Verso Libre
Miguel Hernández también debería ser de la derecha española
El hombre acecha es un libro de especial importancia en la obra de Miguel Hernández. Escrito durante la guerra, destaca en él una preocupación humana emocionante. No se trata ya de defender las ideas por las que se lucha o denunciar al enemigo, sino de mirarse a las propias manos. Aunque se tenga la razón, es peligroso que las injusticias ajenas, el rencor y el odio nos conviertan en una fiera. Miguel Hernández se miro las manos; tuvo miedo de verlas convertidas en garras por culpa de la crispación: "Garras que revestía / de suavidad y flores, / pero que, al fin, desnuda / en toda su crueldad".
La dedicatoria a Pablo Neruda explicaba el sentido de este libro: "Tú preguntas por el corazón, y yo también. Mira cuántas bocas cenicientas de rencor, hambre, muerte, pálidas de no cantar, no reír: resecas de no entregarse al beso profundo…". Por eso apostó por el amor en el último poema: "El odio se amortigua / detrás de la ventana". Por eso terminó con una petición clara: "Dejadme la esperanza". Y por eso, ya perdida la guerra, prisionero y condenado a muerte, escribió uno de los libros más cargados de humanidad en la poesía contemporánea: Cancionero y romancero de ausencias.
"El herido" es uno de los poemas de El hombre acecha en los que se apuesta por la esperanza. Es verdad que se combate, se dispara, se sufren heridas, pero merece la pena el dolor si se trata de luchar por algo digno: "Para la libertad sangro, lucho, pervivo". Los mutilados pueden tener la esperanza en un mañana donde los valores de la vida venzan sobre la venganza y la muerte: "Porque soy como el árbol talado, que retoño: / porque aún tengo la vida".
Este poema fue elegido por el colectivo Memoria y Libertad, formado por los descendientes de víctimas del franquismo en Madrid, para recordar en un espacio democrático el sacrificio de los condenados por la dictadura franquista. Es una vergüenza, pero sobre todo una verdadera desgracia, que el Ayuntamiento de Madrid decida censurar y borrar los versos de Miguel Hernández. Más que rabia y garras, siento una desolación profunda.
Vivimos el mes de febrero de 2020. Hace 81 años que terminó la guerra, 42 años que se alcanzó por acuerdo político y apoyo de los españoles en las urnas una democracia constitucional. Cientos de estudios universitarios muy serios, en los que no cabe la equidistancia ante la responsabilidad de un golpe de Estado y una alianza con el nazismo y el fascismo, han explicado con detalle la raíz y las consecuencia de la página más negra de nuestra historia. O alguien está muy loco o es imposible confundir el amor a España con el respeto político a los desalmados que la hundieron en 1936. Después de todo lo que se ha sufrido en España, Europa y el mundo, ¿de verdad que se puede mantener como proyecto político la invitación al odio?
El mundo nos pide la identificación
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No me avergüenza confesar que lo que más envidio en este momento es la derecha democrática que tiene Alemania. Bueno, también la derecha de Euskadi. Se pueden tener ideas socialistas o neoliberales, se puede discutir sobre la educación o la sanidad pública, se pueden mantener ideas diferentes sobre los derechos laborales, pero no hay justificación ninguna en la España de hoy para sentirse herederos de uno de los dictadores más crueles del siglo XX, que no sólo justificó el terror como orden oficial de actuación durante la guerra, sino que ejerció la violencia y la ferocidad durante 36 años y medio de mal llamada paz.
Hasta que el PP no comprenda que el antifranquismo y la democracia son tan suyos como de la izquierda, nuestro país tendrá un problema muy grave. Y algo más: Miguel Hernández, uno de los grandes poetas españoles, también debe formar parte de su capacidad de admiración. Otro de los poetas que más estimo y al que he estudiado como filólogo con mucho respeto se llama Luis Rosales, alguien que formó parte de las personas que prepararon el golpe de Estado en mi ciudad. Pero se puede admirar su obra poética e, incluso, se puede comprender, aunque no se comparta, la situación personal y familiar que lo llevó a apoyar el franquismo. A mí, por ejemplo, me pareció muy bien que el alcalde de Cádiz, un político de Podemos, se negara a borrar el nombre de José María Pemán de sus calles. Fue un intelectual muy reaccionario y no tan buen poeta como Miguel Hernández o Luis Rosales; pero se trata de alguien que forma parte de la literatura española y no puede confundirse con la imagen de un militar golpista o torturador, por mucho que apoyase al franquismo.
No es un chiste: la derecha española debe aprender a pensar en España, sus intereses y su patrimonio. Tendremos un problema grave mientras la derecha utilice a Miguel Hernández, o a Venezuela, o al terrorismo ya vencido, o al independentismo catalán, sólo para meterse con la izquierda y arañar un voto, sin pensar en los verdaderos intereses y en la imagen de España. De todo corazón, señores de la derecha democrática (eso sí, democrática): la poesía de Miguel Hernández también es suya.