De la dana, a la riada: sobre catástrofes y responsabilidades (y III) Javier de Lucas
Confesiones cursis de un poeta premiado
Esta semana he tenido la suerte de recibir en Venecia el premio Eugenio Montale Fuori di Casa por mi trayectoria poética. Además de sentir un agradecimiento sincero porque se trata de una distinción prestigiosa, la ocasión me ha servido para disfrutar con un humor tranquilo de todo lo que cabe en la palabra trayectoria, además de los años, los muchos años que han pasado desde que publiqué mi primer libro. Está muy bien aprender a mirarse en el espejo del cuarto de baño, ya sea en la propia casa o en un hotel. Dentro o fuera, mirarse a los ojos convierte a la poesía en un ejercicio de conocimiento.
Aludo al humor porque es un buen recurso para huir de la vanidad y las solemnidades sin quitarle importancia a las cosas de la vida. Me resultó divertido, y me hizo recordar viejas polémicas, recibir un premio en Venecia, tierra sagrada del esteticismo lírico, por ser “el representante principal de la llamada poesía de la experiencia”. Quien conozca las trifulcas, afirmaciones y negaciones de la poesía española de los últimos 40 años, tendrá muchos motivos para sonreír. Se nos llamó con desprecio poetas de la experiencia a unos jóvenes que en los años de la Transición empezamos a hablar de la vida española cotidiana con taxis, barrios y pocos adjetivos extravagantes, cuando era costumbre reducir la belleza a los abanicos ofrecidos por los palacios del Gran Canal, los jardines de Versalles, las deconstrucciones o el irracionalismo. Estar en Venecia por ser una voz de compromiso cívico y un poeta de la experiencia no deja de tener gracia.
Pero la gracia se me corta un poco cuando leo que soy “el representante principal”. Acostumbrado durante años a llevar con paciencia la hostilidad de mis enemigos, me asusta un poco sufrir ahora el resquemor de los amigos. Ya sé que esas fórmulas pertenecen al protocolo de las presentaciones y los premios y que forman parte del uso agradable del obsequio más allá de una imposible jerarquía. En los encuentros poéticos el mismo presentador puede hablar de cinco autores a la vez y cada uno es el más destacado de la actualidad. ¿Machado o Juan Ramón? ¿García Lorca o Cernuda? ¿Blas de Otero o Gloria Fuertes? Pues depende del gusto de cada cual y de cada momento. El amor por la poesía enseña que uno es más feliz cuando disfruta de todos y no prescinde de nadie. Así que otra sonrisa para la palabra principal, aunque sé por experiencia de poeta de la experiencia que conviene ir con cuidado porque los poetas, sean de la experiencia o no, en Venecia o en Carabanchel, somos muy susceptibles.
Bienvenidos sean todos los ladridos feroces de los que viven en los discursos del odio. Yo he tenido la suerte de dedicarme a lo que me gusta y de enfrentarme al mundo que no me gusta rodeado de la gente que me gusta
La emoción y la gratitud que sentí al recibir el premio Eugenio Montale Fuori di Casa, eso sí, tiene que ver con la palabra trayectoria. Es una suerte haberme podido dedicar durante muchos años a mi propia vocación y haberme relacionado con el mundo a través de ella. A la poesía le he consagrado mi vanidad, mis deficiencias, mis incertidumbres, mi necesidad de compromiso y mi amor. No hay mayor premio que dedicarse a lo que a uno le gusta. Hasta tal punto estoy agradecido que voy a permitirme confesar aquí una debilidad sentimental, aunque los belicosos tuiteros de la increpación me llamen cursi, tierno, buenista o tonto. Es la costumbre de los que se dedican a infectar con su odio los espacios públicos, tal vez porque no tienen la suerte de reconocerse en su propia vocación.
Hace unos meses le dedicaron a mi mujer una sala de lectura en la Biblioteca Rafael Alberti de San Fernando de Henares. Una persona desorientada se acercó para decirme que lo justo hubiera sido ponerle el nombre de Almudena a toda la biblioteca. Como hablaba con buena intención, me tomé la molestia de contarle muchas cosas sobre mi admiración y mi amistad con Rafael, la camaradería, la memoria, las ideas sobre la vida y la literatura que había compartido con Almudena y el sentido de pertenencia en el que fundábamos nuestros recuerdos. Al final le dije que mi mayor ilusión era que un día el Ayuntamiento de San Fernando bautizase un rincón poeta García Montero en la sala de lecturas Almudena Grandes de la Biblioteca Rafael Alberti.
¡Qué cursilería! ¡Qué ternuras tontas y fuera de lugar! Bienvenidos sean todos los ladridos feroces de los que viven en los discursos del odio. Yo he tenido la suerte de dedicarme a lo que me gusta y de enfrentarme al mundo que no me gusta rodeado de la gente que me gusta. De ahí mi carácter.
Y le agradezco a la vida que toda Venecia me hablara de ti, como cantaba Charles Aznavour.
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