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Los lectores de la Biblia, Esquilo, Sófocles, Cervantes o Shakespeare están acostumbrados a sentir por dentro situaciones en las que la Justicia no es lo mismo que el Derecho o que la autoridad. También sienten, sobre todo si se han acercado en sus lecturas al mundo ilustrado, que no es posible sostener la Justicia sin la autoridad del Derecho. Entre realidades, injusticias y derechos, los lectores se ven obligados a decidir, a ponerse en la piel del otro.
Rousseau nos enseñó que la imaginación moral nos ayuda a comprender el dolor ajeno. Y esa es una parte decisiva de la tarea de la literatura, hacer propio el dolor del otro, comprender la experiencia ajena. Es también la tarea de las verdaderas personas de ley y de Derecho. Lo afirma David Luban al hablar de la ética legal y la dignidad humana: "Honrar la dignidad de un litigante como persona, exige que oigamos la historia que tiene que contarnos". Es una de las muchas frases que subrayo en el libro Nosotros, que quisimos tanto a Atticus Finch (Tirant lo Blanch, 2020) del profesor Javier de Lucas.
Atticus es el protagonista de la famosa novela de Nelle Harper Lee, Matar a un ruiseñor (196o), que Robert Mulligan y Gregory Peck convirtieron en una película conmovedora sobre el racismo. El ensayo de Javier de Lucas empezó a nacer cuando en 2015 se publicó la primera versión de la novela con el título Ve, pon un centinela. En la elaboración primera del argumento, el paso de los años sobre la vida del admirable Atticus dejaba al descubierto sus contradicciones ante el mundo negro, su paternalismo, la contagiada experiencia de desigualdad propia de las costumbres en las que se había educado. Los consejos de los editores y la voluntad de la autora, activista en favor de los derechos de las personas de color, condujeron la novela hacia un Atticus más admirable.
Es difícil que se pueda mantener la esperanza en el mundo si todas las personas y todas las ideas caen bajo sospecha. Sin caer tampoco en el optimismo ingenuo, conviene tomarse en serio las apuestas por la dignidad humana. Eso es lo que hace Javier de Lucas cuando medita sobre el significado de palabras como justicia, derecho y tribunal en la actuación de un abogado de oficio, para acabar analizando las contradicciones de una sociedad que compagina los valores democráticos y el supremacismo. Una economía sin escrúpulos es difícilmente compatible con la dignidad de las personas.
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Pasa en Estados Unidos y pasa en Europa. Si el racismo contra los negros y los hispanos es pura actualidad en la vida norteamericana, la vieja Europa no se cansa de permitir que sus costas y sus fronteras se conviertan en un infierno en el que arden los Derechos Humanos. Como la literatura me ha incapacitado para la indiferencia, el ensayo de Javier de Lucas me lleva a recordar Mujer de frontera. Defender el derecho a la vida no es delito, el libro autobiográfico de Helena Maleno. Con las palabras por medio, el teórico convierte sus ideas en razón de vida y la activista convierte su vida en una teoría sobre la resistencia y el valor de los derechos. La honestidad no ofrece otro camino.
He leído muchos mensajes de Helena avisándole al mundo: 15, 30, 60… personas estaban perdiendo la vida en una patera. En su libro comprendo la dinámica de una tragedia no sólo provocada por la miseria y las guerras ajenas, sino por una Europa propia, propia de nosotros, que decidió silenciar el conflicto, alejarlo, arrendar sus muros a países ajenos y acallar las voces de las víctimas para hacer más silencioso, más llevadero, su salvamento o su naufragio. Duelen todavía en la democracia española los sucesos del 6 de febrero de 2014 en la playa del Tarajal, cuando las cloacas de la autoridad ordenaron que se disparasen balas de goma contra los nadadores que intentaban llegar a la costa. 15 cadáveres flotan en nuestra memoria. Como diría el Atticus de Javier de Lucas, es difícil pedirle a un hijo que obedezca a la autoridad cuando la ley pierde su decencia.
Mal destino nos espera si el compromiso de Helena Maleno con los derechos humanos se convierte en un delito. Ya que estoy hablando de libros, voy también a hablar de uno mío. Acaba de publicarse y se titula No puedes ser así. Breve historia del mundo. Hay un poema dedicado a Helena de Troya que quiero dedicarle hoy a Helena Maleno: "Maldito sea Agamenón, / porque se considera con derecho / a formar una escuadra de mil naves / para que arda Troya / y en el fuego se quemen / los cuerpos, los sembrados, los penosos destinos / de una historia que pudo/ escribirse tal vez de otra manera. / Maldito sea Agamenón / cuando se atreve / a fundar su poder / en el nombre de Helena".
Los lectores de la Biblia, Esquilo, Sófocles, Cervantes o Shakespeare están acostumbrados a sentir por dentro situaciones en las que la Justicia no es lo mismo que el Derecho o que la autoridad. También sienten, sobre todo si se han acercado en sus lecturas al mundo ilustrado, que no es posible sostener la Justicia sin la autoridad del Derecho. Entre realidades, injusticias y derechos, los lectores se ven obligados a decidir, a ponerse en la piel del otro.
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