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El barbero de Picasso

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Nada tiene más valor en el mundo que lo que no se puede comprar. Las lecciones de la vida son tan lentas que a veces se cubren de rutinas y hojas secas. Aunque caminamos sobre ellas y en el fondo nos sostienen, tendemos a olvidarlas. Por eso se agradecen las sorpresas que invitan a recordar lo que importa. Es verdad, nada tiene más valor en el mundo que lo que no se puede comprar.

Esta campaña electoral me llevó una mañana a la Sierra Norte de Madrid. Quería conocer sobre el terreno las infraestructuras del Canal de Isabel II y algunas opiniones expertas sobre su estado. En el plan previsto se mezclaron de pronto la poesía, el arte y la amistad. Una compañera de Torrelaguna me llevó a la iglesia donde está enterrado Juan de Mena. Los caminos acaban devolviéndonos siempre a nuestro punto de partida. Pasé de pronto a las aguas de la poesía sin necesidad de olvidarme de los debates sobre el poder. Ahí estaban Juan de Mena, Juan II, don Álvaro de Luna, la poesía del siglo XV y el deseo arriesgado de cabalgar sobre la Fortuna y domar su cuello con ásperas riendas.

Del Laberinto de Fortuna me sacó una parada en Buitrago. Pensé que iba a rendirle homenaje al Marqués de Santillana, pero en realidad –siguiendo la ruta– me encontré con Eugenio Arias, el barbero de Picasso, y con viejas historias que me había contado Rafael Alberti hace muchos años.

Eugenio Arias nació en Buitrago, fue primero sastre y después barbero, se hizo comunista, luchó en el Quinto Regimiento durante la Guerra Civil, sufrió la derrota, salió al exilio, vivió la experiencia de los campos de concentración, participó en la resistencia contra el nazismo, esta vez venció y acabó instalando un salón de peluquería en Vallauris, un pueblo del sur de Francia. Aunque había coincidido con Picasso en 1945, en la celebración del 50 cumpleaños de Dolores Ibárruri, la verdadera amistad se consolidó cuando el pintor decidió alejarse de la espuma parisina, que le impedía trabajar con tranquilidad, y buscó una casa con sol y con Sur. En Vallauris encontró la casa, pero encontró también un salón de peluquería.

Las complicidades surgen donde menos se piensan. El vértigo ofrece compromisos, citas, éxitos, fracasos, condecoraciones, ruidos… Pero la vida, con el sedimento de sus lecciones minuciosas, ofrece también raíces humanas, maneras naturales de vivir un sentido de pertenencia. Picasso y Arias buscaban ocasiones para acudir a las corridas de toros de Arles y Nimes, o para quedarse solos y hablar de España, la República, la política, el amor, las bodas, las separaciones, el arte del siglo XX y las intimidades que confiesan hombres y mujeres cuando se sientan en el sillón de una peluquería. Nadie suele cortarse si el barbero cumple bien con su oficio.

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Esta amistad dejó muchas huellas en forma de dibujos, libros con dedicatorias ilustradas, cerámicas, grabados y una caja para las tijeras, el peine, la brocha y la cuchilla decorada por la mano del artista. Eugenio Arias donó a su pueblo esta herencia millonaria de amistad, que nunca quiso vender, y ahora puede visitarse en Buitrago un museo singular y valioso. La sensación de la vida cotidiana, de los días compartidos, de las comidas y las cenas está convertida en arte. Y es que al arte no le gusta tener las manos quietas, siempre aprovecha lo que tiene a mano.

En la entrada del Museo se reproduce una frase de Eugenio Arias: “Nada tiene más valor en el mundo que lo que no se puede comprar, el respeto, la amistad, la confianza y la fidelidad”.

Es un buen consejo, una lección minuciosa de la vida. Incluso es un buen consejo para entrar en política. Aunque haya que discutir mucho de presupuestos, inversiones, infraestructuras y carencias, quizá lo más importante para un verdadero cambio político está en lo que no puede comprarse. O dicho de otra forma: en lo que uno debe negarse a vender.

Nada tiene más valor en el mundo que lo que no se puede comprar. Las lecciones de la vida son tan lentas que a veces se cubren de rutinas y hojas secas. Aunque caminamos sobre ellas y en el fondo nos sostienen, tendemos a olvidarlas. Por eso se agradecen las sorpresas que invitan a recordar lo que importa. Es verdad, nada tiene más valor en el mundo que lo que no se puede comprar.

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