Para empezar a ser un yo bueno o un nosotros bueno necesitamos la ayuda de Nadie, la conciencia sentimental de ser un don Nadie. El ser humano se hace a través de una experiencia, de una educación, que puede conducirlo a la bondad o pervertir su corazones, esos que se hacen y se deshacen a lo largo de una misma vida. De ahí que convenga ponerse sobre aviso, crecer hacia fuera y hacia dentro, saber que acabaremos relacionándonos con el mundo de forma parecida a la que hemos aprendido a relacionarnos con nosotros mismos.
En mi diálogo con Antonio Machado, o con Juan de Mairena, recuerdo hoy esta palabras: "Sed modestos: yo os aconsejo la modestia; o, por mejor decir: yo os aconsejo el orgullo modesto, que es lo español y lo cristiano. Recordad el proverbio de Castilla: Nadie es más que nadie. Esto quiere decir cuánto es difícil aventajarse a todos, porque, por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre".
Machado nos permite, así como si nada, meternos en todo. Después de leerlo y citarlo se deben pronunciar con cautela palabras como ciudadanía, pasaporte, frontera, política, ley y extranjería. Con frecuencia se nota que don Antonio fue por tradición familiar discípulo de la Institución Libre de Enseñanza y de Francisco Giner de los Ríos. Juan Ramón Jiménez también recibió la herencia de Giner y de la Institución. Cuando visitó por primera vez Nueva York, admirado ante la modernidad de los rascacielos, sintió que en el espectáculo de lo alto y lo ancho era peligroso olvidarse de crecer por dentro.
En cuento uno se descuida, los pliegues íntimos de la conciencia se llenan de alambradas con púas dispuestas a sangrarnos. Y esto es un problema serio en un mundo lleno de descuideros dispuestos a robarnos lo mejor de nosotros mismos.
Cuando murió Giner de los Ríos, en febrero de 1915, Antonio Machado era un orgulloso y modesto profesor de francés en el Instituto de Baeza. Allí escribió un emocionante elogio del maestro. Definió toda su filosofía y su vocación pedagógica en dos versos: "Sed buenos y no más, sed lo que he sido / entre vosotros: alma".
Se trata de ser buenos, nada más y nada menos, en la conciencia de que nadie es más que nadie, o de que detrás de un yo bueno o un nosotros bueno está la memoria de que somos unos don nadie, porque por mucho que un ser humano concreto valga, con su pasaporte y su carta de ciudadanía, nunca tendrá valor más alto que el de ser humano.
En medio de todas las sutilezas y las complejidades sociales, vivimos en un mundo político en el que el dilema principal, nuestro ser o no ser democrático, se sitúa en la bondad. Los movimientos migratorios se producen en un escenario marcado por las desigualdades y los desamparos que ha generado otra vez la avaricia neoliberal. Hacerse rico puede ser difícil, pero sale muy barato en una realidad en la que el Estado pierde su fuerza equilibradora. La vida global nos conmueve en sus catástrofes, porque son un espectáculo terrible, pero no genera identidades y sentimientos de pertenencia que inviten a la solidaridad.
Resulta más normal que los de abajo, los desamparados por su propia gente, miren con miedo la llegada del extranjero. El desprecio al otro no sólo es una reacción frente al que desea sobrevivir en un mundo de necesidades y competencias, sino una excusa para sentir que formamos parte de una identidad, un nosotros, aunque ese nosotros tienda a maltratarnos en la vida diaria. Nada mejor que un negro para consolidar la pertenencia a un mundo blanco.
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La situación social es muy difícil, vivimos una hora de descomposición que van a utilizan los descuideros para robarnos la bondad. Es un tiempo de Herodes. Algunas consignas políticas, falseando cifras y manipulando los problemas reales, son verdaderas fábricas de malas personas, almas que no se conmueven ni siquiera con la muerte, esa realidad trágica que nos hermana a todos los humanos en la conciencia de que no somos nadie.
La poesía no procura un acto de ingenuidad, sino de conciencia. Cuando uno escribe y cuenta su vida, aprende que el yo biográfico es distinto del personaje literario. El poema sólo funciona cuando es habitado por el otro; y el personaje literario, al quitar anécdotas biográficas, permite que el lector de un poema de amor no piense en la novia o el novio del poeta, sino en su propio amor, en el ser con el que siente y consiente. Escribir supone un acto de hospitalidad, que nos hace mejores porque nos obliga a descubrir lo que hay de los demás en nosotros mismos. Uno empieza utilizando una máscara, pero poco a poco, en los buenos poetas, el yo biográfico se va pareciendo al personaje literario, confundiéndose, complementándose, como llegaron a complementarse Antonio Machado y Juan de Mairena.
Contra el vendaval de la maldad, conviene buscar la bondad. Si empezamos a representarla, es muy posible que acabemos por sentirla, por asumir la bondad. Esa es la tarea de la educación y de las leyes, obligarnos a representar, a respetar valores ajenos, hasta que la costumbre los hace nuestro. Primera lección: por mucho que un ser humano valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser humano.
Para empezar a ser un yo bueno o un nosotros bueno necesitamos la ayuda de Nadie, la conciencia sentimental de ser un don Nadie. El ser humano se hace a través de una experiencia, de una educación, que puede conducirlo a la bondad o pervertir su corazones, esos que se hacen y se deshacen a lo largo de una misma vida. De ahí que convenga ponerse sobre aviso, crecer hacia fuera y hacia dentro, saber que acabaremos relacionándonos con el mundo de forma parecida a la que hemos aprendido a relacionarnos con nosotros mismos.