Verso Libre
La mirada comprometida
Pocas miradas como la del fotógrafo húngaro Nicolás Muller sirven tanto para comprender la solitaria dignidad de los seres humanos. El niño que carga leña y mira a la cámara, la niña que prefiere mirar hacia otra parte y busca una salida, quizá porque el fotógrafo se ha agachado hasta ponerse a su altura, los niños que juegan en corro o levantan el brazo para hacer el saludo fascista en un colegio, el pastor con sus rebaños, la campesina que marca una frontera desamparada entre el cielo y la tierra, los estibadores descalzos, gente que barre, camina, tiene hijos, trabaja y sobrevive en la quietud de su paciencia.
Nicolás Muller fotografió a grandes personajes como Azorín y Baroja o a algún gobernador civil mientras leía su discurso ante un pueblo con boina y rostros maltratados por el sol. Muller vivió también los episodios más desgarradores del siglo XX. Nacido en Hungría, en 1913, se educó en una familia liberal y acomodada, aunque no consiguió salvarse del antisemitismo delirante y de los insultos de judío apestoso. En busca de su propio mundo y mientras se consolidaba como un fotógrafo internacional, conoció la Italia fascista, la Francia que declaró la guerra al nazismo y el Marruecos cosmopolita de Tánger que fue ocupado por Franco en 1940. En 1944, expuso por primera vez en España, en el Hotel Palace de Madrid.
Conoció grandes personajes y acontecimientos, pero por decisión propia fijó su mundo en la existencia humilde de los seres humanos. Fue un fotógrafo minucioso e insistente. Unamuno hubiera escrito que observaba la intrahistoria, el sedimento popular que sostiene y sufre el paso de los años, los truenos, las mañanas de invierno y los episodios de la historia oficial. Las perspectivas de Muller, en una mirada de ida y vuelta, hacen que cada rostro soporte por detrás un destino inmenso y cada fatalidad infinita se concentre en los ojos, la sonrisa o la tristeza de un ser humano.
Comunismo o libertad
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Tuvo estudio en Madrid desde 1948. Primero en el Paseo de la Castellana, luego en la calle Serrano. Después de su muerte, al cerrar el Estudio Muller, su hija Ana, también fotógrafa, encontró en el fondo de un armario una caja de zapatos con sobres llenos de negativos desconocidos. El encuentro de esos negativos, casi 3.000, fue el origen de la exposición Nicolás Muller. La mirada comprometida, que ahora puede verse en la Sala El Águila, organizada por el Instituto Cervantes, el Ministerio de Cultura y la Comunidad de Madrid. La colaboración institucional ofrece aquí una mirada llena de lecciones, bien seleccionadas por los comisarios Ana Muller y José Ferrero, que ya estuvo en Tánger y Tetuán y que después viajará a Budapest y Oporto. No son buenos todos los recuerdos de Portugal. Al terminar la Guerra Civil española, fue retenido en la frontera y encarcelado después en Lisboa por la policía salazarista. Allí se bautizó a finales de 1939 para salir con bien del país.
Un campesino descalzo mira una cazuela puesta al fuego sobre un montoncito de leña, un niño con una pala más grande que él carga de arena un carro, una muchacha toma el sol sobre unos troncos talados, otra muchacha vende frutas sentada en la calle, un muchacho con gorra maneja una máquina de carga, una mujer barre en la sombra de unos soportales. Suelen ser personas que habitan con dignidad la pobreza, y no sólo en la España o en el Marruecos de la posguerra. También miró hacia abajo en el París distinguido de los años 30. Fue su elección: los cuerpos, los rostros, las escenas trabajadas de la gente humilde.
Las fotografías de Nicolás Muller son un recuerdo de lo que no debe olvidarse: toda justicia es una justicia social y ninguna ley es justa si se separa de la ley de la vida. Consignas, celebraciones, teorías, ideas, militancias, disputas… son papel basura si no tienen en cuenta el rostro humano de la necesidad. Frente al papel basura, la fotografía. Un rostro a veces movido y en otras ocasiones bien encuadrado, pero siempre la raíz profunda de una mirada y una palabra en verdad comprometida. Que no se nos olvide nunca preguntarnos: ¿cómo vive la gente?