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Meterse en política

Me acostumbré en mi juventud a leer a Antonio Machado cuando debía decidir alguna cosa de importancia. He vuelto ahora a buscar estas palabras puestas en boca de Juan de Mairena: "La política, señores –sigue hablando Mairena–, es una actividad importantísima… Yo no os aconsejaré nunca el apoliticismo, sino, en último término, el desdeño de la política mala que hacen trepadores y cucañistas, sin otro propósito que el de obtener ganancia y colocar parientes. Vosotros debéis hacer política, aunque otra cosa os digan los que pretenden hacerla sin vosotros, y, naturalmente, contra vosotros".el desdeño de la política malacontra vosotros

Aprendí a leer estas palabras para defenderme de los consejos asustados de mi madre y mi abuela cuando entré en contacto con la política en los años finales de la dictadura. "No te metas en eso, vas a ser un desgraciado, te puede pasar algo". Más de 40 años después, el consejo tiene que ver con otro tipo de miedo. La cultura neoliberal, la que quiere tener las manos libres para tomar sus decisiones interesadas, ha conseguido que la política sea un ejercicio mal valorado. Mucha gente la identifica con la mentira, el sectarismo, la corrupción y el ámbito de las malas artes. Pobre amiga maltratada.

Para ser justos y estar vigilantes, es bueno reconocer que una parte notable de la mala prensa de la política se debe a esos trepadores y cucañistas que han buscado un modo rápido de obtener ganancias y colocar parientes. O se creían impunes o no tenían donde caerse vivos, que en muchas ocasiones llega a ser más duro que no tener donde caerse muerto.

Pero puestos a cuidar el idioma, merece la pena que una sociedad cuide la palabra política, porque es el gran invento de la civilización democrática para organizar la convivencia en libertad e igualdad. Si vigilante se debe estar ante los trepadores, más vigilancia merecen los que se creen puros por no haber pertenecido nunca a un partido o por no tener ideología. Quien piensa que no tiene ideología resulta siempre un cómplice natural de la ideología dominante, es decir, cómplice del poder dispuesto a sacrificar los valores humanos que una conciencia, sólo verdaderamente libre en sus compromisos, necesita defender.

La situación política española, dominada con descaro en los últimos años por la corrupción y el uso partidista de las instituciones, exige más que nunca del compromiso político. La nación necesita no sólo que se acabe la impunidad en el mal uso del dinero público, sino que se devuelva a la ciudadanía el ámbito de lo común. Las instituciones públicas no son patrimonio del partido en el Gobierno, sino un espacio cívico que no debe ser empleado de manera sectaria.

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Me gusta soñar con los ojos abiertos y con los pies en la tierra, otra lección de ese caminante cívico que fue Antonio Machado. Más que en quimeras imposibles, busco rutas transitables para avanzar. Me parece que la ilusión vivida por la sociedad española progresista después de la moción de censura tiene motivos para sostenerse. Es un momento en el que se debe cuidar la palabra política, salvarla de los que pretenden despolitizarnos y definir con trampas la libertad de conciencia.

Cuento esto porque no me avergüenzo del compromiso político que he vivido en la izquierda durante muchos años y porque conozco a mucha gente que se ha dedicado de forma honesta a defender lo que creía más justo para la sociedad. Y lo cuento también porque me llevé una sorpresa alegre cuando Pedro Sánchez, el presidente de Gobierno, me llamó por teléfono para proponerme dirigir el Instituto Cervantes. Lo que me dijo él y lo que me dijeron después la Vicepresidenta, el ministro de Exteriores, la ministra de Educación y el ministro de Cultura es que se trataba de respetar la independencia de la institución, evitando las prácticas nocivas de las manipulaciones sectarias.

Resulta que así me merece la pena comprometerme como catedrático de filología, como poeta y como ciudadano acostumbrado a una manera de pensar la política que aprendí en Antonio Machado.

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