En un espejo roto

"Cuando despierto y voto por el miedo de hoy, cuando soy lo que soy en un espejo roto". Son dos versos del poema Nube negra, dos alejandrinos de rima cruzada en sus heptasílabos, que escribí hace años para Joaquín Sabina. Fue una sorpresa oírlos en la Colima, durante la ceremonia del Doctorado Honoris Causa que tuvo la generosidad de concederme esta Universidad mexicana. La poesía me ha enseñado a mirarme en un espejo roto para saber lo que soy. Durante la entrega del Premio Carlos Fuentes en México y el Doctorado de Colima, se leyeron, como corresponde en una ceremonia, mis méritos, los títulos de mis libros, la lista de reconocimientos, el resumen más amable y afortunado de la vida. Uno corre el peligro de olvidarse de sí mismo y perder la conciencia crítica en medio de los buenos recuerdos. Por eso me emocionó que los responsables del Instituto de Bellas Artes de Colima idearan una danza para bailar Nube Negra. Al verlos y escuchar los versos comprendí que al escribir siempre me miro en un espejo roto. Los buenos datos están bien, ayudan a caminar, pero la poesía trabaja para no olvidar la sombra que hay debajo de la luz en todo ser humano.

Empecé a dar clases de literatura como profesor de la Universidad de Granada en 1981. Después de discutir en interminables asambleas sobre la enseñanza, las leyes del profesorado, las inversiones, la situación política, el mundo…, me acostumbré a cerrar la puerta del aula, sentir en soledad acompañada la responsabilidad del profesor, reconocer los ojos de mis alumnas, mis alumnos, y preguntarme en lo más íntimo qué podía hacer por ellos, por la complicidad de sus sentimientos y su conciencia en un poema de Garcilaso o de César Vallejo.

Empecé a escribir al final de los años 70, porque ser lector se había convertido en un compromiso conmigo mismo y con la intemperie del mundo en una transición democrática. El asesinato de García Lorca estaba ahí, en mi ciudad, en la biblioteca de mis padres, y yo necesitaba devolverle la vida a Federico.

Desde entonces, cada vez que escribo o cada vez que hablo sobre el mundo, intento superar cualquier sensación de vanidad, que es un territorio pantanoso de seguridades y dogmas, para mirarme en un espejo roto al pensar en lo que soy. Frente a las consignas, las esencias y los credos, mi militancia en nuestra historia procura repetir que la verdad no es un punto de partida, sino de llegada, y que el conocimiento es inseparable del esfuerzo y la voluntad de quien quiere ser dueño de sus propias opiniones, dueño de su conciencia, bajo el fuego artificial de las mentiras, la desinformación y el fanatismo.

La humildad de la poesía, la flor de las humanidades y la literatura, la flor muchas veces deshojada en un mundo de mandatos económicos para la ciencia y la tecnología, se empeña en representar la raíz de cualquier conocimiento y cualquier verdad: la dignidad y los derechos del ser humano. Por eso hay que empezar por preguntarse a uno mismo, intentar saber quiénes somos, cuál es el sentido de cada acto decisivo. La poesía no te hace mejor, pero sí te hace responsable. El conocimiento no impide que podamos ser unos canallas, pero sí permite que los canallas sean responsables de ellos mismos y sepan el carácter mezquino de su catadura.

El conocimiento es inseparable del esfuerzo y la voluntad de quien quiere ser dueño de sus propias opiniones, dueño de su conciencia, bajo el fuego artificial de las mentiras, la desinformación y el fanatismo

Mirarse en un espejo roto supone aceptar, más allá de cualquier vanidad, que la luz convive con las sombras. Y uno debe acostumbrase a pedir y pedirse perdón. En México, a veces, surge el tema de la conquista española y aparece la palabra perdón. Como historiador de la literatura, no me siento cómodo con la confusión falsificadora de épocas, realidades, costumbres y responsabilidades. Al siglo XVI no podemos exigirle que se comporte con normas inexistentes en aquella época. Pero como ser humano, tengo muchos motivos para pedir perdón porque esa es la única manera de imaginar un futuro distinto desde nuestro espejo roto. Es el modo de responder a los usureros que a lo largo del tiempo se valen del espíritu de Caín. Y pido perdón por muchas cosas que tienen que ver, en su lado negativo, con el Imperio Romano, y con la llegada de los árabes a la península contra los pueblos ibéricos, y de los ejércitos católicos a Granada y América, y los comportamientos anteriores de los pueblos indígenas, y el absolutismo en Europa, y la soberbia jacobina de muchos criollos independizados contra los indios en Norteamérica y en Latinoamérica, y la guillotina, y las invasiones de Napoleón… Y el perdón se acrecienta si piso el siglo XX, y me duelen las matanzas de judíos en la barbarie nazi, las matanzas de Stalin, y la invención de bombas atómicas para arrasar ciudades japonesas, y la ejecución de Federico García Lorca, y los golpes de Estado en España, Chile, Argentina. Y el perdón es ya desesperado cuando piso el siglo XXI y compruebo que existen personajes como Putin, y soy testigo del negocio que hacen los fabricantes de armas, de la violencia machista, y convivo con un genocidio feroz sobre Gaza protagonizado por Israel y subvencionado por países que se autodenominan faros de la democracia en el mundo.

¿Mezclo las cosas? Por supuesto. Si nos miramos en un espejo sin dogmas, roto por las sombras reales de la vida, todo se mezcla, nuestros sentimientos, razones, indiferencias, nuestra manera de ser. Y esa es la tarea de la poesía desde hace muchos siglos, llegar al conocimiento más íntimo de lo que decimos cuando decimos soy yo. Las respuestas se mezclan de un modo inevitable con el tiempo y el mundo que habitamos. Así que, después de agradecer cualquier reconocimiento, conviene recordar los orígenes de una vocación y cantar: cuando despierto y voto por el miedo de hoy, cuando soy lo que soy en un espejo roto.

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