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Apelación a la sensatez

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Empezar el año con una apelación a la sensatez parece una manera poco ambiciosa de encarar el porvenir. Pero después de lo que hemos visto en los EEUU, y no me refiero sólo a la invasión del Capitolio, sino a la descomposición durante meses del Partido Republicano y de buena parte de la sociedad democrática norteamericana, conviene recordar la meditación que Albert Camus hizo en su discurso de recepción del premio Nobel. Era 1957.

Ahora empezamos 2021, pero vuelven a ser útiles sus reflexiones: "Cada generación, sin duda, se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su tarea quizás sea aún más grande. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida, en la que se mezclan las revoluciones frustradas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas; cuando poderes mediocres pueden destruirlo todo, pero ya no saben convencer; cuando la inteligencia se ha rebajado hasta convertirse en criada del odio y la opresión, esta generación ha tenido, en sí misma y alrededor de sí misma, que restaurar, a partir de sus negaciones, un poco de lo que hace digno el vivir y el morir".

La ética democrática es hoy una responsabilidad urgente para todos los que no quieren que se deshaga su dinámica de comportamientos y valores. Por eso creo que la sensatez es un reto ambicioso. Y algunas precauciones están al alcance de la mano de la ciudadanía, la política y el periodismo, ese único tejido que puede sostener la dignidad de la convivencia.

1.Dejemos de hablar de los políticos o de la clase política. Cada vez que un partido o un político comete un error, nos lanzamos a desprestigiar la política en general en vez de puntualizar el responsable del error. No es necesario decir que la política es corrupta o que los políticos desprecian el sufrimiento de los ciudadanos al usar de manera electoralista la pandemia. Señalemos por su nombre a los responsables de semejantes actuaciones.

2. No confundir el ruido, la comunicación y la información. Una cosa es la información contrastada por profesionales, otras las comunicaciones que corren por las redes y otra el ruido que se fomenta en redes y medios de comunicación para ocultar la realidad. Por desgracia el ruido no sólo ha invadido las redes, sino también muchos medios de comunicación. Y eso enturbia la democracia, porque cada vez que un partido o una empresa tienen un problema interno, en vez de asumir con valentía la solución de ese problema, genera un griterío que despierta la indignación y las degradaciones de la convivencia. Es más sensato pedir perdón o solucionar las corrupciones internas de cada cual sin repartir estiércol para todos.

3.Agradezco que a través de las redes se divulguen artículos de calado político. Pero los políticos deberían dejar que las pataletas en forma de tuit quedasen reducidas a las personas sin responsabilidad pública que necesitan por desgracia vociferar. Asumir el vocerío desde las cabezas visibles de los partidos, ya estén en la oposición o en el Gobierno, deshace la dignidad de un espacio público que negocia y toma decisiones según principios y realidades, no según las ocurrencias en los ataques de rabia. Algunos amigos deberían descansar en unos meses por lo que se refiere a la tuitería.

Vacuna, picaresca y negacionismo

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4. Más que despreciar a las masas que corren detrás de las mentiras de personajes como Trump o de los neofascismos europeos, deberíamos analizar qué ocurre, qué se está apoderando de la experiencia diaria de la gente. Está claro el papel del ruido y la mezcla de mentiras y comunicaciones manipuladas, convertidas en obsesión. Cuando se corrompen el lenguaje democrático y se sustituye por el vocabulario del odio, resulta imposible el entendimiento. Pero hace falta una toma más amplia de conciencia. El Estado democrático no puede confundir la sensatez con la política que contenta a los poderosos a costa de desamparar a unas mayorías cada vez más desfavorecidas. Políticas abiertas en defensa de un trabajo decente y de una fiscalidad justa son mucho más sensatas que el sentido común con el que suelen legitimarse los privilegios de las grandes fortunas.

Y 5.Las soluciones en épocas de crisis deben ser colectivas. La sociedad no puede organizarse en encuestas de televisión donde cada paseante pregunte ¿y de lo mío qué? Salud, economía, trabajo, transportes, veterinarios, peluquerías, teatros, músicos, turismo, salarios, etc. … están vinculados entre sí, como están vinculadas las naciones del mundo. Oímos a un hostelero indignado porque se toman medidas de seguridad, oímos a una médica indignada porque no son suficientes las medidas de seguridad, oímos a uno, a otra, a otro, al cocinero, a la periodista… Y no se trata de negar los problemas de cada cual, sino de comprender que las soluciones posibles pasan por acuerdos y que la pregunta "¿y de lo mío que?" debe sustituirse por otras: ¿qué podemos hacer?, ¿cómo nos salvamos juntos? Ocurre que esas preguntas en plural tienen una raíz de educación y cultura profunda, de imaginación colectiva y relato común, algo que por desgracia necesita en España una inversión decidida después de muchos años de olvido.

Empecé citando a Camus, y acabo recordando a Azaña. En una de sus famosas apelaciones propuso como programa unir la intransigencia y la flexibilidad. Intransigencia compartida contra todo lo que ponga en peligro la libertad y el prestigio de la democracia; flexibilidad a la hora de llegar a los acuerdos que permitan poner en marcha soluciones.

Empezar el año con una apelación a la sensatez parece una manera poco ambiciosa de encarar el porvenir. Pero después de lo que hemos visto en los EEUU, y no me refiero sólo a la invasión del Capitolio, sino a la descomposición durante meses del Partido Republicano y de buena parte de la sociedad democrática norteamericana, conviene recordar la meditación que Albert Camus hizo en su discurso de recepción del premio Nobel. Era 1957.

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