Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
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Hablar las lenguas cooficiales no es “hacer el canelo”
“Y en relación a lo que vamos a hacer nosotros en el Congreso de los Diputados, lo que no vamos a hacer es el canelo. No vamos a hacer cosas raras. Vamos a hacer cosas que entiendan todos los españoles”.
Borja Sémper, portavoz habitual del PP y responsable del área de Cultura y Sociedad Abierta en la cúpula de su partido, respondía así cuando era preguntado, a mediodía del lunes, sobre si su formación política utilizaría las lenguas cooficiales en la Cámara Baja.
Este martes, menos de 24 horas después, arrancaba el pleno del Congreso para debatir la reforma del reglamento y oficializar el uso del gallego, catalán y euskera. Un acuerdo de la Mesa de la cámara permitía ya en ese pleno utilizar esas mismas lenguas cooficiales.
La portavoz del PP, Cuca Gamarra, pidió inmediatamente la palabra. Citando hasta cinco artículos del reglamento del Congreso, pidió que se impidiera utilizar esas lenguas cooficiales. Sin éxito. El debate arrancó sin más sobresaltos que una performance de Vox, que prefirió abandonarlo a escuchar palabras en lenguas españolas, cooficiales en buena parte del Estado que dicen defender.
Luego fue el turno de Sémper, en nombre de su grupo parlamentario. ¿Qué hizo? Hablar en euskera en varias ocasiones. Luego aclararía que fue una especie de truco y recordó que en el Congreso ya se puede decir desde hace tiempo algunas frases en lenguas cooficiales siempre que luego se traduzcan al castellano. En otras palabras, una broma ingeniosa a costa del uso y oficialidad del euskera.
He ahí la definición de “hacer cosas raras”. O de “hacer el canelo”, que según la Real Academia Española de la lengua es sinónimo de “hacer el primo”, que significa “dejarse engañar fácilmente”.
Mientras Gamarra exigía que se prohibiese, Sémper se estrenaba como diputado hablando en euskera. La semana pasada, los diputados del PP defendieron (y votaron) en el Parlamento de Galicia, y lo hicieron en gallego, que en el Congreso no se pudiera hacer lo propio.
Según Sémper, “se está degradando el parlamentarismo” a medida que se hacen “cosas raras como utilizar pinganillo”, algo que, por supuesto, los eurodiputados del PP utilizan con normalidad en el Parlamento Europeo. El dominio de lenguas distintas al castellano (incluyendo el inglés y el francés) sigue siendo, también en Europa, muy mejorable entre los parlamentarios españoles.
Porque al final se trata de esto: de querer conocer las lenguas que te son propias, respetarlas incluso aunque no las hables y reconocer que la diversidad puede ser compleja, puede requerir de paciencia y generosidad, pero no tiene alternativa en la negación o incluso la represión.
Se trata de conocer las lenguas que te son propias, respetarlas incluso aunque no las hables y reconocer que la diversidad puede ser compleja, pero no tiene alternativa.
Todos los españoles deberían sentir como propias todas las lenguas del Estado, aunque fuese por practicar una mínima noción de empatía y vecindad. Del mismo modo que, como europeos, no debemos sentir como extranjeras las lenguas que se hablan en la misma comunidad política que compartimos. Lo contrario es replegarse en uno mismo. Es la soledad como ciudadano, las burbujas a la carta (para quien pueda pagarse el menú, claro) y el fin de la vida en sociedad.
Es cierto que, como aclaró la portavoz de Junts per Catalunya, Míriam Nogueras, hay en las filas del PSOE diputados que votarán más “por necesidad” que “por convicción”. Necesidad de los votos de partidos independentistas a la elección de Francina Armengol como presidenta del Congreso y Pedro Sánchez como presidente del Gobierno. Pues bien: bienvenidos sean esos votos en la dirección correcta, que es la del fortalecimiento de la diversidad. Sólo desde ahí se puede aspirar a la unidad mientras que negar la diversidad es la vía más rápida a la implosión.
Es cierto: hay medidas, algunas controvertidas, que se han tomado estos años a caballo entre la convicción y la necesidad, sin que esté claro qué ha pesado más. Sin embargo, los resultados certifican que fueron pasos en la dirección correcta. La disparidad entre los hechos e indicadores objetivos y el clima del debate público es en España es a veces atroz, motivada por intereses económicos y mediáticos que nada tienen que ver, por ejemplo, con la visión que de España se tiene en Bruselas y el resto de Europa como país moderno, abierto, presente en el concierto internacional por pleno derecho y que respeta el Estado de Derecho.
España requiere pactos, que se harán necesariamente con los distintos, que implicarán cesiones por parte de todos los actores y, a la fuerza, sectores que acaben aceptando los pasos adelante sin demasiada convicción. Se llama sistema parlamentario, y más ahora, cuando no hay ni mayoría absoluta ni pactos de mesa camilla de corte bipartidista.
Pero se trata también de la aceptación de los resultados electorales, incluso cuando no te gustan. La aceptación de la realidad misma. Y en esto, el PP también hace “el canelo”. Tras meses y meses diciendo que la calle era un clamor, que el PP rozaba la mayoría absoluta, que las encuestas lo certificaban y sólo hacía falta votar, llegó el 23J, se destapó el pastel, Feijóo lo comprobó y creó dos enormes cortinas de humo: la de su propia investidura (en la que no cree ni él, y además, lo dice) y, el enésimo capítulo de la serie de terror sobre una ruptura de España que jamás llega. ¿Y ahora? Ayuso y Sémper exigen a Sánchez que convoque elecciones. Otra vez. Antes de la investidura de Feijóo, de que el rey encargue a Sánchez la suya y a sabiendas de que la ley ata las manos a cualquier presidente en funciones, que no puede convocar ningún proceso electoral.
Lo definitivo no es lo que cuesta a algunos evolucionar y pactar en momentos concretos, por necesidad o por convicción, sino los resultados de las políticas. Me cuesta mucho trabajo creer que el uso de las lenguas de Castelao, Espriu o Aresti vaya a debilitar a la lengua de Cervantes, un gigante en varios continentes que, por cierto, está muy vivo en las comunidades con más de una lengua oficial.
Tan poco probable parece que reconocer esas lenguas vaya a romper España, por mucho que quienes más hayan empujado sean partidos nacionalistas e independentistas. Igual que no rompieron España los indultos y el golpe de timón de Pedro Sánchez a partir de 2019. ¿Necesidad? Puede. ¿Resultados? A la vista. Frente a lo que vivíamos por estas fechas en 2017, en Cataluña hoy se respeta la Constitución, hay paz social y ha caído el apoyo a la autodeterminación. En realidad, España está más fuerte que en 2017.
Y, sin embargo, lo que más me sorprende de todo es la actitud de algunos partidos que se empeñan en negar todo esto. Que dicen que no harán “el canelo” para hacerlo 24 horas después. Que, según la definición de la RAE, se “dejan engañar fácilmente” por los cantos de sirena de la ultraderecha, en la que se miran permanentemente con miedo a perder posiciones, con la que pactan tras decir que no lo harán (los ejemplos de Extremadura y Murcia, ya una vez celebradas las elecciones, son paradigmáticos).
¿De verdad hacen lo que hacen por convicción? ¿Cuáles son los resultados de esas políticas? ¿Qué ha aportado en términos de convivencia? ¿Cuántos líderes del PP tienen que pasar por Génova para que allí se reconozca que esa estrategia (y la elección de esos asuntos) tampoco les reporta lo que buscan en las urnas porque no es mayoritaria en la sociedad española?
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