que siempre ha reinado en su interior.
¿Pero no íbamos a hablar de Galicia? ¿No hablamos ya demasiado de Madrid? Sin duda, hablamos demasiado de la capital del reino. Ese Madrid D.F. (Distrito Federal), ese cogollito de la M30 que lo marca todo, muchas veces al margen de las preocupaciones cotidianas de los gallegos, también está presente en la campaña de Alfonso Rueda. Con el recurso a Ayuso en un lugar de máxima proyección (en la ciudad más poblada de Galicia, en la recta final) y con los métodos que, hasta ahora, desde Galicia se habían contemplado con cautela, cuando no con recelo.
Lejos queda el “Galicia, Galicia, Galicia” de Feijóo en las últimas elecciones, lema que, por cierto (tiene su aquel), precedió a su abandono de la Xunta para irse a Madrid, Madrid, Madrid antes de llegar la mitad de la legislatura. Lejos queda el veto a algunos dirigentes a los que el PP y Feijóo recibían cordialmente en Santiago pero mantenían alejados de los micrófonos y los mítines. Ahora ellos son los dueños del micrófono y los que pulsan el play mientras Alfonso Rueda mueve los labios. No es de extrañar, pues, que Ayuso aparezca como de los últimos cartuchos para remontar una campaña llena de tropiezos y mantener la mayoría absoluta.
La campaña del PP es una mascletà madrileña: exótica, llena de sustos y ruido. Pero, ¿qué queda tras el último petardo? El atril vacío en el último debate
La campaña del PP ha sido una especie de mascletà, pero como la que este fin de semana organiza para disgusto de los colectivos en defensa del medio ambiente el alcalde de Madrid, que por Galicia ha pasado estos días fundamentalmente para celebrar su despedida de soltero (sin duda, le traerá suerte). Exótica, llena de sustos (qué decir de la información sobre los indultos, la amnistía y el terrorismo que salió del propio PP), de ruido, como la resurrección de ETA y su identificación con la izquierda.
Pero, ¿qué hay, qué queda, cuando se aleja el ruido del último petardo? No mucho. Un atril vacío en el debate de RTVE. Acabó siendo un regalo para Ana Pontón y José Ramón Gómez Besteiro, que dispusieron de una hora para criticar al “candidato ausente”, desplegar su programa de gobierno y visibilizar que pueden convivir en la Xunta. Un debate ciertamente sui generis que, sin embargo, fue líder de audiencia. Interesó a los gallegos, pero no a su presidente, que no encontró hueco en la agenda para ir.
La imagen de Pontón y Besteiro, la foto del posible cambio, es potente. Como lo fue la sintonía entre Pedro Sánchez y Yolanda Díaz en el debate previo a las generales al que Feijóo tampoco fue. Proyectaron, entonces y ahora, que podían gobernar juntos y que tenían la intención de hacerlo mejor que en la última legislatura en España o el bipartito de Touriño y Quintana (2005-2009), experiencias ambas tan convulsas. Se vio a partidos distintos, pero con importantes zonas de encuentro. Y se pudieron escuchar propuestas concretas sobre los grandes asuntos.
No sabemos qué ocurrirá el domingo. Ni si el mismo domingo sabremos lo que ha pasado, en caso de que el resultado dependa del voto exterior, de abultado censo. El PP sigue siendo un partido muy potente en Galicia, con un suelo muy alto. Eso hace que hasta con un candidato que no despierta pasiones, como Rueda, siga optando a una mayoría absoluta Pero hasta los conservadores reconocen lo abierto del escenario (de ahí los volantazos y las tácticas agresivas) y que la izquierda no ha cometido grandes errores recientes. Por ver está si ha conseguido movilizar en positivo a los suyos.
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