Madrid arcoíris

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Me gusta el espectáculo. Paseo por la ciudad y compruebo el orgullo tumultuoso de la gente que pasa. Parejas de hombres que caminan de la mano, mujeres que se besan, cuerpos vestidos de forma provocativa, grupos que se reúnen bajo la bandera arcoíris, balcones y fachas LGBT.

Me gusta el espectáculo, el orgullo de la libertad y la felicidad. En esta alegría, en este azul de verano altivo, quizá me pesa el recuerdo junto a la reflexión. Sí recuerdo a Federico García Lorca, a los niños que en sus poemas se sientan en el último pupitre, a los muchachos que sufren en los colegios la vigilancia furiosa de los directores. Ser afeminado fue para él una cicatriz; tuvo que idear mil formas distintas de convivir con “su defecto”. Comprendió que la explotación y la desigualdad no sólo tienen causas económicas: El hambre está en las carnes desgarradas por la sed, / en la choza diminuta que lucha con la inundación, / el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre / y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.

Recuerdo también a Luis Cernuda, su carácter fruncido y susceptible, su deseo de cantar los placeres prohibidos y la obligada costumbre de vivir a la defensiva. Cuando mataron a Federico García Lorca, escribió una elegía. Tuvo problemas con sus camaradas. No estaba bien que una víctima de la República, un héroe internacional de la lucha contra el fascismo, se identificase en público con la homosexualidad. Y Cernuda borró algunos versos, no quiso entorpecer con palabras incómodas los dignos afanes de la guerra y la conciencia de los comisarios: Aquí la primavera luce ahora. / Mira los radiantes mancebos/ que vivos tanto amaste…

Después de la derrota de la República, en la que tuvo mucho más que ver el machismo de Hitler y de Mussolini que el afeminamiento de Lorca y Cernuda, las cosas empeoraron. Los “defectos” republicanos eran incomparablemente mejores que las certezas del franquismo. El amor homosexual ocultó otra vez su nombre, aunque siempre quedó un resquicio para la ironía y el juego. Recuerdo a Gloria Fuertes: Por entonces empecé con los amores / –no digo nombres– /, gracias a eso, pude sobrellevar mi juventud de barrio. En aquella España de todos los demonios, claro, no resultaba conveniente pronunciar el nombre de las mujeres que Gloria había amado. Mejor evitar el escándalo. Lo mismo pensó Jaime Gil de Biedma a la hora de sortear la censura: Para ti, que no te nombre, / amor mío –y ahora hablo en serio–, / para ti, sol de los días / y noches, maravilloso / gran premio de mi vida… En un poema titulado En el nombre de hoy y lleno de nombres de poetas amigos, debió silenciar el nombre de su amor.

Por todos estos recuerdos, me gusta el espectáculo de la libertad arcoíris que veo en las calles de Madrid. Saber de dónde venimos ayuda a comprender los caminos para decidir adónde vamos. Y tengo la sensación de que los obispos han sido expulsados de las camas de España. Cuanto más orgullo público, menos retorno posible al silencio oscurísimo. Una vez expulsados de nuestras camas, el paso siguiente será expulsarlos de nuestras declaraciones de la renta. ¡Vaya Cruz! Cuando los obispos dejen de mirar a las camas de la gente, a los palios de los dictadores y a los edificios públicos que han privatizado, tal vez vean en las calles, con sus propios ojos, a los sacerdotes y a los cristianos de base que trabajan por amor junto a los pobres del mundo y los refugiados, junto a las carnes desgarradas por la sed y el hambre.

Van un turco, un ruso, un yanki y un español…

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El espectáculo arcoíris me gusta también por Madrid, una ciudad solidaria, libre, llena de energía, que fue capaz durante tres años de resistir al fascismo internacional. La caricatura cortesana y los hombres grises de chaqueta y corbata intentan reducir su imagen a la estampa oficial de la soledad, el anonimato y la mordaza.

Esta fiesta es un verdadero acontecimiento en la España de las culpas y la sacristía. Pero la felicidad, era previsible, no es compartida por todos. Hay críticas al Ayuntamiento y a Manuela Carmena por las dimensiones de esta perturbación. Los obispos, los comisarios políticos, los matrimonios decentes y la izquierda puritana no están de acuerdo con semejante espectáculo. Una vez más coinciden los intereses de la derecha con la mirada de los revolucionarios de sotana, todos molestos al ver que el espíritu original se roza con las tentaciones de la vida.

Bueno, poco a poco avanzamos. Cernuda sufrió a los puros en medio de una guerra civil y de la amenaza de una dictadura. Nosotros y nosotras los sufrimos en la sociedad del consumo y de la libertad.

Me gusta el espectáculo. Paseo por la ciudad y compruebo el orgullo tumultuoso de la gente que pasa. Parejas de hombres que caminan de la mano, mujeres que se besan, cuerpos vestidos de forma provocativa, grupos que se reúnen bajo la bandera arcoíris, balcones y fachas LGBT.

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